La evolución de la inteligencia artificial en la creación de contenido digital

Si creyéramos que gracias a la IA el trabajo está hecho caeríamos en un grave error

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(Imagen ilustrativa Infobae)
(Imagen ilustrativa Infobae)

La Inteligencia Artificial (IA) es una herramienta formidable para facilitar la comunicación entre personas, pero en manos poco responsables podría ser una fuente inagotable de conflictos para la humanidad. Es considerado por muchos el invento más importante de lo que va del siglo XXI en el campo de las comunicaciones, con un impacto directo en el desarrollo del negocio editorial.

Los medios de comunicación ya no son los mismos, como tampoco los departamentos de marketing o de contenido digital para empresas y marcas. Lo que hasta hace un año era vista como una nueva y retadora tecnología, hoy es parte del “paisaje natural” en la creación de contenidos más allá de lo netamente periodístico. En un mundo en el que la velocidad es decisiva, la IA ahorra tiempo y recursos, y permite obtener resultados con la rapidez que las audiencias demandan.

No obstante, una aclaración: la IA por sí sola no crea valor. Facilita procesos, genera textos, videos e ilustraciones capaces de impactar en millones de personas, pero es finalmente la capacidad para desarrollar, sintetizar y resolver un problema, unida a la reputación del medio y de los profesionales que lo integran, lo que otorga validez al resultado. Pensemos en el mundo digital, en el que las webs de actualidad y noticias demandan permanentemente información de calidad, 24 horas al día, los siete días de la semana.

El periodismo siempre ha afrontado múltiples retos (financieros, humanos, así como la capacidad para informar libremente al poder), y el surgimiento de la IA pareció configurarse como una nueva amenaza contra el buen ejercicio de dicha profesión. Un mal uso de la herramienta podría afectar los derechos de autor (plagio), propiciar la circulación de noticias falsas e incluso de imágenes apócrifas (fotos y videos), afectando la credibilidad del medio que la emplea.

Sin embargo, la IA bien empleada permite procesar miles de datos por minuto, generar imágenes realistas y de gran calidad —hablamos de composiciones fotográficas que antes demandaban horas de trabajo y ahora pueden estar listas en segundos—, limitando el tiempo de elaboración de un reportaje especial al mínimo. Por ejemplo, el discurso de un jefe de Estado ante el Congreso, con sus numerosas cifras y complejos datos estadísticos, puede ser analizado al detalle en cuestión de minutos: temas clave, ideas subordinadas a estos, así como destacar los énfasis del mensaje debidamente jerarquizados y explicados. Una tarea que antes podía tomar varias horas de trabajo y que ahora puede quedar lista para ser publicada con un solo clic. Basta precisar los criterios de selección con los que la IA debe organizar la información, y luego nos tocará añadir las reflexiones de fondo que permitan enriquecer el análisis.

Por ello, si creyéramos que gracias a la IA el trabajo está hecho caeríamos en un grave error. La IA es veloz, pero no autónoma: requiere del criterio humano para hacer bien su trabajo. Sin una guía profesional —basada en la experiencia personal y el conocimiento de las audiencias a que va dirigido el mensaje— el resultado no será más que tinta sobre papel. Por eso el rol de la academia es decisivo, y hacia allí se orientan las escuelas de periodismo y comunicaciones en su búsqueda constante por la calidad y la excelencia.