Solo da de lactar: la frase que minimiza el cuerpo, el tiempo y el alma

Lactar implica una entrega física, emocional y mental constante. Implica estar, observar, responder, ofrecerse en cuerpo completo

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(Freepik)
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“Solo da de lactar”, cuatro palabras que, aunque parecen inofensivas, encierran una carga de desvalorización profunda. Con esa frase, tantas veces repetida por familiares, parejas, profesionales e incluso otras madres, se borra el cuerpo, el tiempo y el alma que una mujer entrega al amamantar. Se minimiza la magnitud de una experiencia que transforma no solo la vida del bebé, sino también la de quien sostiene esa lactancia.

Amamantar no es “solo” alimentar. No es un acto biológico automático ni una función mecánica. Lactar implica una entrega física, emocional y mental constante. Implica estar, observar, responder, ofrecerse en cuerpo completo. La frase “solo da de lactar” refleja una mirada reduccionista que no comprende —o decide ignorar— la dimensión real de lo que significa amamantar.

Lactar es sostener. Es ser abrigo cuando hay miedo, ser consuelo cuando hay dolor, ser calma en medio del llanto. El pecho no solo alimenta: también regula emociones, conecta, ofrece seguridad. Para ese bebé, el cuerpo de su madre es refugio. Y ese refugio está disponible cada vez que se necesita, de día o de noche, sin pausa ni descanso.

Lactar es vigilar. Quien amamanta se vuelve experta en leer a su bebé. Vigila respiraciones, movimientos, expresiones. Detecta si algo no va bien antes que cualquier otra persona. Esa vigilancia no es obsesiva, es instintiva, amorosa y agotadora. Porque cuando se lacta, se está en alerta permanente.

Lactar es estar disponible. Todo el cuerpo se convierte en respuesta. Los brazos acunan, la mirada acompaña, el corazón late al ritmo del de su cría. Y es que el pecho no se ofrece solo por hambre: se ofrece por apego, por necesidad, por contacto. La teta es mucho más que solo leche.

Amamantar exige tiempo. Tiempo real, cotidiano, sostenido. Horas acumuladas de tomas, de noches en vela, de pausas laborales o sociales. Tiempo en el que el cuerpo no se desconecta ni se desactiva. Porque el pecho no entiende de agendas ni de horarios, y la demanda de un bebé no se regula con relojes.

Lactar también desgasta. Agota el cuerpo: por las malas posturas, el sueño interrumpido, las tensiones musculares, el dolor en los pezones, la fiebre de una mastitis. Agota emocionalmente: por la responsabilidad, la duda, el miedo, la presión externa, la comparación, la culpa. Y aun así, muchas madres siguen, porque el amor que las guía también es profundo. Pero el amor no justifica la falta de apoyo.

Detrás del “solo da de lactar” hay una mirada social que invisibiliza. Una cultura que no reconoce el trabajo de criar desde el cuerpo. Una estructura que no acompaña, que no protege, que no cuida a quien cuida. Porque la lactancia no es una elección individual aislada: se sostiene o se cae según las condiciones sociales, familiares, laborales y sanitarias que rodean a esa madre.

Es común escuchar que lactar es “lo más natural”. Y lo es. Pero natural no significa fácil. No significa que no canse, que no se cuestione. Tampoco significa que deba vivirse en soledad. Lactar es un acto poderoso, complejo y profundamente humano. Y como tal, merece respeto, información actualizada y acompañamiento real.

Muchas veces, las mujeres que lactan también deben justificar lo que hacen. Demostrar que su bebé gana peso, que la leche “alcanza”, que lo están haciendo “bien”. Es como si el cuerpo lactante siempre tuviera que rendir cuentas, como si no fuera suficiente con darlo todo. Este juicio constante también es una forma de violencia.

Por eso urge cambiar la narrativa. Dejar de ver la lactancia como algo que “solo se da”, como una función más dentro de la maternidad. Lactar es trabajo. Trabajo físico, emocional, invisible y no remunerado. Un trabajo que exige presencia, sensibilidad y entrega. Y como todo trabajo, necesita condiciones adecuadas, protección, reconocimiento y descanso.

Las madres que amamantan no necesitan aplausos vacíos ni frases románticas. Necesitan redes de apoyo, licencias reales, acceso a consejería en lactancia, espacios adecuados para amamantar, validación emocional. Necesitan que no se les exija ser perfectas, ni que se les haga sentir culpables cuando no pueden más. Necesitan que dejemos de decir “solo da de lactar”.

Porque amamantar es cargar en el cuerpo la nutrición, el consuelo, el bienestar, la regulación emocional y el vínculo afectivo de un ser humano en formación. Es responder con el pecho, con la piel, con la mirada, con el alma. Es ser alimento, refugio, abrigo y presencia. Y eso, definitivamente, no es poco.

Lactar es sostener, es vigilar, es estar disponible. Es dar de sí misma de una forma única e irrepetible. Por eso, repitámoslo hasta que se entienda: La teta es mucho más que solo leche.