
En las calles de Lima, hacia finales del siglo XVI y durante el siglo XIX, las mujeres adoptaron una prenda que se convirtió en símbolo de la ciudad: la “tapada”. Este atuendo consistía en un manto que cubría casi todo el cuerpo, ya que dejaban solo un ojo visible. A simple vista, podría parecer una expresión de sumisión y opresión, pero, lejos de ser un simple elemento decorativo, su uso se asociaba con una práctica de subversión de los códigos sociales establecidos. Flora Tristán, reconocida pensadora y activista, es una de las figuras que más reflexionó sobre este comportamiento. Tristán vio en la “tapada” un acto de liberación femenina, un “pacto cultural” que permitía a las mujeres escapar de los rígidos moldes patriarcales impuestos por la sociedad limeña.
La historiadora y escritora también subraya cómo las mujeres que adoptaban esta práctica desafiaban el control social. Para ellas, el simple hecho de cubrirse de esta manera les otorgaba una autonomía temporal, una forma de escapar de las expectativas de la feminidad tradicional. En su obra ‘Peregrinaciones de una paria’, Tristán señala que el uso del manto no solo tenía un componente simbólico, sino también práctico: “quien osara quitar a una mujer con saya, el manto que le oculta el rostro, sería perseguido por la indignación pública y severamente castigado” . De esta forma, la tapada no solo representaba una estrategia para ocultar la identidad, sino también una transgresión hacia los mecanismos de control social de la época.
Una prenda de lucha: la subversión a través de la vestimenta
El manto que cubría el rostro y el cuerpo de las mujeres no solo era una respuesta a las normas de conducta que limitaban la libertad femenina, sino que también era un vehículo de autonomía. Según el análisis de Judith Butler sobre la performatividad de género, las identidades no son fijas ni naturales, sino que se construyen a través de actos repetidos y conscientes.

De este modo, las mujeres que se cubrían con el manto llevaban a cabo una actuación, un “acto performativo”, que desafiaba las expectativas sobre la feminidad.
Butler sugiere que el género es una construcción social que se revela a través de gestos y comportamientos, lo que implica que incluso las prácticas más tradicionales pueden ser reconfiguradas para resistir el control social.
El gesto de cubrirse el rostro con un manto tiene un poder transgresor, ya que altera la forma en que se percibe el cuerpo de la mujer en una sociedad jerárquica. Esta alteración, lejos de ser una sumisión, se convierte en una forma de resistencia. El acto de ocultar la identidad física cuestiona la jerarquía social, al mismo tiempo que crea un espacio en el que la mujer puede decidir cómo y cuándo revelar su verdadera identidad. La tapada se convierte, de esta manera, en una poderosa herramienta de autonomía y transgresión, ya que permite a la mujer deshacer temporalmente las etiquetas impuestas sobre su cuerpo.
La tapada como estrategia de poder y autonomía femenina
Aunque en su mayoría las mujeres que usaban el manto eran percibidas como pertenecientes a la élite limeña, el uso de la tapada no era exclusivo de una clase social. De hecho, esta práctica se extiende a todas las clases, pero con variaciones en los detalles del atuendo, como el material del manto y su nivel de cobertura. Tristán menciona una modalidad especial de la tapada, la llamada “disfrazada”, en la que las mujeres usaban prendas viejas y desgastadas. Este tipo de tapado generaba un respeto particular en la ciudad, pues quienes lo adoptaban se consideraban personas con razones importantes para hacerlo, lo que les aseguraba una discreción especial.
Este tipo de “disfraz” iba más allá de un simple cambio de vestimenta. Era un acto de poder que permitía a las mujeres navegar por las calles sin la amenaza constante del escrutinio público. La “tapada” ofrecía una capa de anonimato que, al mismo tiempo, confería un control sobre su propia imagen. En una sociedad donde las mujeres eran vistas principalmente como madres y esposas, el simple hecho de poder modificar su apariencia y escapar momentáneamente de esas expectativas, les otorgaba una forma de resistencia frente al sistema de control patriarcal.
El impacto de la tapada en la construcción de la identidad femenina
Al tratarse de un acto de resistencia social, la tapada no solo alteraba el comportamiento visible de las mujeres en la ciudad, sino que también transformaba la manera en que se construía su identidad en un contexto social altamente conservador. Según la visión de Flora Tristán, al usar el manto, las mujeres no solo se alejaban de la mirada constante del público masculino, sino que también se despojaban, aunque temporalmente, de las expectativas de pasividad y sumisión. A través de este acto performativo, las mujeres pudieron redefinir su identidad de género, aunque fuera de forma momentánea.
En el marco de la Lima colonial, donde el cuerpo de la mujer era el principal medio de control social, la tapada representaba una ruptura con las normas de la época. Lejos de ser una mera ocultación, se trataba de una forma de afirmación de la autonomía femenina. Aunque la tapada no estaba pensada como una herramienta de lucha directa por los derechos de las mujeres, sí representaba una manifestación de poder a través del control de la propia imagen. Esta práctica, cargada de significados subversivos, muestra cómo el cuerpo de las mujeres en la Lima de esa época era tanto un campo de lucha como de negociación.
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