Retorno a la bicameralidad, ¿garantía de cambio?

Estamos en un terreno incierto, donde nuevos y más complejos procedimientos se entremezclan con los actuales, ya sean los que contempla la norma o las poderosas “prácticas parlamentarias”

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Vista general del pleno del
Vista general del pleno del Congreso peruano. Foto de archivo. EFE/ Paolo Aguilar

Ha pasado cerca de año y medio desde que el Congreso aprobó el retorno a la bicameralidad, y el Perú aún no tiene claro qué implicará en la práctica. Pero antes de especular sobre sus efectos, conviene detenernos en una pregunta más inmediata: ¿qué factores lo hicieron posible?

Dejemos claro que hay racionalidad en el voto del legislador reformista. El restablecimiento de dos cámaras responde a una lógica estratégica: ampliar espacios de poder y proyectar carreras políticas pavimentadas por la reelección, en un contexto en el que el Parlamento pasó, de facto, a ser “el primer poder del Estado”.

Pero la reforma también tiene un componente simbólico. En medio de una crisis de legitimidad, el Congreso apuesta por mejorar su imagen apelando a una estructura institucional que evoca orden, deliberación y trayectoria mediante el Senado. En ese sentido, la bicameralidad puede leerse como una apuesta por restaurar cierta dignidad política. Y, por qué no, también como una forma de imponerse ante lo “caviar” que la frustró en el 2018.

La oportunidad, sin embargo, está lejos de estar cerrada. Mientras entramos al final de la era unicameral y la campaña electoral calienta —con las dos cámaras como parte del cálculo político—, el actual Congreso, que suele oscilar entre la coyuntura y el escándalo, aún no ha definido los reglamentos necesarios para el funcionamiento del nuevo sistema. Estamos en un terreno incierto, donde nuevos y más complejos procedimientos se entremezclan con los actuales, ya sean los que contempla la norma o las poderosas “prácticas parlamentarias”.

Entonces, ¿es la bicameralidad garantía de cambio? No por sí sola. No transformará por sí misma las dinámicas políticas, ni resolverá los déficits de representación, y menos aún mejorará sustancialmente la oferta electoral. Pero sí marca una nueva etapa institucional, con incentivos reordenados y más espacios de incidencia, además de un proceso legislativo redefinido por nuevos filtros, nodos de poder y posibilidades de interlocución.

Cambia el terreno, cambian las reglas. Entender este nuevo esquema será clave para anticipar riesgos, gestionar la incertidumbre y detectar oportunidades.