
En el valle de Supe, donde el cielo despejado permite una visión privilegiada del firmamento, una antigua civilización halló en los astros una guía precisa para organizar su existencia. Miles de años antes de los telescopios, los antiguos habitantes de Caral observaron el cielo con atención meticulosa, estableciendo relaciones entre los movimientos celestes y el ciclo agrícola. A través de esa observación, elaboraron un calendario que reguló su vida productiva, espiritual y urbana. No fueron simples miradores del horizonte: construyeron templos alineados con el Sol y la Luna para marcar los tiempos que regían su cotidianidad.
La investigación publicada en la revista Latin American Antiquity detalló con rigor cómo los edificios públicos de Caral-Supe —la pirámide Mayor, la Menor y la Central— fueron orientados para coincidir con la puesta del Sol en el solsticio de invierno. Esta fecha, celebrada en el mundo andino como el Año Nuevo Andino o Inti Raymi, habría significado mucho más que una ceremonia estacional: funcionaba como marcador de un nuevo ciclo agrícola, especialmente el del algodón, recurso esencial en la economía y las relaciones interregionales de Caral.
Ruth Shady Solís, directora de la Zona Arqueológica Caral, junto con el arqueólogo Aldemar Crispín, lideraron el estudio en colaboración con el físico José Ricra, y los astrofísicos Juan A. Belmonte y César González-García, además del arqueólogo Felipe Criado-Boado. El equipo analizó la relación entre la ubicación de las estructuras monumentales y los cuerpos celestes visibles desde el valle.
“Los primeros centros urbanos de América podrían haber estado ubicados en el valle de Supe, Perú”, señala el estudio. Según los investigadores, no solo el río Supe determinó la disposición urbana, sino también “las relaciones astronómicas dentro de la orientación de los edificios dictan su ubicación dentro del valle”.
Entre el cielo y la tierra

La Ciudad Sagrada de Caral, declarada Patrimonio Mundial, representa el centro urbano más desarrollado de su tiempo en el continente. En este sitio, los edificios públicos presentan un diseño que no responde únicamente a criterios funcionales o defensivos, sino que incorpora elementos simbólicos y astronómicos. Las orientaciones hacia la puesta del Sol en junio no se explican por el azar ni por necesidades estructurales, sino por una intención clara de observar el cielo como parte de un sistema de conocimiento ancestral.
Los especialistas sugieren que los caralinos identificaron patrones astrales que coincidían con eventos naturales, como las lluvias estacionales o los momentos óptimos para la siembra. “Existe la posibilidad de una tendencia a atribuir mayor importancia a la salida del sol en el solsticio de junio y a la salida de ciertas estrellas o asterismos”, afirman los investigadores. Estos fenómenos eran claves para anticipar fenómenos meteorológicos que afectaban directamente los ciclos de producción, sobre todo en un territorio que combinaba costa, valle y sierra.
El algodón, uno de los principales cultivos de Caral, tenía valor más allá del uso local. Permitía intercambios con otras sociedades del litoral, como Áspero, donde era utilizado para fabricar redes de pesca. Así, el conocimiento astronómico se convertía en una herramienta estratégica para coordinar actividades económicas y sociales. El inicio del ciclo agrícola coincidía con el movimiento solar, permitiendo planificar las faenas comunales en armonía con el entorno.
El Inti Raymi y la tradición andina

Aunque se sitúa cronológicamente miles de años antes del incario, la civilización Caral muestra coincidencias con prácticas religiosas y agrícolas que luego se generalizarían en los Andes. El solsticio de invierno, celebrado actualmente como Inti Raymi, parece tener raíces profundas en la historia del territorio andino. Para los pueblos originarios, este momento del año marca el retorno simbólico del Sol y la promesa de un nuevo ciclo de vida en la Tierra. En Caral, este acontecimiento fue incorporado al diseño urbano como una forma de reconocer y canalizar esa energía cíclica.
“Este es uno de los primeros ejemplos de la interacción entre el paisaje terrestre y el celeste en las culturas humanas y, de hecho, el primero en América”, indica la publicación. La observación astronómica, en este contexto, no era un ejercicio contemplativo ni una disciplina separada de la vida diaria. Formaba parte del sistema de organización social, en el que las construcciones reflejaban una forma de pensamiento que vinculaba lo humano con lo cósmico.
Tecnología sin contacto

La civilización Caral emergió en el continente americano, casi al mismo tiempo que las grandes culturas del Viejo Mundo, como Mesopotamia, Egipto, India y China. Sin embargo, a diferencia de estas, Caral se desarrolló en completo aislamiento, sin contacto con otras civilizaciones. No compartió tecnologías ni estilos arquitectónicos con centros lejanos. En cambio, generó un modelo propio, sustentado en la complementariedad pesquero-agrícola y en una red de interacción interna que conectó la costa con la sierra y la selva.
Este modelo se reflejó en la distribución de los asentamientos. Además de Caral, se identificaron otros 19 sitios del mismo periodo a lo largo de 40 kilómetros del valle de Supe, desde el litoral hasta el valle medio. En todos ellos, se hallaron edificios públicos con pirámides, plazas circulares hundidas y viviendas organizadas, lo que indica un sistema urbano planificado. La orientación común de las estructuras hacia eventos astronómicos refuerza la idea de una cosmovisión compartida, centrada en el control del tiempo y del espacio a través del conocimiento astronómico.
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