El caso de Roger Quispe Arana expone una cadena de decisiones que terminó con un joven policía atrapado en un estado irreversible. El suboficial de tercera, que ingresó a la institución con la ilusión de construir una carrera, quedó con una lesión cerebral devastadora después de caer desde el primer piso hasta el sótano de la comisaría Pamplona 2, en San Juan de Miraflores. Su vida dio un giro abrupto al obedecer una disposición ajena a sus funciones, una instrucción que lo obligó a realizar tareas que la normativa policial prohíbe para cualquier agente.
La familia asegura que desde el accidente su hijo dejó de ser el muchacho independiente que buscaba ascender en la PNP. Ahora depende por completo de sus padres para alimentarse, comunicarse y desplazarse. Su conducta, sus movimientos y hasta su comprensión del entorno retrocedieron a un estado infantil. Pese a ello, cuando observa su uniforme intenta reincorporarse a un trabajo que ya no puede ejercer, un reflejo de la identidad que conservaba antes de caer.
La orden que lo alejó de sus funciones
El día del accidente, los agentes de la comisaría recibieron mensajes para presentarse con ropa deportiva. Minutos después, la oficial a cargo dispuso que varios suboficiales se encargaran de labores de aseo ante la ausencia de público. Roger Quispe, asignado a la sección Familia, escuchó entonces la instrucción que marcaría su destino: limpiar ventanas ubicadas en la zona del tragaluz de la dependencia policial.

Los testimonios recopilados en la investigación fiscal señalan que no contaba con equipos de seguridad ni preparación para ese tipo de tareas. La normativa vigente impide que los suboficiales realicen actividades ajenas al servicio policial, como el mantenimiento de ambientes o el lavado de superficies. Pese a ello, la orden se mantuvo y Quispe subió a la estructura interna del tragaluz sin protección.
La caída y las primeras versiones
Minutos después de iniciar la limpieza, el suboficial perdió el equilibrio y cayó al sótano, una altura cercana a los cuatro metros. Los agentes que acudieron en su auxilio lo encontraron inmóvil, sangrando por los ojos, la nariz y los oídos. Ante la demora de una ambulancia, lo envolvieron en una frazada y lo trasladaron en la tolva de un patrullero al Hospital María Auxiliadora.
La familia recibió un primer aviso que señalaba un supuesto accidente de tránsito, una versión que nunca coincidió con su asignación del día ni con la gravedad de sus lesiones. Con el avance de las pesquisas aparecieron contradicciones en la declaración de la oficial investigada, quien afirmó que el suboficial se habría arrojado voluntariamente. Ninguno de los nueve policías que ofrecieron testimonio respaldó esa versión ni mencionó un juego previo o un reto entre colegas.
Secuelas que cambiaron la vida de un joven agente

El diagnóstico médico confirmó un traumatismo craneoencefálico severo, fractura de cráneo y hemorragia interna. Las consecuencias fueron inmediatas. El lado derecho de su cuerpo dejó de responder, perdió el habla y su memoria quedó fragmentada. Hoy pronuncia pocas palabras que su familia interpreta para entender sus necesidades. Debe ser vigilado las 24 horas y requiere apoyo para actividades básicas.
Pese al deterioro físico y cognitivo, la atención institucional llegó con demoras. Su control en el hospital policial estaba programado para cinco meses después del alta, aunque un comité externo consiguió adelantar la cita. Su familia señala que aún necesita una placa de titanio y atención constante. Mientras esperan respuestas, continúan cubriendo cuidados y gastos que superan sus ingresos.
Un proceso que avanza entre denuncias y pedidos de responsabilidad
La capitán que habría ordenado las labores de limpieza enfrenta una denuncia por abuso de autoridad y lesiones graves. La investigación incluye testimonios que coinciden en que el suboficial realizaba una tarea no autorizada y que no existió ninguna conducta temeraria previa a la caída. Los padres de Roger piden que la institución asuma lo ocurrido, brinde la atención integral que requiere y reconozca el impacto de una orden indebida que cambió por completo la vida de su hijo.
En la comisaría Pamplona 2, las ventanas que Roger intentaba limpiar el día del accidente permanecen sucias. Su familia, mientras tanto, continúa adaptando su rutina para cuidar al joven que soñaba con una carrera policial y que ahora enfrenta un daño irreversible ocasionado en su propio centro de trabajo.
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