En una fecha marcada por la efervescencia política latinoamericana, el 7 de mayo de 1924, nació un partido que rompería con las formas tradicionales de hacer política en el Perú. Pero su nacimiento no se dio en Lima ni en ninguna otra ciudad peruana, sino en el corazón intelectual de Ciudad de México.
Allí, en medio del destierro, Víctor Raúl Haya de la Torre dio forma a un proyecto que pretendía articular a América Latina bajo ideales de justicia, integración y lucha contra el dominio extranjero. Así surgió el Apra, una agrupación que desde el exilio empezó a construir su destino.
Una semilla latinoamericana plantada en suelo extranjero

La creación del Apra en 1924 fue un acto de ruptura. Mientras los partidos tradicionales del Perú se organizaban en torno a figuras caudillistas o intereses oligárquicos, Haya de la Torre propuso un esquema distinto: un frente de masas con vocación continental.
Desde México, formuló los principios fundacionales de la agrupación, que en su inicio fue concebida no como un partido nacional, sino como una alianza latinoamericana contra la dependencia económica y el imperialismo.
El Apra buscaba democratizar la propiedad de la tierra, ampliar los derechos laborales, fortalecer la educación pública y promover la unidad de los países del continente.
Estas ideas, difundidas a través de panfletos, conferencias y redes de intelectuales, conectaron con sectores populares, pero también despertaron la desconfianza de las elites y los gobiernos autoritarios de la región.
En sus primeros años, el aprismo fue más que una organización política: fue un pensamiento en movimiento, una respuesta ideológica a los desafíos sociales de una América Latina fragmentada y dependiente.
Perú: de la clandestinidad al reconocimiento político

El ingreso del Apra al Perú no fue inmediato. Durante buena parte de los años treinta, la organización fue perseguida por el régimen de Sánchez Cerro y luego por el de Benavides. Su prédica, sin embargo, se mantenía viva entre sindicatos, universidades y sectores urbanos empobrecidos. La narrativa de una justicia social aplazada y de una patria grande latinoamericana resonaba especialmente entre los jóvenes y los trabajadores.
Fue en 1945 cuando el Apra logró integrar el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero, a través de una alianza que pronto se fracturaría. El conflicto entre los ideales apristas y la realidad institucional del país derivó en una nueva etapa de confrontación.
No fue hasta 1985 que el Apra alcanzó, por fin, el poder ejecutivo con la elección de Alan García Pérez, joven dirigente que asumió la presidencia con apenas 36 años.
El largo tránsito desde la clandestinidad hasta el Palacio de Gobierno marcó al Apra como una fuerza que no solo desafiaba al poder, sino que también aprendía a convivir con él.
Pensamiento doctrinario y redes continentales

La base teórica del Apra se sustentaba en el pensamiento de Haya de la Torre, que combinaba elementos del marxismo, el antiimperialismo y el indigenismo. Su obra más conocida, El antiimperialismo y el APRA, fue escrita en 1928 y se convirtió en la guía doctrinal del movimiento.
En ella, Haya planteaba una lucha de los pueblos latinoamericanos no solo contra la explotación interna, sino contra las potencias extranjeras que controlaban recursos y economías.
El ideario aprista incorporó también una propuesta de economía mixta, un sistema cooperativo de producción y un Estado fuerte que garantizara servicios básicos a toda la población. Su influencia se expandió más allá del Perú: militantes de otros países replicaron sus ideas y fundaron núcleos apristas en Chile, Colombia, Ecuador y Centroamérica.
En un siglo marcado por dictaduras, intervenciones extranjeras y conflictos sociales, el Apra ofrecía una alternativa que conjugaba nacionalismo, reforma y solidaridad continental.
Entre luces y sombras: una historia de poder, caída y legado

Con la llegada de Alan García al poder en 1985, el Apra vivió su momento más alto. Su primer gobierno se caracterizó por un discurso antioligárquico, políticas económicas heterodoxas y una fuerte presencia del Estado. Sin embargo, el país cayó en una profunda crisis económica que debilitó su imagen. Más adelante, García regresaría al poder en 2006 con un enfoque distinto, más moderado y abierto al mercado.
El paso del tiempo mostró las tensiones internas de un partido que había nacido como movimiento revolucionario y que, tras décadas de lucha, enfrentaba la prueba de gobernar. Sus vínculos con casos de corrupción, los cambios en la dirigencia y la pérdida de presencia parlamentaria mermaron su fuerza.
Pese a ello, el Apra sigue siendo el único partido político peruano que nació fuera del país y que, durante casi un siglo, tejió una historia marcada por la resistencia, el poder y la controversia.
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