
“Dar de lactar es el acto más hermoso del mundo.”
“Una madre que ama, da pecho.”
“Solo es cuestión de voluntad.”
A diario, estas frases se repiten como mantras en redes sociales, en consultorios, y en pasillos de maternidades. Pero también, a diario, yo escucho otras voces: mujeres que lloran de dolor, que sienten culpa, que están agotadas y que dudan si su cansancio es una señal de que han fallado como madres. En el centro de ese conflicto está una idea profundamente instalada: la de la madre totalmente entregada. Una madre que lacta a demanda, sin horarios, sin quejarse, sin pedir ayuda. Una madre que lo da todo.
Como consultora internacional de lactancia (IBCLC), acompaño a mujeres desde hace años. He sido testigo del impacto positivo de la lactancia: fortalece el vínculo, protege la salud del bebé y de la madre, y puede ser una experiencia profundamente empoderadora. Pero también he sido testigo de cómo un discurso rígido y romantizado sobre la “lactancia ideal” puede convertirse en una carga emocional, física y mental para muchas mujeres.
La madre ideal: ¿modelo de amor o de sacrificio?
El modelo cultural de la “buena madre” aún está anclado en la idea del sacrificio. En este modelo, una madre amorosa es la que se entrega por completo, muchas veces a costa de sí misma. La lactancia, en este marco, deja de ser una elección informada o una práctica de salud pública, para convertirse en una prueba moral. Si puedes, debes. Y si no puedes, algo está mal contigo.
¿Dónde queda la mujer real detrás de esa madre idealizada? ¿Dónde están su cuerpo, sus límites, su historia, sus circunstancias? Muchas veces, las decisiones sobre lactancia no se toman desde la libertad, sino desde la presión. Desde el miedo a ser juzgada, a no ser suficiente, a no cumplir el estándar que la sociedad impone.
La libertad no es lo opuesto al compromiso
Acompañar lactancias no es solo enseñar técnicas o resolver problemas fisiológicos. Es también —y quizás sobre todo— sostener emocionalmente a las mujeres en el proceso. Dar permiso para que hablen de su cansancio, de su ambivalencia, de sus dudas. Validar que, aunque quieran dar lo mejor a su bebé, también quieren dormir, salir a caminar solas, o simplemente tener un momento de silencio. La libertad no está en oponerse al compromiso con la lactancia, sino en poder vivirlo con agencia, desde la información, y sin perder la propia voz.
La tensión entre entrega y libertad no se resuelve obligando a elegir un bando. Se resuelve visibilizando la complejidad de lo que significa amamantar en un mundo que exige todo de las madres y ofrece poco a cambio: sin licencias adecuadas, sin redes de apoyo, sin corresponsabilidad real por parte de las parejas, sin políticas públicas que protejan la lactancia más allá del discurso.
¿Y si cambiamos la pregunta?
Quizás no se trata de preguntarnos si una madre es entregada o si es libre. Quizás la pregunta más honesta es: ¿qué necesita una mujer para ser madre sin dejar de ser ella misma?
¿Qué pasaría si el ideal no fuera la entrega sin medida, sino una maternidad compartida, acompañada, donde la lactancia no sea una carga solitaria, sino una decisión sostenida por una comunidad?
Una lactancia sostenida por el entorno —por una pareja comprometida, una red empática, profesionales que escuchan, y políticas públicas que protegen— es una lactancia menos dura, más llevadera, más humana. Maternar en soledad, en cambio, rodeada de opiniones no pedidas, juicios y presiones, no solo hace más difícil la lactancia, sino que vulnera la salud emocional de la madre.
Para muchas mujeres, la lactancia puede ser una experiencia transformadora. Pero esa transformación solo es positiva cuando ocurre en un contexto de libertad, respeto y acompañamiento. Cuando no se impone, ni se exige como sello de buena maternidad.
La revolución es escuchar
El cambio empieza por algo muy simple y profundamente subversivo: escuchar a las madres. Escucharlas sin corregir, sin juzgar, sin tratar de moldear su experiencia a una narrativa única. Cuando una madre me dice “siento que no puedo más”, no necesita que le diga que “todo pasa” o que “lo está haciendo mal”. Necesita que la escuchen. Que validen su cansancio. Que le ofrezcan herramientas reales. Que le recuerden que no está sola.
La verdadera libertad está en poder elegir. Y para elegir, necesitamos información veraz, apoyo profesional, y un entorno que respete nuestras decisiones.
Lactancia informada, maternidad consciente
No se trata de desromantizar la lactancia, sino de humanizarla. De comprender que amar a un bebé no significa desaparecer como mujer. De reconocer que la maternidad no puede sostenerse sobre el sacrificio permanente. Y que una madre feliz, que se siente escuchada y respetada, tiene más posibilidades de ofrecer un vínculo seguro y amoroso a su hijo, sea cual sea su forma de alimentar.
Como profesional, creo profundamente en la lactancia materna. Pero como mujer y acompañante, creo todavía más en la importancia de que esa lactancia ocurra en libertad.
Porque las madres no necesitan ser perfectas. Necesitan ser vistas. Y escuchadas.

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