
En un panorama literario donde la historia suele contarse desde los vencedores, Teresa Ruiz Rosas propone una mirada distinta, una que se atreve a escuchar los silencios y los susurros que sostuvieron los grandes relatos de la nación. Coreografía para trenzas solas, su más reciente novela, es una exploración profunda sobre aquellas mujeres que acompañaron a los ejércitos independentistas, las rabonas, y que con su presencia marcaron la memoria de una guerra que no solo fue militar, sino también íntima.
La autora arequipeña reconstruye en esta obra una genealogía de nueve mujeres atravesadas por la historia, por la violencia, por la supervivencia y, sobre todo, por la necesidad de ser reconocidas. No como figuras decorativas en el margen de la gesta patriótica, sino como protagonistas de su propia existencia.
En conversación con Infobae Perú, la escritora reflexionó sobre los largos años que tomó dar forma a este proyecto. “Hace décadas recibí la sugerencia del historiador Juan José Vega para escribir una novela sobre las rabonas. En ese momento no había prácticamente ninguna información, había que inventarlo todo, que es lo más bonito de la ficción”, contó. Esa falta de fuentes no la desanimó; más bien, se convirtió en el impulso para construir una narración donde la memoria femenina emerge desde la ausencia y el rumor, desde los ecos de una lengua que todavía palpita.
La autora buscó durante años la voz que pudiera sostener esta historia. “Tuvieron que pasar muchos años hasta que yo encontrase esa voz, hasta que pudiese imaginar una estructura para que la novela tuviese sentido dentro del espectro de las guerras de la independencia”, señaló. Aquella búsqueda no fue solo literaria, sino también emocional y lingüística, una manera de reconciliarse con el castellano andino que la acompañó desde su infancia en Arequipa.
La lengua como territorio

Teresa explicó que la oralidad de sus personajes es uno de los pilares de la novela. Esa forma de hablar, impregnada de quechua y aimara, le permitió recrear un universo donde el lenguaje no solo comunica, sino que también resiste. “Ese castellano andino de Arequipa, con el sustrato del quechua y del aimara, lo he tenido siempre en el oído. Al vivir fuera, pienso que se ha cristalizado mejor por contraste”, señaló.
La distancia, paradójicamente, le permitió escuchar con más claridad esas cadencias que son, a la vez, dulzura y afirmación. En su paso por países como Hungría, Alemania y España, comprendió que su lengua materna no solo era un medio de comunicación, sino una herencia afectiva. “Cuando uno desprecia una forma de hablar, la olvida o no puede reproducirla con sus matices. En cambio, si hay cariño por esa lengua, es más fácil trabajarla y ponerla en boca de los personajes”, explicó.
Esa elección estética se convierte en un gesto político: rescatar el habla andina es también recuperar una memoria colectiva. Una amiga de Puno le comentó, tras leer la novela, que “parecía estar hablando con gente de su tierra”. Para Ruiz Rosas, ese tipo de reacciones son prueba de que su apuesta funciona. “Quiere decir que se les puede escuchar”, afirmó con serenidad.
Entre la historia y la ficción

El libro parte de una premisa clara: las mujeres también formaron parte de la independencia, aunque su papel haya sido omitido en los libros oficiales. “Las rabonas hicieron posible la continuidad de la lucha. No luchaban directamente, pero hacían posible que el ejército funcionara. No por el lado de las armas, sino por el del día a día”, sostuvo la autora.
En la novela, las rabonas cargan hijos, ollas y recuerdos. Esa carga física se vuelve una metáfora de la historia: las mujeres sostienen la vida mientras el país se desangra. La escritora reflexiona sobre ese peso simbólico. “Nos toca siempre eso y también el silencio sobre eso”, afirmó. Si bien reconoce avances en la igualdad de género, considera que todavía falta mucho por hacer, sobre todo en el reconocimiento de aquellas que permanecieron invisibles.
Teresa Ruiz no busca glorificar la guerra. Por el contrario, su mirada es crítica. “Soy una persona pacifista. No creo en la violencia como método para conseguir algo”, expresó. Sin embargo, entiende que la historia suele empujar a los pueblos hacia el conflicto. “La historia nos ha enseñado que demasiado no cambia. El sacrificio y la cuota de crueldad son desproporcionados con respecto a lo que se logra”, señaló.
En ese sentido, Coreografía para trenzas solas no pretende exaltar el patriotismo, sino interrogarlo. “No quiero exacerbar el patriotismo. Quiero acercar el foco a lo terrible que puede ser vivir una guerra y a lo que significa para muchas vidas, la mayoría truncadas”, añadió.
Una coreografía de voces

