
En una región donde la represión aún silencia voces y el autoritarismo se disfraza de revolución, Rosa María Payá representa una rareza valiente: una activista que no ha dejado que el miedo marque sus pasos. Su voz —firme, lúcida, profundamente moral— ha sido una de las más consistentes en la denuncia del régimen cubano y en la defensa de los derechos humanos en todo el hemisferio. Hoy, esa trayectoria ha sido reconocida con una nominación histórica: Estados Unidos la ha propuesto oficialmente como candidata para integrar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para el período 2026–2029.
La designación no es simbólica. Es política, estratégica y profundamente necesaria.

La CIDH es una de las instituciones más importantes del continente. Desde allí se han documentado crímenes de Estado, protegido activistas perseguidos, promovido reformas estructurales y visibilizado situaciones de emergencia democrática. La entrada de una figura como Rosa María Payá traería una dosis de verdad incómoda, pero urgente, a un sistema interamericano que necesita renovarse sin perder su esencia: defender a los pueblos, no a los gobiernos.
Rosa no necesita presentación, ha construido su propio camino con firmeza. Al frente del proyecto Cuba Decide, ha impulsado una ruta ciudadana por el cambio político en su país, promoviendo un plebiscito vinculante que permita al pueblo cubano elegir su futuro en libertad. Su activismo no se ha limitado a la denuncia: ha articulado iniciativas legislativas en Estados Unidos, ha presionado desde las plataformas multilaterales y ha devuelto a Cuba a la conversación hemisférica cuando muchos preferían mirar hacia otro lado.

El Departamento de Estado ha descrito su candidatura como una apuesta por una “líder de derechos humanos de prestigio internacional”. Y no se equivocan. Payá ha recibido reconocimientos internacionales, como el Premio Morris Abram de Derechos Humanos (2019), y ha llevado su voz desde el Parlamento Europeo hasta el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Su experiencia en la defensa de libertades fundamentales la convierte en una candidata idónea para ocupar uno de los siete asientos de la CIDH.
Apoyar su nominación no es un gesto ideológico. Es un acto de coherencia moral. Es reconocer que las instituciones multilaterales necesitan voces con legitimidad desde las trincheras de la lucha, pero también con visión regional y capacidad de interlocución diplomática. Es recordar que el sistema interamericano no puede ser neutral ante el sufrimiento. Que necesita, más que nunca, liderazgos con coraje ético.

Las elecciones para conformar la CIDH se celebrarán en la Asamblea General de la OEA, del 26 al 28 de junio en Antigua y Barbuda. Desde ya, urge que los Estados democráticos asuman su responsabilidad histórica y respalden a quienes han dedicado su vida a proteger la libertad, incluso cuando hacerlo significaba arriesgarla.
Desde este espacio, celebro la nominación de Rosa María Payá. Porque su presencia en la CIDH no sería solo una victoria para Cuba: sería una victoria para América Latina. Para quienes creemos que la dignidad no se negocia. Para quienes apostamos por una región libre, democrática y justa. Y para quienes no hemos olvidado que, en el corazón de todo proyecto colectivo, debe haber siempre una voz que no se rinde.

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