
Durante décadas, responder a la clásica pregunta “¿qué quieres ser de grande?” parecía sencillo. Se elegía una carrera, se estudiaba, se trabajaba y, con algo de suerte, se construía una vida profesional en un solo sector. Hoy, esa lógica ha cambiado por completo.
El avance de la inteligencia artificial (IA) y la velocidad de los cambios en el mercado laboral han vuelto la elección vocacional un terreno incierto. No porque falte talento o pasión en los jóvenes, sino porque muchos dudan si lo que aprendan seguirá siendo útil en apenas dos o tres años. En el marco del Mes de la Juventud, vale la pena detenernos en esta realidad, ya que el 57,3 % de los jóvenes en América Latina reconoce que la IA influye directamente en su decisión sobre qué estudiar, según un reciente estudio de la Universidad de La Plata.
En el Perú, la situación no es ajena. El estudio Situación Laboral y Aspiraciones de Jóvenes en Lima Metropolitana, elaborado por Arcos Dorados y Datum, revela que el 80 % siente que hay pocas oportunidades laborales para su generación. Cerca del 30 % tiene una visión pesimista de su futuro profesional y 1 de cada 10 asegura que su única opción para trabajar es irse del país. No es una estadística fría: es el reflejo de una generación que ve un mercado cambiando a una velocidad que muchas veces no alcanza a seguir.
Como bien señala Joan Cwaik, experto en educación y divulgador tecnológico, elegir qué estudiar hoy puede parecer más un salto al vacío que una apuesta segura; es decir, que no sabemos si lo aprendido tendrá vigencia o quedará obsoleto en poco tiempo. Por eso, más allá de pensar en “carreras del futuro”, la prioridad debería ser desarrollar habilidades para navegar con mayores probabilidades de éxito en la incertidumbre.
En este escenario, “aprender a aprender” se convierte en la competencia más valiosa. No basta con obtener un título: la formación continua —cursos, mentorías, proyectos o experiencias laborales diversas— será una constante en cualquier trayectoria profesional. Y es que, mientras las máquinas avanzan en las tareas operativas, las habilidades humanas —empatía, adaptabilidad, comunicación, creatividad y liderazgo— ganan aún más valor.
Las carreras universitarias siguen siendo un camino válido, pero no el único. Programas técnicos, certificaciones y especializaciones cortas pueden ofrecer rutas más ágiles y alineadas con la realidad del mercado. Tomando esto como base, considero que la pregunta deja de ser “qué hará la carrera conmigo” y pasa a ser “qué voy a crear yo a partir de ella”.
Esto transforma la clásica pregunta de “¿qué quiero ser de grande?” en algo mucho más profundo: “¿quién quiero ser?” y “¿qué quiero aportar?”. Porque, en un mundo que cambia a diario, la brújula más confiable no es adivinar el futuro, sino seguir el propósito.

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