
En la hacienda de Montán, en la provincia de Cajamarca, un militar peruano se enfrentó a una de las decisiones más trascendentales de la historia nacional. Miguel Iglesias, líder político y militar, encabezó un movimiento que cambiaría el rumbo de la Guerra del Pacífico.
En agosto de 1882, en plena ocupación chilena, Iglesias proclamó lo que sería conocido como el Grito de Montán, un manifiesto que instaba a poner fin al conflicto con Chile, aunque ello implicara la cesión de territorios perdidos.
Iglesias, nacido en Celendín, una región de los Andes peruanos, era un hombre de probada experiencia en la defensa del país. Su vida estuvo marcada por una participación activa en los momentos más críticos de la guerra contra Chile.
En el campo de batalla

Alzándose como un hacendado de renombre, Iglesias organizó y dirigió a las fuerzas peruanas durante las intensas batallas de la guerra, destacándose en la Batalla de San Juan. Allí, el 13 de enero de 1881, luchó ferozmente contra las tropas chilenas, resistiendo en el flanco derecho de la defensa peruana.
Pero la trayectoria de Iglesias no solo estuvo marcada por las armas. Tras su liberación, obtuvo permiso para retirarse a su hacienda en Cajamarca, bajo la condición de mantenerse al margen de la lucha. Sin embargo, el contexto de la guerra seguía siendo trágico para el pueblo peruano.
Tras la ocupación de Lima por las fuerzas chilenas y con el país en ruinas, Iglesias, lejos de permanecer inactivo, se reincorporó al campo político y militar. En 1882, bajo la administración provisional de Lizardo Montero, fue nombrado jefe militar y político de los departamentos del norte, donde organizó fuerzas para enfrentar a los invasores en la Batalla de San Pablo. Sin embargo, esta victoria resultó efímera, ya que desencadenó una brutal represalia de los chilenos sobre la población civil.
Dura decisión

Con la guerra, en su fase más desesperante, Iglesias tomó una postura que lo colocó en el centro de la controversia. Desde su perspectiva, la guerra estaba perdida para Perú. Las ciudades y pueblos sufrían continuos saqueos, matanzas y un doloroso despojo por parte de las fuerzas invasoras.
La postura de Iglesias fue clara desde principios de 1882. En una proclama suscrita en Cajamarca, antes de la batalla de San Pablo, declaró que solo un acuerdo de paz podía salvar a Perú. Su propuesta era un pacto con Chile que, aunque doloroso, permitiría la regeneración de la nación, luego de tantos años de destrucción.
Este pensamiento se materializó en el Grito de Montán, el 31 de agosto de 1882, donde subrayó la necesidad de poner fin al sufrimiento de la población peruana. Iglesias, desde su exilio en la hacienda de Montán, proclamó que la lucha ya no se libraba contra Chile, sino contra “nuestros propios desventurados pueblos”. Así, invitaba a reconocer la derrota y evitar más derramamiento de sangre.
Presidente regenerador

Poco después de este manifiesto, Iglesias proclamó su autoridad sobre los siete departamentos del norte, en un acto que fue el preludio de la creación de un gobierno paralelo. Convocó a una asamblea para discutir los términos de la paz con Chile.
Su propuesta fue muy controversial. Para muchos, aceptaba las condiciones impuestas por Chile, lo que significaba una claudicación de la soberanía peruana. No obstante, la situación de los peruanos bajo ocupación chilena era desesperante.
Base para el Tratado de Ancón

En mayo de 1883, Iglesias firmó el protocolo preliminar con Chile, que sentó las bases para el Tratado de Ancón, firmado en octubre de ese mismo año. Este tratado, que ponía fin oficialmente a la guerra, implicaba la cesión de las provincias del sur a Chile.
El Grito de Montán es un episodio crucial en la historia del Perú, un acto de desesperación en tiempos de guerra que reveló la complejidad de las decisiones que los líderes políticos debían tomar en momentos de crisis.
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