La abogada Elizabeth Esperanza Vásquez Marín vivía en un piso alto de un edificio en Lince. Tenía 53 años, una hija única, una carrera sólida como tributarista y un patrimonio estimado en más de 15 millones de soles. En su entorno, todos la describían como estricta pero generosa, protectora hasta la desconfianza. En casa, las reglas eran claras, el futuro estaba planeado, y el afecto pasaba por el control.
Su hija, Elizabeth Alexandra Mavila Espino Vásquez —a quien todos llamaban Elita— creció entre privilegios, cuidados y silencios tensos. En su adolescencia, conoció a Fernando Gonzales Asenjo, un joven sin rumbo definido, sin empleo estable y con una habilidad peligrosa para convencer. Desde la primera vez que lo vio, Elizabeth lo rechazó. “Ese chico solo quiere tu dinero”, le dijo a su hija. Pero cuanto más se oponía, más fuerte se aferraba Elita a él.
Una relación bajo sospecha
El romance comenzó en 2007, cuando Elita tenía apenas 17 años. Elizabeth no solo desconfió: actuó. Investigó al joven, controló los gastos de su hija y la vigiló con más intensidad. Incluso llegó a enviarla a Estados Unidos para alejarla de esa relación, en un intento por ofrecerle un nuevo entorno, lejos de las malas influencias.

Pero la distancia fue temporal. Al regresar a Lima, Elita reanudó el vínculo con Fernando a escondidas. La tensión en casa creció. La joven se volvió más rebelde, desobediente y desafiante. En un acto que desató más conflictos, compró un perro y lo entregó a Fernando como regalo, sin consultar a su madre. A pesar del rechazo, él se convirtió en un visitante habitual en la casa: estaba presente en celebraciones familiares y cenas, aunque el ambiente siempre era incómodo.
Con el tiempo, los familiares notaron cambios en Elita: se volvió más agresiva, más cerrada, emocionalmente dependiente y hostil ante cualquier cuestionamiento. Lo que comenzó como una preocupación maternal se transformó en una guerra silenciosa entre madre e hija. Las discusiones eran constantes, el respeto se erosionaba, y el control que Elizabeth ejercía comenzaba a desmoronarse.
El día crimen
La madrugada del 26 de enero de 2010 fue el punto final. Nadie sabe con certeza qué se dijeron en las últimas horas, pero según las investigaciones policiales, Elizabeth fue asfixiada por su hija dentro del departamento familiar. Su cuerpo fue introducido dentro de la maletera de su propio vehículo, un Volkswagen Beetle, que apareció al día siguiente abandonado en un pasaje de Barranco.
La escena del crimen mostraba señales de lucha. Los peritos hallaron evidencia que sugería que Elita no había actuado sola. Según el informe de Panorama, los mensajes entre ella y Fernando hablaban del futuro, de planes que solo serían posibles “cuando ya no esté tu mamá”. En su celular también se encontraron búsquedas relacionadas con testamentos, figuras legales, herencias y el Código Civil.

La denuncia fue hecha por un familiar que, tras no tener noticias de Elizabeth, acudió a la policía. Cuando los agentes llegaron al departamento, encontraron rastros que delataban una tragedia: manchas, desorden y el silencio denso de algo que ya había ocurrido. Elita fue detenida de inmediato y trasladada al Penal de Mujeres de Chorrillos en condición de prisión preventiva.
Una herencia manchada de sangre
A pesar de estar tras las rejas, Elita no renunció a lo que consideraba suyo. Desde prisión, inició acciones legales para reclamar la herencia de su madre, argumentando que como hija única tenía derecho legítimo a los bienes. El monto ascendía a más de 15 millones de soles, producto de años de trabajo y propiedad familiar.
Su defensa presentó informes psiquiátricos que aseguraban que la joven padecía trastorno bipolar, y que había sido manipulada emocionalmente por Fernando. Alegaron que Elita no estaba en pleno uso de sus facultades mentales al momento del crimen. Sin embargo, los mensajes, cartas y correos encontrados decían lo contrario: había premeditación, planificación y un motivo económico evidente.

En una carta enviada desde prisión, Elita escribió: “Sé que hice mal, pero nadie entiende lo que yo viví. No quiero quedarme sin nada”. La frase, filtrada por fuentes judiciales, dejó en evidencia el conflicto entre arrepentimiento y ambición.
La demanda del abuelo
Nueve años después del asesinato, la familia aún no había cerrado heridas. El 17 de abril de 2019, Ernesto Vásquez Zelada —padre de Elizabeth— presentó ante el Poder Judicial una demanda de exclusión por indignidad contra su nieta. Basado en el artículo 667, inciso 1 del Código Civil, solicitó que Elita fuera legalmente inhabilitada para heredar, por haber cometido homicidio doloso contra la causante.
“Elita planificó y ejecutó el crimen junto a su pareja con la finalidad de apoderarse de la totalidad de los bienes”, se lee en el expediente. También se mencionó que la joven confesó su responsabilidad en el proceso penal, por lo que ya no existían dudas sobre su participación.
La demanda buscaba proteger lo que quedaba del patrimonio familiar y evitar que una persona condenada por parricidio se beneficiara del delito. El caso puso sobre la mesa un vacío jurídico: aunque el Código Civil menciona la indignidad, su aplicación no es automática. Debe probarse no solo el crimen, sino la intención directa de lucrar con él.

Una familia quebrada
En audiencias posteriores, los familiares de Elizabeth recordaron a Elita como una adolescente caprichosa, impulsiva y cada vez más agresiva. Relataron cómo utilizaba grandes sumas de dinero sin explicación y mantenía su relación con Fernando en secreto, pese a las advertencias.
Del otro lado, su defensa insistía en que la salud mental era el centro del conflicto. Mostraron informes que hablaban de episodios depresivos, crisis de ira y alteraciones emocionales profundas.
El fallo judicial respaldó la demanda del abuelo: Elita fue declarada indigna de heredar. La fortuna quedó fuera de su alcance. La familia, sin embargo, no volvió a ser la misma desde aquel enero de 2010. Elizabeth, la abogada que lo tenía todo bajo control, murió a manos de la única persona que había intentado proteger. Y Elita, la hija criada entre cuidados y normas, pasó a la historia como la heredera que mató para poseer lo que nunca le perteneció del todo.
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