
Uno de los presidentes más polémicos que ha tenido el Perú y que, a pesar del tiempo, sigue causando controversia por sus acciones y por su final es Augusto B. Leguía.
Y es que el protagonista principal del ‘Oncenio’ fue un hombre de visiones grandiosas, cuyo ascenso y caída marcaron una era que continúa siendo analizada y debatida. Conocido por haber sido el presidente peruano que más tiempo estuvo en el poder, su historia está marcada por contrastes, entre los logros de su polémica gestión y las sombras de su última prisión.
El ascenso al poder

Nacido el 19 de febrero de 1863 en la ciudad de Arequipa, Leguía provenía de una familia aristocrática que le brindó acceso a una educación esmerada. Desde joven, mostró interés por la política y las cuestiones nacionales.
Su carrera como político despegó tras su participación en diversas administraciones a lo largo de los años. Sin embargo, fue en 1908 cuando alcanzó la presidencia por primera vez, luego de un golpe de Estado que derrocó a José Pardo y Barreda.
Lo que siguió fue una de las etapas más significativas en la historia política peruana: el Oncenio. Bajo su mando, el Perú experimentó una transformación notable en términos de infraestructura, economía y relaciones exteriores. Se impulsaron grandes obras públicas, como la construcción de ferrocarriles y la modernización de las principales ciudades del país.
Leguía proyectó una imagen de liderazgo fuerte y carismático, con un enfoque hacia el progreso y la estabilidad nacional. Además, fue un ferviente defensor del desarrollo económico y la integración con Estados Unidos, con quien fortaleció las relaciones comerciales.
Su habilidad para navegar los desafíos políticos de la época le permitió consolidarse como un líder indiscutido. Pero mientras su popularidad crecía, también lo hacía su autoritarismo. En 1919, aprovechando un contexto internacional y nacional propicio, Leguía se mantuvo en el poder por medio de un segundo golpe de Estado, lo que dio inicio a una de las etapas más controvertidas de su presidencia.
El “Oncenio” y la consolidación del poder

El Oncenio de Leguía, que comenzó en 1919, representó la consolidación de su poder en un régimen autoritario. Esta etapa se caracterizó por la centralización del poder en el ejecutivo, el control absoluto sobre las instituciones y la eliminación de toda oposición política. Durante esta década, Leguía no solo mantuvo una estabilidad interna relativa, sino que también llevó al Perú a una posición de mayor importancia en el concierto internacional.
El auge de la minería, especialmente del cobre y el guano, permitió que el gobierno de Leguía implementara una serie de reformas y programas de infraestructura que modernizaron el país. Se construyeron más carreteras, puentes y ferrocarriles, y se consolidó una política de expansión del comercio exterior. Sin embargo, no todo fue prosperidad. Las tensiones internas, la represión política y las malas condiciones laborales para muchas clases sociales fueron aspectos menos visibles de su gobierno.
Al mismo tiempo, la clase obrera y las élites urbanas comenzaron a cuestionar su autoritarismo y las reformas que favorecían a los intereses de las grandes corporaciones extranjeras. La represión a los movimientos sociales y a la oposición política se hizo más evidente, lo que preparó el terreno para el descontento popular.
La crisis de 1930

La figura de Leguía, que había sido un símbolo de poder y progreso, comenzó a desmoronarse durante la década de 1930. En 1930, las tensiones sociales, la crisis económica global y la oposición interna llegaron a su punto culminante. En un contexto de descontento generalizado, Leguía se enfrentó a un golpe de Estado encabezado por Luis Miguel Sánchez Cerro, un militar que aprovecharía el malestar popular para derrocar al presidente.
El golpe de Sánchez Cerro fue implacable, y Leguía, con más de 60 años, se vio obligado a renunciar. Fue arrestado y llevado a prisión, un desenlace dramático para un hombre que había dominado la política peruana durante más de dos décadas. Lo que siguió fue un período de caos y desorden en el país, con el Perú enfrentando una serie de crisis políticas y económicas que afectaron a la población.
El último acto

Lo que nadie imaginaba era que la caída de Leguía no solo sería política, sino también física. Tras su destierro y encarcelamiento en 1930, (en El Frontón primero y en Panóptico después) el expresidente fue sometido a condiciones duras en prisión, lo que afectó gravemente su salud.
Durante su tiempo en la cárcel, sufrió una serie de complicaciones médicas y, finalmente, falleció el 6 de agosto de 1932 en el Hospital Naval de Bellavista, en el Callao. Su muerte en prisión lo convirtió en el único presidente peruano en morir mientras estaba encarcelado, marcando de forma trágica su destino.
Su lugar en la historia

La figura de Augusto B. Leguía sigue siendo objeto de controversia y debate. Para algunos, fue un visionario que modernizó el Perú y estableció las bases de la infraestructura nacional; para otros, su autoritarismo y la represión durante el Oncenio ensombrecen sus logros.
A lo largo de los años, su figura ha sido reinterpretada, y su legado sigue siendo evaluado con ojos críticos. La historia lo recuerda como un hombre capaz de construir grandes obras, pero también como un líder que terminó siendo víctima de las mismas fuerzas que él mismo había ayudado a consolidar.
La muerte de Leguía en prisión, tras una vida de poder absoluto y gloria, es un recordatorio de la fragilidad del poder y de cómo los grandes líderes pueden caer de la forma más inesperada. Si bien su nombre está grabado en las páginas de la historia peruana, el balance de su legado sigue siendo debatido: una figura que dejó huella, pero cuya caída fue tan dramática como su ascenso.
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