
Las relaciones entre las grandes familias de poder a menudo se tejen en escenarios exclusivos, donde los destinos nacionales se moldean entre apellidos ilustres y acuerdos susurrados en salones de élite.
Tal es el caso del vínculo entre Manuel Prado Ugarteche y David Rockefeller, dos hombres que, desde sus años de estudio en la London School of Economics en 1937, forjaron una amistad que dejaría huella en la historia económica y política del Perú.
Manuel Prado Ugarteche no era un estudiante cualquiera. Ingeniero civil y expresidente del Banco Central de Reserva, su linaje lo vinculaba con una historia de poder en el Perú.
Su padre, Mariano Ignacio Prado, había gobernado el país en el siglo XIX, dejando una reputación controvertida (por decir lo menos) tras su inesperada ausencia en plena Guerra del Pacífico. Manuel, por su parte, ya había respaldado el golpe de Estado de Óscar R. Benavides en 1914, dejando clara su inclinación por la política.
El encuentro

En Londres, Prado se cruzó con un joven David Rockefeller, heredero de una de las fortunas más imponentes del mundo. Nieto de John D. Rockefeller, cuya Standard Oil había transformado la industria del petróleo en un monopolio casi absoluto, David era parte de una dinastía que controlaba el 90 % del petróleo en Estados Unidos y tenía intereses estratégicos en todo el continente.
Entre esos intereses, figuraba la International Petroleum Company (IPC), la cual, desde 1914, explotaba el petróleo en Piura, con condiciones muy favorables para su conglomerado y muy desfavorables para el Estado peruano.
Cuando Manuel Prado llegó a la presidencia del Perú en 1939, su amistad con los Rockefeller no fue un mero detalle anecdótico, sino un elemento clave en el rumbo político y económico de su gobierno. La Segunda Guerra Mundial convirtió a América Latina en una región de alto interés estratégico para Estados Unidos.
En este contexto, Franklin Roosevelt designó a Nelson Rockefeller, hermano de David, como coordinador de Asuntos Interamericanos, una posición creada exclusivamente para supervisar la influencia estadounidense en la región y que desapareció con el fin del conflicto.
La cercanía entre los Rockefeller y Prado se tradujo en decisiones políticas concretas. En un acto de alineamiento total con Washington, el gobierno de Prado deportó a cerca de dos mil ciudadanos de ascendencia japonesa a Estados Unidos y declaró la guerra a Alemania y Japón en 1945, cuando el Eje ya estaba en retirada.
No obstante, las conexiones entre el presidente peruano y sus amigos millonarios no se limitaban a la política internacional, según se relata en el libro Perú Bizarro de Marco Sifuentes.
Los tentáculos en Perú

En el ámbito económico, los Rockefeller lograron expandir sus intereses en el Perú con el respaldo de Prado. La construcción de la carretera a Pucallpa, financiada con dinero estadounidense, no solo facilitó la conectividad en la Amazonía, sino que también permitió el acceso al campo petrolero de Ganso Azul, en las inmediaciones de la ciudad.
La guerra también disparó la demanda de caucho, y el Perú se comprometió a vender su producción excedente a Estados Unidos, con el financiamiento de un aeropuerto en Iquitos como contrapartida.
Para hacer viable la explotación de los recursos amazónicos, se recurrió al Instituto Lingüístico de Verano, una organización financiada en parte por la Fundación Rockefeller, que tenía la tarea de “evangelizar” a las poblaciones nativas y facilitar su integración a la economía capitalista.
La relación de Prado con la IPC también se vio reflejada en medidas legislativas. En 1941, la Ley 9485 permitió que la empresa recuperara buena parte de las regalías que debía pagar al Estado peruano. Sumado a esto, el gobierno eliminó subsidios a productos de primera necesidad, generando un aumento en los precios de la gasolina y beneficiando directamente a la IPC, consolidando aún más su dominio en el mercado energético peruano.
También el junior

Pero la influencia Rockefeller sobre el Perú no se limitó a la presidencia de Manuel Prado. Su hijo, Manuel Ignacio Prado, inició su carrera en Washington bajo la tutela de Nelson Rockefeller y, posteriormente, trabajó en el Chase Manhattan Bank, propiedad de la familia Rockefeller, el mismo banco que controlaba el Banco Continental en el Perú y financiaba a la IPC.
En 1956, Manuel Prado Ugarteche fue elegido nuevamente presidente con el apoyo del APRA, en un contexto donde la lucha por la recuperación de La Brea y Pariñas estaba en su punto más álgido.
A pesar de la indignación nacional contra la IPC, Prado decidió reafirmar su amistad con David Rockefeller de la manera más simbólica posible: el 16 de junio de 1962, poco antes de dejar el cargo, condecoró a su amigo con la Orden El Sol del Perú. En una jugada que muchos vieron como un gesto de sumisión, el presidente peruano honró a un empresario cuya compañía había lucrado por décadas a expensas del país.
Los únicos beneficiados

La relación entre los Prado y los Rockefeller es una muestra de cómo las alianzas personales pueden definir el destino de una nación. En este caso, una amistad nacida en las aulas de Londres terminó favoreciendo los intereses de un conglomerado petrolero por encima del bienestar nacional.
Las decisiones tomadas durante los gobiernos de Prado no solo consolidaron el poder de la IPC en el Perú, sino que también fortalecieron la influencia de los Rockefeller en la economía y política del país.
Esta historia, aunque muchas veces olvidada, nos recuerda que las decisiones políticas no se toman en el vacío. Detrás de cada decreto, de cada concesión y de cada acuerdo internacional, hay redes de poder que trascienden fronteras y generaciones. Y en ese juego de influencias, algunos nombres, como Prado y Rockefeller, siempre parecen estar presentes, asegurándose de que la historia se escriba a su favor.
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