Durante décadas, Luci Bacigalupo fue sinónimo de carcajadas y personajes entrañables. Sin embargo, detrás del maquillaje y las luces de los sets, llevaba consigo dolores que nunca se atrevió a relatar públicamente
Este domingo, el sillón rojo de “El valor de la verdad” será su confidente. La actriz se sumerge en un relato íntimo donde no solo expondrá rupturas sentimentales y traiciones personales, sino también un episodio médico que la puso al borde de la tumba. La experiencia, según sus propias palabras, fue como vivir dentro de una película de terror.
“Sentía que me arrancaban el alma”

En el episodio, Bacigalupo revive un procedimiento quirúrgico que casi le quita la vida. Se trataba de una operación que, lejos de aliviarla, se convirtió en una pesadilla física y emocional. La actriz relata cómo despertó en medio del dolor, sin entender qué pasaba, con cada parte de su cuerpo clamando auxilio. “Hasta el último dedo me dolía”, dirá, con lágrimas.
Su testimonio desnuda el abandono médico, la negligencia y la indiferencia que sufrió en un momento de extrema vulnerabilidad. Las cicatrices de aquel evento no son solo físicas, sino también psíquicas.
La escena mostrará a una Luci rota, aún marcada por el miedo y la impotencia. No busca lástima ni atención, sino explicar cómo sobrevivió a ese umbral. Sus palabras llegan como un eco de tantas mujeres que han pasado por situaciones similares sin voz ni apoyo. Este relato será uno de los puntos más duros y conmovedores del programa.
Ausencias que pesan: una historia marcada por la soledad

A lo largo de la entrevista, Bacigalupo abrirá capítulos de su vida sentimental que fueron para ella más desiertos que jardines. Relatará relaciones que, más que sumar, la dejaron vacía.
Mencionará hombres que no estuvieron cuando más los necesitaba y vínculos que prometieron cuidado y solo ofrecieron silencio. En un momento de la conversación, la actriz recordará una llamada que nunca llegó y una presencia que, por más que esperó, nunca apareció.
La soledad, dice, se volvió su única compañera durante largos meses de recuperación. Sin familiares cerca, sin amigos verdaderos, aprendió a vivir con la ausencia como parte de su rutina. Estos momentos —lejos del espectáculo y del bullicio mediático— fueron claves para reencontrarse consigo misma. Su relato no será una acusación, sino una memoria agridulce de lo que fue y de lo que dejó de ser.
Una infancia de sombras detrás de las luces del escenario

En otro tramo del programa, Luci hará una pausa para remontarse a sus primeros años de vida. Allí aparecerán escenas más oscuras aún. Hablará de una niñez difícil, marcada por conflictos familiares y una constante búsqueda de afecto que nunca terminaba de llegar.
Su humor, dice, nació como un escudo frente a todo aquello que no sabía cómo enfrentar. Desde muy pequeña entendió que hacer reír a los demás le daba un lugar en el mundo, aunque por dentro sintiera que nadie la veía.
No se detendrá en detalles, pero dejará en claro que esas heridas tempranas fueron las que moldearon su carácter. El escenario fue su refugio, su escape, su salvación. Sin embargo, cada aplauso escondía un llanto, y cada sketch exitoso era una forma de callar el dolor. En “El valor de la verdad”, esas capas se derrumbarán una por una.
Del silencio a la palabra: cuando la verdad se vuelve medicina

Lo que más sorprende de su aparición no es solo lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Luci Bacigalupo se sentará en el sillón con dignidad, con el temblor natural de quien lleva años cargando secretos. Pero no mostrará rencor. Al contrario, sus confesiones llegan teñidas de nostalgia, de cierta ternura incluso hacia quienes le fallaron. “Quería sanar. Y para eso hay que decirlo todo”, confiesa ante Beto Ortiz.
Cada pregunta es una pieza que completa un rompecabezas emocional. Algunas respuestas la harán reír, otras la dejarán en silencio, pero todas serán auténticas. Su paso por el programa no será un espectáculo de morbo, sino un acto de desnudez emocional.
Para Luci, esta no es una noche más de televisión. Es, quizá, el momento más honesto de su carrera. Un reencuentro consigo misma, bajo los reflectores que esta vez no buscan entretener, sino comprender.
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