La historia de Alejandro Labaka e Inés Arango Velásquez es un conmovedor testimonio de entrega y amor por los pueblos indígenas en una de las zonas más remotas y desafiantes de la Amazonía ecuatoriana. Ambos misioneros, profundamente influidos por su fe, dedicaron su vida a la protección y defensa de los derechos de estas comunidades, enfrentándose a intereses petroleros y a los complejos desafíos culturales y sociales de la región. Sin embargo, la muerte llegó a ellos de forma trágica, pero su legado fue tomado en cuenta por el papa León XIV, quien hoy firmó sus primeros decretos para su beatificación

Alejandro Labaka: El obispo de la selva
Alejandro Labaka Ugarte nació en 1920 en Beizama, una pequeña localidad en Guipúzcoa, España. Desde niño, estuvo rodeado de una devoción religiosa infundida por sus padres, que lo guiaron a ingresar al seminario capuchino a los 12 años. Su camino religioso comenzó con su ordenación como sacerdote en 1945, momento en el que fue enviado como misionero a China.
Su tiempo en China fue breve; en 1953, el régimen maoísta expulsó a los sacerdotes extranjeros. Frente a este desafío, Labaka no perdió el rumbo y, con renovado ímpetu misionero, fue enviado a Ecuador.
En la selva ecuatoriana, su inclinación vocacional floreció. En el Vicariato de Aguarico, fue pionero al conectar con los pueblos huaorani, entre ellos los tagaeri, que vivían en un aislamiento voluntario debido a amenazas externas.

Labaka participó activamente en el Concilio Vaticano II, donde los documentos como Ad gentes, sobre la misión de la Iglesia, resonaron profundamente en él, reforzando su enfoque pastoral en caminar junto a los pueblos indígenas, aprendiendo de ellos y respetando su cosmovisión.
En 1984, ya nombrado obispo, Labaka se convirtió en mediador durante las crecientes tensiones entre los indígenas y las empresas petroleras que invadían sus territorios en busca de recursos. Su intervención buscaba proteger la vida y cultura de los pueblos indígenas, fue un compromiso arriesgado pero necesario, dada la implacable expansión de las operaciones de extracción que amenazaban con desplazar a las comunidades y destruir su entorno ancestral.
Inés Arango: Alma misionera en la Amazonía

Inés Arango Velásquez nació en Medellín, Colombia, en 1937. Desde joven, motivada por un sentido profundo de entrega, ingresó a los 17 años a la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. Inés dedicó abnegadamente su vida a la docencia y la labor social hasta que, impulsada por un llamamiento misionero, se trasladó a la selva ecuatoriana en 1977.
En la Amazonía, su destino se unió al de Labaka. Trabajando conjuntamente en el Vicariato de Aguarico, Inés se entregó a la catequesis y a la organización comunitaria, ofreciendo su compasión y recursos para ayudar a los pueblos nativos. Reconocía, al igual que Labaka, los peligros a los que estaban expuestos los tagaeri y compartía la determinación de enfrentarlos.
“Si no vamos nosotros, los matan a ellos”
El 21 de julio de 1987, Alejandro Labaka e Inés Arango tomaron una determinación audaz y final. Ante la inminente amenaza de confrontación entre los trabajadores petroleros y el pueblo tagaeri, decidieron intervenir directamente para prevenir una masacre. “Si no vamos nosotros, los matan a ellos”, dijeron.
Fue asi que, armados solo con su fe y amor por los pueblos indígenas, fueron dejados en un claro por un helicóptero en medio de la selva. Su presencia allí era un acto de valentía, simbolizando una última esperanza por el diálogo pacífico.

Trágicamente, ambos fueron encontrados fallecidos al día siguiente, sus cuerpos atravesados por lanzas y flechas. La mutilación violenta con la que las comunidades locales reaccionaron habla de una desconfianza histérica hacia todo lo externo, mal interpretando a los misioneros como agentes de una opresión venidera.
Fueron víctimas de una floreciente enemistad hacia el impacto implacable de la industria petrolera, que había perturbado el entorno y el modo de vida ancestrales de los pueblos indígenas.
El sacrificio de Alejandro e Inés no fue en vano. Sus muertes no solo marcaron una trágica pérdida para sus comunidades, sino que despertaron un llamado internacional sobre la importancia de respetar la vida y derechos de los pueblos indígenas.

Hoy, sus historias viven en las memorias de quienes se esfuerzan por preservar un hábitat natural y cultural único, uno en donde la coexistencia y el respeto superan la explotación y la discordia.
Por ello, el papa León XIV, al conocer de su labor y sacrificio, no dudó en firmar sus primeros decretos que reconocen la ofrenda de la vida del obispo Alejandro Labaka Ugarte y de la religiosa colombiana Hna. Inés Arango.

Se trata de una beatificación por “oblatio vitae” —la ofrenda voluntaria de la vida por amor al prójimo— con el que León XIV trata de seguir el camino trazado por Francisco, en cuya exhortación ‘Querida Amazonía’ subrayó que “los misioneros han sido vitales en la protección de las culturas indígenas. Ser misionero no es acerca de convertir, sino de acompañar, amar y valorar su sabiduría”.
Con los decretos recientes, su proceso hacia la beatificación oficialmente comienza. Sin embargo, para muchos que viven en la selva, cerca de los ríos y en las comunidades indígenas, Alejandro e Inés ya son considerados como santos, intercesores y testigos fieles de sus creencias y valores.
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