El niño que vio morir a sus padres y fue condenado por su apellido: la historia silenciada de Fernando Túpac Amaru

Fernando Túpac Amaru, hijo de los líderes rebeldes Micaela Bastidas y José Gabriel Túpac Amaru, fue testigo de una de las mayores tragedias que marcó la historia de la resistencia indígena en América Latina. A la edad de diez años, se presentó la cruel ejecución pública de sus padres, figuras emblemáticas de la lucha contra el dominio colonial español. Su madre, Micaela Bastidas, mestiza de raíces indígenas, fue sometida a torturas indescriptibles antes de ser asesinada. Su padre, Túpac Amaru, líder del gran levantamiento de 1780, sufrió una muerte aún más desgarradora: fue desmembrado por caballos antes de ser decapitado. Esta masacre selló el destino del hijo menor del último inca, quien, tras ser arrestado y condenado a años de prisión, fue relegado por la historia oficial.

El destino de este niño, marcado por la tragedia y el abandono, era aún más sombrío. A pesar de ser el heredero de un legado de resistencia, Fernando pasó su vida condenado por el apellido que llevaba, sometido a la miseria y el olvido. Sin embargo, el reciente hallazgo de cartas y testimonios recogidos, como los del periodista Daniel Yovera para Epicentro, han permitido recuperar parte de su historia y darle visibilidad a este personaje silenciado por siglos. A través de estas fuentes, se revela cómo el hijo menor de Túpac Amaru II no solo luchó por su supervivencia, sino que también intentó ganarse un lugar en la sociedad colonial, imploraba clemencia y un futuro de dignidad.

El heredero rebelde tenía solo 10 años cuando presenció el asesinato de sus padres. La corona española, decidida a aplastar la rebelión encabezada por Túpac Amaru II, ejecutó a Micaela Bastidas, a su esposo y a su hermano Hipólito Túpac de manera pública y brutal. El joven Fernando y su hermano Mariano fueron apresados, y su calvario comenzó con la tortura física y emocional.

Los dos hermanos fueron encarcelados en condiciones inhumanas. Se les negó alimento y agua, se les sometió a trabajos forzados, y vivieron en un lugar donde la higiene brillaba por su ausencia. Las prisiones eran su única realidad: hambre, castigo y desesperanza. Sin embargo, la tortura no terminó ahí. Ambos fueron castrados con el fin de asegurarse de que Túpac Amaru II no tuviera descendencia. Las heridas físicas eran tan graves como las psicológicas, y el sufrimiento del prisionero olvidado marcó su existencia desde entonces.

Según la información proporcionada por el medio El País, después de permanecer durante años en prisión, Fernando y Mariano fueron transportados hacia Lima, en un trayecto de más de 1.100 kilómetros. Encadenados y sin comida suficiente, caminaron descalzos durante más de dos meses, sin descanso y bajo el sol abrasador. Durante ese tiempo, muchos prisioneros sucumbieron a la deshidratación y la inanición. A lo largo de este trayecto, el descendiente de los líderes vio morir a sus compañeros, y, como si fuera poco, el cadáver de una mujer fue arrastrado por el suelo, un recordatorio constante de la crueldad del régimen español.

Una vez en Lima, los hermanos fueron alojados en la Fortaleza Real Felipe, donde las condiciones de vida continuaron siendo de extrema miseria. Durante ese tiempo, Mariano trató de mantener la moral de su hermano, aconsejándole que no se rindiera ni se quitara la vida, ya que esa era justamente la meta de los opresores: doblegar su espíritu. Pero el tormento continuó sin cesar.

Después de viajaron a España, donde Fernando, posteriormente, sería llevado a una mazmorra en África. Según el medio La República, durante este viaje, la comida no alcanzaba para los tripulantes, por lo que era mucho peor para los reclusos.

Las torturas no fueron soportadas por Mariano y terminó muriendo a mitad del periplo. Días después, el capitán falleció a causa de la viruela y, como el que lo relevó no tenía experiencia, hizo que su tripulación sufriera un naufragio. Tanto españoles como criollos perecieron ahogados y pocos sobrevivieron.

El traslado de Fernando a España representó otro capítulo de sufrimiento. En las cárceles españolas, la vida no fue menos cruel. En la prisión de Cádiz, donde estuvo recluido en el castillo de San Sebastián, la vida se resumía en hambre, enfermedades y una falta total de dignidad. Los prisioneros de origen español gozaban de ciertos privilegios, mientras que el hijo menor de Túpac Amaru II y otros reclusos indígenas sufrían las peores condiciones. La falta de higiene provocó epidemias, y la desesperación se apoderó de los prisioneros, quienes vivían en total hacinamiento.

Cuando Fernando cumplió 17 años, fue llevado a las escuelas pías de Getafe, donde pudo aprender a leer y escribir. Durante este tiempo, se dedicó a redactar sus memorias, llenas de reflexiones sobre su sufrimiento, pero también sobre la lucha por la libertad que su familia había iniciado. En sus cartas, el joven expresaba su admiración por la Revolución Francesa, pues la veía como un faro de esperanza para los pueblos oprimidos. Sin embargo, los intentos de los españoles por forzarlo a olvidar sus raíces y su legado fueron constantes, pero él nunca se rindió.

A los 30 años, el joven condenado enfermó gravemente y murió el 30 de julio de 1798 en el Barrio de las Letras, en Madrid. En sus últimas cartas, dejó ver el tormento que marcó su existencia. En una de sus líneas más desgarradoras escribió: “La cárcel envejece y borra la sonrisa del hombre más duro”.

Gracias a la investigación del periodista Daniel Yovera, se rescata el testimonio del economista español Aldo Olcese Santonja, quien —según el autor— “sabía más de Túpac Amaru que la mayoría de peruanos”. Olcese se interesó profundamente por la figura de Fernando y lamentó el destino del joven, que murió en la más absoluta pobreza. “El que muere indigente, sin recursos, sin familia... como Fernandito —dijo Olcese—, pues la iglesia, de limosna o por caridad, entierra a esa persona”.

Conmovido por esa historia, Olcese intentó descubrir el paradero de sus restos. Al buscar en los archivos del Barrio de las Letras, encontró dos obstáculos históricos que dificultaron su localización: una epidemia que afectó a Madrid en el siglo XIX y el bombardeo franquista de 1936, que destruyó gran parte de los registros. Aun así, desde 2020 ha gestionado la posibilidad de repatriar al Perú un símbolo de Fernando: una urna con un puñado de tierra del lugar donde se cree que fue enterrado.

Luego de más de 200 años, los restos simbólicos de Fernando Túpac Amaru llegaron al Perú, luego de un largo viaje que incluyó un homenaje en Lima y un pasacalle con danzas tradicionales de Cusco. Este regreso fue un tributo a su sacrificio y una reivindicación histórica que busca visibilizar a las víctimas del colonialismo y reconocer el aporte de los pueblos originarios a la construcción del Perú moderno.

El acto fue presidido por el alcalde de Cusco, Luis Pantoja, y fue una oportunidad para recordar no solo a Fernando, sino también a toda su familia, que luchó por la libertad y la justicia. La memoria de Túpac Amaru II y Micaela Bastidas sigue viva en la historia del país, y el regreso de los restos simbólicos de su hijo menor reafirma el compromiso por la justicia social y la preservación de la memoria histórica.