
La ciudad avanza con pasos cansados. En sus calles, cada rostro lleva un relato no contado, una escena inconclusa. Un hombre duerme junto a un paradero, dos amigos se reencuentran después de años, un niño observa cómo se apaga lentamente la vida de su abuelo. En medio de esos pasajes anónimos, Bryan Villacrez escribe. No busca finales felices ni moralejas, sino momentos detenidos en el tiempo, sacudidos por lo inesperado. Su libro, ’Las vidas que tomé prestadas’, no se presenta como una antología de cuentos, sino como un caleidoscopio de historias que recogen, desde la ficción, verdades más profundas que las de cualquier crónica.
Desde la portada hasta el último cuento, el libro se posiciona en un terreno incierto, entre lo fantástico y lo cotidiano. Villacrez elige personajes que caminan al margen, cuyas decisiones —mínimas a veces— los empujan a un punto de quiebre. No se trata de héroes ni de mártires, sino de personas comunes que enfrentan lo inevitable: el paso del tiempo, la muerte, la pérdida, la duda, la fe, el olvido. El autor afirma que, en estos relatos, “el destino se manifiesta como ese momento en el que tienes que tomar una decisión que puede cambiar tu vida”.
Desde la docencia y su experiencia en la comunicación, lleva años explorando la dimensión social de la palabra. Su blog literario Mar de Fondo se convirtió en un espacio de intercambio constante, pero fue con este primer libro que sus historias tomaron cuerpo. “No todo es ficción”, admite. “Uno escarba en su pasado, en situaciones que ha vivido o que le han contado. De eso se trata también: de tomar prestadas las vidas de otros para poder plasmarlas”.
En conversación con Infobae Perú, el escritor compartió los fundamentos de su escritura, sus obsesiones temáticas y la urgencia de contar lo que muchas veces no se dice.
Las decisiones que mueven el relato

Cuando se le pregunta por el rol del destino en su obra, Bryan responde sin rodeos: “Sí, creo que existe un propósito. No es simplemente azar, no es como lanzar los dados y aceptar lo que te tocó. Siempre trato de pensar en qué decisiones puedo tomar para darle un giro a mi vida”.
En Las vidas que tomé prestadas, cada cuento parece girar sobre ese punto. En La promesa inquebrantable, dos amigos mantienen viva una deuda emocional desde los años 50. En El poder del qué, el protagonista se enfrenta a su propia mente, a la posibilidad de no poder continuar. Son relatos donde una elección o un encuentro transforman la lógica de los días.
Esa estructura no responde a una fórmula preestablecida, sino al modo en que Villacrez construye sus historias. “Recojo anécdotas, tanto mías como de otros. A veces estoy en un bar con amigos, como en A la sombra del poeta, y observo a mi alrededor. Como periodista, te das cuenta de personajes únicos, personas con una esencia especial que parecen salidas de un libro”.
Uno de los relatos más representativos del libro es El vagabundo, un texto que plantea una crítica social directa sin necesidad de panfletos ni declaraciones explícitas. “Todos nos hemos cruzado alguna vez con alguien en situación de calle”, explica el autor. “Estos cuentos están hechos para que el lector se reconozca o se coloque en la piel de los personajes. Hablan de cosas que pasan todo el tiempo”.
Lejos de buscar personajes extraordinarios, se concentra en lo humano. En la angustia, en el cansancio, en los silencios. “Existe la angustia de los tiempos en que vivimos, el individualismo y el vacío humano; así como la inseguridad”, explica. “Cada época y sociedad tienen sus propios problemas y la literatura es una manera de reflejar y registrar los tiempos”.
Así, cada cuento se convierte en una instantánea emocional, en un espejo distorsionado de lo que se vive día a día. A veces, las historias parten de recuerdos personales; otras veces, de conversaciones sueltas. En todas, hay una búsqueda clara por conectar con el lector desde lo emocional, no desde la lógica.
Escritura a la espera de la intuición

Lejos de la disciplina que impone la rutina de muchos escritores, Bryan Villacrez espera el impulso creativo. “Cuando llega la inspiración, puedo sentarme dos, tres o cuatro horas a escribir sin parar”, confiesa. “Luego reviso lo escrito durante la semana, dos o tres veces. Siempre estoy anotando ideas. A veces sueño algo y pienso: ‘esto puede ser una buena historia’”.
Esa libertad permite que los relatos evolucionen de manera orgánica. “He empezado cuentos con una idea clara de cómo terminarían, pero en el camino la historia evoluciona. He cambiado finales incluso en el último párrafo”.
Este tipo de construcción no busca imponer una visión única, sino abrir espacio para que el lector se apropie del texto. “Cuando hago clubes de lectura por Zoom con los lectores, ellos muchas veces entienden los cuentos de una forma totalmente distinta a la que yo tenía al escribirlos. Y eso es lo bonito de la literatura”.
De la vida al papel

En el cuento Don Piero y yo, Villacrez expone uno de los relatos más íntimos del libro. Allí, el narrador acompaña a un personaje mayor durante sus últimos días. La historia tiene un vínculo directo con la vida del autor. “Ese es uno de los relatos más íntimos del libro. Mucho de lo que se cuenta allí ocurrió realmente”.
Esa mezcla entre ficción y experiencia personal aparece constantemente a lo largo del libro. No como un testimonio explícito, sino como una forma de asumir lo vivido desde la creación. “Uno no puede escribir desde el vacío”, sostiene. “Siempre hay algo que te mueve, una conversación, una escena, una imagen”.
En su construcción de personajes, el escritor reconoce que varios parten de personas reales. Algunas son producto de la memoria, otras aparecen como figuras que lo sorprenden en medio de lo cotidiano. “No todos los personajes tienen una relación directa conmigo, pero muchos sí están inspirados en personas con las que he conversado o situaciones que he conocido”.
Literatura y salud mental

Uno de los temas que atraviesa el libro —y que forma parte de su próximo proyecto— es la salud mental. “Estoy trabajando en una novela. No puedo revelar mucho aún, pero trata sobre salud mental, un tema que me parece fundamental y que no siempre recibe la atención que merece”, comenta.
Ese interés no surge por moda ni coyuntura, sino por una preocupación personal y profesional. “La angustia que producen los problemas de salud mental es también un tópico en estas historias”, señala. En El poder del qué, por ejemplo, el protagonista se encuentra frente a una crisis emocional de gran intensidad. A través de la ficción, lo que busca es nombrar lo que suele permanecer oculto.
Para él, la literatura es un canal para abordar esos silencios, no desde la pedagogía, sino desde la identificación. Que el lector se vea reflejado y no juzgado. Que pueda, quizá, encontrar un alivio en el reconocimiento de esa misma fragilidad.
Un libro que camina con sus lectores

El libro está disponible en librerías independientes, en plataformas digitales y en espacios culturales como Café Amancay, en el Centro de Lima. Bryan Villacrez mantiene contacto con sus lectores a través de redes sociales, donde publica puntos de venta y organiza actividades.
Su propuesta no busca imponer una lectura única. “Un libro, una vez publicado, ya no es solo del autor: pasa a ser del lector, que lo interpreta desde su propia experiencia”.
En Las vidas que tomé prestadas, Villacrez construye relatos desde lo común, pero los lleva hacia zonas donde lo insólito y lo simbólico se cruzan. No hay moralejas ni verdades absolutas, solo historias que invitan a detenerse, a mirar con otros ojos lo que ocurre cada día en una calle, en un bar, en una casa cualquiera. A veces, basta con eso para contar algo inolvidable.
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