
El caso de la cantante Flor Quispe Sucapuca, conocida como “Muñequita Milly”, ha reavivado el debate sobre las cirugías plásticas y sus riesgos. A sus 23 años, Milly falleció el pasado 3 de abril tras someterse a una liposucción, un procedimiento que prometía ajustarse a sus expectativas estéticas, pero que terminó en tragedia.
La controversia se encuentra en constante crecimiento, especialmente entre las jóvenes que acuden a estos tratamientos en búsqueda de un ideal estético promovido por redes sociales y medios de comunicación. Este fenómeno no es trivial; detrás de cada decisión hay una presión social que, en muchos casos, lleva a elecciones apresuradas y arriesgadas.
En Perú, el panorama es preocupante. Según datos del Ministerio de Salud, en los últimos cinco años, se han registrado al menos 23 muertes relacionadas con negligencias en cirugías plásticas. La elección de centros no capacitados y profesionales sin la debida acreditación es una constante en estas tragedias, alertando sobre la precariedad en la que operan ciertos lugares.
Las jóvenes, bajo el influjo de estándares de belleza casi inalcanzables, recurren a la liposucción como una solución rápida a sus inseguridades físicas. Sin embargo, la falta de información y asesoramiento adecuado las pone en riesgo. La atracción por ofertas económicas y la promesa de resultados inmediatos tiende un velo sobre las consecuencias potencialmente mortales.
Otro punto es la desinformación. En manos correctas, ninguna paciente debería morir. La liposucción tradicional está diseñada para tratar áreas más extensas del cuerpo, como el abdomen, los muslos, la espalda, los brazos y las caderas. Este procedimiento, que generalmente se realiza bajo anestesia general o local, implica la inserción de una cánula a través de pequeñas incisiones en la piel. La grasa se extrae mediante un dispositivo de succión, permitiendo una reducción significativa del volumen graso en diversas zonas.
En contraste, la ‘lipo localizada’ se enfoca en áreas muy específicas donde hay acumulaciones menores de grasa que son difíciles de eliminar mediante dieta y ejercicio. Zonas como el mentón, los brazos, y los flancos son objetivos comunes de este tratamiento. La lipo localizada es menos invasiva y suele realizarse bajo anestesia local, permitiendo una recuperación más rápida y con menos complicaciones que la liposucción tradicional. La técnica y el equipo pueden ser similares, pero la escala de intervención es considerablemente menor.
La liposucción convencional requiere un periodo de recuperación más prolongado debido a la extensión del área tratada y la cantidad de grasa extraída, lo que puede resultar en inflamación y hematomas más severos. Los pacientes pueden necesitar varias semanas para retomar sus actividades habituales. Por otro lado, los pacientes sometidos a una localizada pueden reincorporarse a sus rutinas diarias en pocos días, dado que este procedimiento trata menos tejido y tiende a provocar menos inflamación y moretones.
La ‘Muñequita Mili’ optó por el primer procedimiento con un médico con antecedentes cuestionables. Su muerte aún no encuentra justicia. Elegir un médico certificado por entidades reconocidas, con un historial y trayectoria comprobables, debería ser una prioridad. La salud y la vida no deben ponerse en manos de improvisados ni de ofertas tentadoras que carecen de respaldo profesional.
Los datos alarmantes en Perú sirven como recordatorio de la seriedad necesaria en la elección de procedimientos estéticos y médicos. La prevención de más muertes pasa por una mayor educación y conciencia sobre los riesgos, y una estricta regulación de las clínicas que ofrecen estos servicios.
En vez de criticar las decisiones que toman las mujeres respecto a sus cuerpos, el enfoque debería centrarse en las políticas de salud pública y en cómo estas pueden garantizar un entorno seguro y regulado para todos. Además, es imperativo fomentar campañas de educación pública que informen a los ciudadanos sobre los riesgos asociados y cómo elegir adecuadamente a sus médicos.
Juzgar a las mujeres por sus elecciones personales perpetúa la violencia simbólica y desvía la atención de los verdaderos problemas estructurales que deben ser abordados. Porque, en última instancia, la salud pública debería proteger y facultar, no condenar.

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