El título de la novela encierra varias capas de sentido. Ruiz Rosas explicó que la palabra “coreografía” remite al movimiento, al caminar constante de las mujeres que seguían a los ejércitos. “Caminar, caminar, caminar. Si uno ve de lejos a los caminantes, puede parecer una especie de baile monótono, pero nuestra geografía llena de recovecos convierte ese movimiento en algo propio”, contó.
Las “trenzas” evocan identidad y pertenencia. En la novela, cortarlas simboliza la pérdida de belleza y autonomía. “Les están robando su belleza al cortarles las trenzas, lo que para ellas es parte de su ser”, explicó. Y la soledad, presente en el título, refleja la condición de quienes quedaron atrás. “La soledad atraviesa toda la novela. Se van quedando solas, tienen que seguir por otros caminos. La soledad también es la del que lucha”, dijo.
El resultado es una estructura coral donde las voces femeninas se entrelazan como los cabellos en una trenza. “Quería hacer una genealogía que llegase hasta fines del siglo XX. Eso me sirvió para trabajar la novela de corrido”, explicó. Cada nueva generación de mujeres marca un capítulo, un eslabón más en una historia que se extiende a lo largo del tiempo.
De la historia al presente

La autora reconoce que la investigación histórica fue un punto de partida, pero no una camisa de fuerza. Lo suyo no es una novela documental, sino una relectura desde la ficción. “Tenía fragmentos de textos, lo que iba investigando, pero sobre todo fragmentos de voces”, recordó.
La novela, según dijo Javier Torres en su presentación, habría sido “la gran novela del bicentenario” si se publicaba antes. Ruiz Rosas lo recuerda con gratitud, aunque con modestia. “Me faltaba todavía y llegó un momento en que dije: basta, ahora sí la entrego, porque si no me paso la vida corrigiéndola”, contó entre risas.
En el fondo, Coreografía para trenzas solas se gestó como una reflexión sobre el presente. Las heridas que retrata no pertenecen solo al pasado. “Seguimos teniendo guerras en el mundo y en el Perú vivimos una que tiene que ver con las mismas diferencias de antes”, advirtió la autora. Esa permanencia del conflicto confirma que las preguntas sobre la libertad y la igualdad siguen abiertas.
Teresa Ruiz no solo rescata a las rabonas como figuras históricas, sino que las convierte en símbolo de resistencia. “Es la novela sobre las mujeres que tuvieron que ir a la guerra y sobre sus descendientes, que muchas veces siguieron en la parte menos favorecida de la sociedad”, resumió.
La escritora describe una cadena de mujeres que, pese a los golpes del tiempo, no rompen su vínculo. “Por lo menos el hilo se mantiene”, dice. Ese hilo es la memoria, la palabra que atraviesa generaciones y que da sentido a la existencia colectiva.
Al final, lo que propone Teresa Ruiz Rosas no es una reescritura de la historia oficial, sino una ampliación de sus márgenes. En ese espacio donde antes no se escuchaba nada, ahora resuena la voz de las rabonas, las que caminaron tras los ejércitos, las que alimentaron a los soldados, las que sostuvieron la vida mientras otros escribían la historia.
En Coreografía para trenzas solas, esas mujeres hablan con la fuerza de quienes fueron silenciadas durante siglos. Su lengua, sus silencios y su memoria se convierten en los verdaderos protagonistas de una novela que, más que narrar la independencia, la vuelve a pensar desde su raíz más humana.
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