
En Cusco, donde la historia aún se percibe en el trazado de las calles y en la lengua quechua que persiste entre generaciones, la memoria de los antiguos rituales del Tahuantinsuyo resurgió tras siglos de silencio. El Inti Raymi, ceremonia principal del calendario incaico, fue suprimido en el siglo XVI por considerarse un acto contrario a la fe cristiana. Desde entonces, quedó relegado al recuerdo, mantenido apenas en las palabras susurradas dentro de las familias andinas.
En el siglo XX, un grupo de intelectuales cusqueños decidió que ese pasado no podía continuar oculto. Humberto Vidal Unda, filósofo e historiador, lideró la propuesta de reconstruir el Inti Raymi como un acto de afirmación cultural. Su punto de partida fue un texto clave: Comentarios Reales de los Incas, del Inca Garcilaso de la Vega. Allí se describía, con minuciosidad, la ceremonia dedicada al dios Sol. Sin haberla presenciado en persona, Garcilaso la reconstruyó con base en los testimonios de su madre y otros nobles indígenas.
Aquel esfuerzo por devolverle voz al ritual ancestral desembocó en una puesta en escena que, desde 1944, se repite cada 24 de junio. Cusco se convierte entonces en escenario de una representación que conecta a sus habitantes con un pasado que no ha sido borrado del todo.
El recuerdo que sobrevivió al silencio colonial

El Inti Raymi fue suprimido oficialmente por orden del virrey Francisco de Toledo. “La época de Toledo es una época de combate hacia las religiones consideradas paganas”, explicó el historiador Luis Bustamante Otero. La ceremonia era vista como una amenaza al proceso de evangelización impulsado por la corona española. Se trataba de borrar los símbolos del mundo andino y reemplazarlos con imágenes y ritos cristianos.
Sin embargo, el ritual no desapareció del todo. Persistió en la memoria oral de muchas comunidades, como señala Bustamante: “Ese susurro fue retomado siglos después, cuando Cusco comenzó a replantearse su identidad”. A pesar de la prohibición, el recuerdo del Inti Raymi se mantuvo como parte de la vida espiritual de los pueblos.
El antropólogo Juan Carlos La Serna sostiene que el virreinato pretendía desmontar la cosmovisión indígena: “En el siglo XXI, tenemos una sensibilidad distinta. Por lo tanto, a muchos cusqueños y a muchos turistas no les va a gustar”, advirtió al referirse a los antiguos sacrificios. En su versión actual, el ritual no implica la muerte real de animales, sino una teatralización simbólica.
La clave para reconstruir el Inti Raymi estuvo en el relato del Inca Garcilaso. Hijo de una noble inca y un capitán español, Garcilaso escribió en 1609 una obra que describía con detalle las ceremonias incas. En ella, señalaba que el Inti Raymi se celebraba tras el solsticio de invierno y que era “la principal fiesta” del calendario incaico. “Los curacas venían con todas sus mayores galas e invenciones que podían haber”, escribió, destacando el carácter político y ceremonial del evento.
Los pueblos conquistados enviaban emisarios a Cusco para rendir homenaje al inca, mostrando su lealtad y trayendo ofrendas. El cronista también mencionó el rigor previo a la celebración: “Tres días no se comía sino un poco de maíz blanco, crudo, y unas pocas de yerbas que llaman chúcam y agua pura”.
Durante la ceremonia, el inca y sus parientes esperaban descalzos la salida del sol, con los brazos extendidos y besando el aire. Luego, se realizaban sacrificios de animales y se brindaba con chicha. Las vírgenes del sol preparaban panecillos de maíz y los sacerdotes encendían el fuego nuevo utilizando un brazalete de oro como espejo solar.
El renacimiento en 1944

En medio de un clima intelectual influido por el pensamiento indigenista, en 1944 se llevó a cabo la primera representación moderna del Inti Raymi. El evento fue organizado por el Instituto Americano de Arte del Cusco, bajo la dirección de Humberto Vidal Unda. El actor y escritor Faustino Espinoza Navarro escribió el guion basándose en las crónicas de Garcilaso, e interpretó al inca durante la escenificación.
Juan Carlos La Serna resalta el carácter simbólico del acto: “Tomaron algunas crónicas. Donde la clave va a ser la de Garcilaso de la Vega”. Aquel montaje fue mucho más que un acto folclórico. Representaba una forma de reapropiarse del legado cultural, tras siglos de imposición religiosa y política.
Hoy, el Inti Raymi se desarrolla en tres escenarios principales: el Qorikancha, la Plaza de Armas y la explanada de Sacsaywaman. La Empresa Municipal de Festejos y Promoción Turística del Cusco (Efumec) organiza el evento, que convoca a unos 800 actores locales.
Los danzantes representan a los cuatro suyos del imperio: Collasuyo, Contisuyo, Antisuyo y Chinchaysuyo. En la representación, se escenifican los ritos de la chicha, de la coca, del fuego sagrado y el sacrificio simbólico de una llama. Al final, el Q’ochurikuy —canto colectivo al sol— marca el cierre de la ceremonia.
Garcilaso describió con precisión cómo los pueblos llegaban a Cusco para participar en la festividad. “Otros venían de la manera que pintan los ángeles, con grandes alas de un ave que llaman cuntur, blanca y negras... otros traían máscaras a costa de las más abominables figuras que pueden hacer y éstos son los yungas”, escribió.
Una fiesta en movimiento

La fecha del Inti Raymi varió en los registros coloniales. Algunos cronistas como Juan de Betanzos o Cristóbal de Molina mencionaron celebraciones entre mayo y junio. Según los relatos, el evento también coincidía con el inicio de la cosecha, lo que sugiere que tenía un componente agrícola además del ritual solar.
Cristóbal de Molina anotó que “comenzaban a contar el año a mediados de mayo, día más o menos, a primer día de la Luna”, lo cual daba pie a una festividad movible. Esta variabilidad también aparece en otros testimonios, como el de Polo de Ondegardo, quien advirtió la coincidencia entre el Inti Raymi y el Corpus Christi.
En opinión de algunos cronistas, como Antonio de Calancha y Martín de Murúa, el mes de junio —el séptimo del calendario incaico— concentraba las principales actividades ceremoniales. Guaman Poma de Ayala añadió que existía una distinción entre el Inti Raymi de junio y el Cápac Inti Raymi de diciembre, aunque no todos los relatos coinciden en esta separación.
El Inti Raymi, en su forma ancestral, no solo era una celebración religiosa. También se trataba de una reafirmación del poder político del inca sobre los pueblos conquistados. Las delegaciones traían sus armas, instrumentos musicales, pinturas y danzas propias. Como señaló Garcilaso: “Cada nación venía lo mejor arreada y bien acompañada que podía, procurando en su tanto aventajarse de sus vecinos”.
Las palabras del cronista mestizo no solo dieron forma a la reconstrucción de esta ceremonia. También permitieron que las generaciones siguientes se conectaran con una memoria que había sido prohibida. Lo que antes fue solemnidad, ahora es escenificación. Pero la esencia del Inti Raymi —el agradecimiento, la lealtad y la celebración del ciclo vital andino— sigue en pie.
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