
La canonización de San Martín de Porres en 1962 marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia católica, no solo en Perú, sino en todo el continente. Al ser declarado santo por el papa Juan XXIII, Martín se convirtió en el primer santo mulato de América y en un símbolo universal de humildad, justicia social y fraternidad. Su vida, marcada por la superación de las barreras raciales, inspira a creyentes y no creyentes como ejemplo de entrega y solidaridad.
Martín de Porres nació en Lima en 1579, hijo de Juan de Porres, un noble español, y Ana Velázquez, mujer afrodescendiente libre nacida en Panamá. Creció en los barrios populares de Malambo y San Lázaro, zonas habitadas por afrodescendientes e indígenas que enfrentaban exclusión y pobreza en la sociedad colonial limeña. Desde niño, conoció de cerca la desigualdad y el estigma, pero recibió de su madre una sólida educación cristiana que fue clave para forjar su vocación religiosa y su sensibilidad hacia los marginados.
A los catorce años, Martín empezó a trabajar como ayudante de peluquero y asistente de dentista, oficios que entonces incluían conocimientos de cirugía menor y botica. Aprendió a preparar remedios y a atender a enfermos, descubriendo así su vocación de servicio. Su entrada al convento de Nuestra Señora del Rosario, regentado por los dominicos, fue inicialmente en calidad de “donado” (sirviente), debido a las restricciones raciales de la época. Allí asumió labores humildes, como limpieza y cuidado de enfermos, lo que le valió el apodo popular de “Fray de la Escoba”.
Vocación de servicio y caridad
Desde sus primeras tareas en el convento, Martín se distinguió por su trabajo incansable en favor de los más necesitados. Su fama de sanador y su entrega desinteresada lo hicieron conocido entre todos los limeños, desde indígenas y criollos hasta el propio virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, quien frecuentaba el convento buscando consuelo espiritual. Martín realizaba labores de enfermería y botica, utilizando remedios simples y recurriendo siempre a la oración, convencido de que, aunque él aplicaba los cuidados, la curación provenía de Dios. “Yo te curo, Dios te sana”, afirmaba desestimando los halagos.

Su compasión no tenía fronteras: atendía por igual a pobres y ricos, indígenas, criollos y españoles, desafiando los límites sociales de su tiempo. Además, extendía su caridad más allá del convento, organizando la Escuela y Asilo de Santa Cruz para huérfanos y desamparados, y distribuyendo limosnas y medicinas a diario. Se estima que alimentaba cada día a más de 160 necesitados, recurriendo para ello a donaciones y milagros atribuidos a su intercesión.
Milagros y leyenda
La vida de San Martín de Porres está rodeada de numerosos relatos milagrosos. Se le atribuyen curaciones inmediatas de enfermos desahuciados, actos de bilocación —fue visto en lugares distantes como México, China o Japón sin haber salido de Lima— y control sobre fenómenos de la naturaleza. Una de las escenas más célebres lo muestra reuniendo en armonía a un perro, un ratón y un gato alrededor de un plato de comida: “Dios provee para todos”, recordaba a los animales. Estos episodios, contados por autores como Ricardo Palma, reflejan el profundo respeto de Martín por toda la creación.
Era común que interviniera para calmar disputas entre animales y que los vecinos del convento lo buscaran por su capacidad de resolver conflictos, ofrecer alimento y consuelo tanto a personas como a criaturas indefensas. Su respeto y empatía con quienes sufrían —humanos o animales— fueron rasgos que definieron su vida.
Ejemplo de humildad y entrega

La austeridad marcó el estilo de vida de Martín. Practicó el ayuno y la penitencia, vivió de manera frugal y supo, incluso en la humildad, ganarse el respeto y afecto de quienes lo rodeaban. En una ocasión, cuando el convento atravesaba dificultades económicas, ofreció ser vendido como esclavo para ayudar a la comunidad, gesto que el prior no aceptó, profundamente conmovido por su generosidad.
A pesar de la fama que fue acumulando, San Martín siempre buscó pasar desapercibido, evitando el reconocimiento público y desviando la atención hacia el amor de Dios. Sin embargo, la gente acudía de todas partes para pedirle sanación, consejo espiritual o simple compañía. Su reputación de hombre santo y justo se extendió rápidamente más allá de Lima.
Proceso de canonización
El reconocimiento oficial de su santidad fue un proceso largo. Apenas veintidós años después de su muerte, ocurrida el 3 de noviembre de 1639, comenzó la recopilación de testimonios sobre sus virtudes y milagros. Fue declarado “venerable” en 1763 por el papa Clemente XIII y beatificado en 1837 por el papa Gregorio XVI, en la basílica de Santa María la Mayor en Roma. La canonización definitiva llegó el 6 de mayo de 1962, en una multitudinaria ceremonia celebrada por Juan XXIII en el Vaticano ante cuarenta mil personas, donde destacó sus virtudes de humildad, obediencia y amor al prójimo.

En su homilía, el Papa lo proclamó “Santo Patrono de la Justicia Social”, y elogió su ejemplo inspirado en el Evangelio: “San Martín, siempre obediente e inspirado por su divino Maestro, vivió entre sus hermanos con ese amor profundo que nace de la fe pura y de la humildad de corazón. Amaba a los hombres porque los veía como hijos de Dios y como sus propios hermanos y hermanas”.
La celebración en Perú y el mundo
La canonización de San Martín de Porres fue celebrada con enorme fervor en Perú. Lima fue embanderada, las campanas de las iglesias sonaron en homenaje y el buque insignia Almirante Grau realizó una gran salva de cañonazos en la bahía del Callao. Desde aviones de la Fuerza Aérea se lanzaron alrededor de 150.000 estampas del nuevo santo sobre la capital. Las reliquias fueron expuestas a la veneración de miles de fieles en la iglesia de Santo Domingo.
El impacto de San Martín trascendió lo religioso. L’Osservatore Romano lo describió como “una antorcha encendida por la Iglesia para llevar luz a la inmensa masa de los pobres, los oprimidos, los desheredados, los discriminados por raza, clase o nacionalidad”. Su figura cruzó fronteras y en el siglo XX fue adoptado como símbolo de inclusión y dignidad por los afrodescendientes en Estados Unidos y otras latitudes de América.

Legado y actualidad
Hoy, los restos de San Martín de Porres descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo en Lima, junto a los de Santa Rosa de Lima y San Juan Macías. Cada 3 de noviembre, miles de fieles honran su memoria con procesiones, misas y actos de solidaridad, renovando su mensaje de amor al prójimo y justicia para los excluidos. Continúa como referente universal de fe, humildad y servicio desinteresado, inspirando a quienes buscan construir un mundo más justo y humano.
La vida y obra de San Martín de Porres trascienden el tiempo, recordando el poder de la empatía, la fe y la perseverancia frente a la adversidad. Su sencillez, generosidad y compromiso con los más vulnerables siguen siendo ejemplo para millones, reafirmando su lugar como uno de los grandes santos de América y del mundo.
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