Cada 27 de junio, las Naciones Unidas llama la atención sobre el papel esencial que desempeñan las micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYME) en la economía mundial. Representan la columna vertebral del empleo, la innovación y la reducción de desigualdades, al conformar más del 90 % de los negocios y sustentar cerca de la mitad del producto interno bruto global.
En esta jornada, gobiernos, gremios y organismos internacionales destacan historias de emprendimiento, presentan políticas de apoyo y promueven iniciativas de financiamiento, formación y digitalización.
Una conmemoración con sentido económico y humano

El Día Mundial de las Microempresas y las PYMES fue establecido oficialmente en 2017 por resolución de las Naciones Unidas. Su propósito es reconocer la importancia de estas empresas en la economía, la creación de empleo y la reducción de la pobreza, especialmente en contextos de vulnerabilidad o desigualdad.
Las cifras dan una idea de su peso: representan más del 90 % del total de empresas en el planeta, generan entre el 60 % y 70 % del empleo formal y son responsables de aproximadamente la mitad del Producto Bruto Interno global. Pero detrás de estas estadísticas hay historias personales, riesgos asumidos, creatividad cotidiana y redes de trabajo que sostienen a comunidades enteras.
Esta conmemoración no se limita a discursos. Desde hace varios años se ha convertido en una oportunidad para lanzar políticas de impulso al emprendimiento, divulgar buenas prácticas, reconocer historias de éxito y reflexionar sobre las barreras estructurales que muchas veces impiden que una buena idea crezca o sobreviva.
El desafío de ser pequeño en un mercado desigual

Aunque son mayoría en número, las MIPYME enfrentan enormes desafíos para mantenerse competitivas. Uno de los principales obstáculos es el acceso a financiamiento. Muchos emprendimientos fracasan en sus primeras etapas por falta de capital o crédito, especialmente en zonas rurales o periféricas. A eso se suma la escasa formalización, lo que les impide acceder a programas de apoyo, licitaciones o beneficios tributarios.
También hay una brecha formativa. Muchos pequeños empresarios inician con empuje y visión, pero sin herramientas para gestionar finanzas, digitalizar procesos o escalar modelos de negocio. Esta brecha suele profundizarse en contextos con baja conectividad, deficiente infraestructura o escaso acompañamiento institucional.
En los últimos años, la pandemia de COVID-19 visibilizó aún más estas dificultades. Millones de microempresas tuvieron que cerrar o reinventarse sin respaldo suficiente. Sin embargo, la respuesta también mostró su capacidad de adaptación: surgieron negocios digitales, entregas locales, venta por redes sociales y nuevos modelos colaborativos.
Perú y las microempresas: columna vertebral del trabajo nacional

En el Perú, más del 99 % de empresas están en la categoría de micro o pequeña empresa. Estas unidades representan cerca del 40 % del producto bruto interno y generan empleo para más del 80 % de la población económicamente activa.
Muchos peruanos conocen el rostro de las MIPYME porque son parte de su día a día: desde el bodega de la esquina y el puesto de mercado, hasta la empresa familiar que da servicios de carpintería, costura o transporte. En zonas rurales, estas unidades económicas también cumplen un rol social, al generar oportunidades donde el Estado o la gran inversión no llegan.
A nivel gubernamental, existen esfuerzos por potenciar este sector: programas de crédito con tasas especiales, ruedas de negocio, ferias regionales y capacitaciones técnicas. Sin embargo, los retos siguen siendo grandes, en especial para formalizar, aumentar la productividad y hacerlas más competitivas frente a productos importados o grandes cadenas.
El futuro de las MIPYME: innovación, sostenibilidad e inclusión

El crecimiento de las pequeñas y medianas empresas está hoy íntimamente ligado a la capacidad de innovar. La digitalización, el acceso a plataformas de venta online, la automatización de procesos y la formación en nuevas herramientas son factores que pueden marcar la diferencia entre el estancamiento y la expansión.
Además, se busca que estas empresas asuman un enfoque sostenible. Muchas ya lo hacen: reciclan, usan energías limpias, promueven insumos locales o emplean prácticas circulares. Iniciativas que integran desarrollo económico y conciencia ambiental son cada vez más valoradas por consumidores y mercados internacionales.
Otro eje clave es la equidad. Las mujeres lideran una parte significativa de los emprendimientos en América Latina, pero todavía enfrentan más barreras de financiamiento, carga doméstica y discriminación. Impulsar políticas con enfoque de género y territoriales puede abrir caminos más justos.
El Día Mundial de las MIPYME no es solo una fecha para celebrar, sino para fortalecer alianzas entre Estado, empresas, sociedad civil y academia. De ese modo, se construye un entorno donde las ideas pequeñas puedan dar grandes frutos.
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