
En el santoral católico peruano hay una serie de personajes que ya han sido reconocidos como tal y también como beatos. Pero todavía hay un que, a pesar de que ya han pasado casi 400 años desde su muerte, sigue esperando la decisión del Vaticano para alargar la todavía corta lista de compatriotas que tienen el privilegio de integrarla.
Este futuro santo se llamó Francisco del Castillo y se dedicó en gran parte de su vida a la ayuda y servicio de los más necesitados, en tiempos en los que el Perú era tierra fértil para la religiosidad. Esta es su historia y las razones de por qué todavía las máximas autoridades del cristianismo le dan un nuevo estatus.
Sus primeros años

Nacido en Lima, el 9 de febrero de 1615, Francisco del Castillo fue hijo de Juan Rico y Juana Morales del Castillo, pero su educación y crianza estuvo a cargo de su abuela materna tras la temprana muerte de su padre cuando apenas tenía un año de edad. Desde su infancia, Francisco mostró una inclinación hacia la fe y el servicio a los demás, lo que lo llevó a ingresar a la Compañía de Jesús.
Su compromiso con la misión religiosa lo llevó a pronunciar sus Votos del Bienio el 2 de enero de 1635, marcando el inicio de una vida entregada al servicio de Dios y de los más necesitados.
Su espíritu misionero lo llevó a desear ardientemente llevar el mensaje de Cristo a aquellos que más lo necesitaban. Su anhelo de ir a tierras de infieles y ofrecer su vida por la causa de la fe lo impulsó a solicitar permiso para unirse a la misión de los Chiriguanos en Santa Cruz de la Sierra. Sin embargo, su destino tomaría otro rumbo cuando fue asignado como Capellán de la Expedición naval a Chile.
De vuelta a su patria

A su regreso al Perú, Francisco continuó su formación en la Compañía de Jesús, culminando con la profesión de sus Últimos Votos el 6 de febrero de 1650. A partir de ese momento, se dedicó por completo a su ministerio sacerdotal, enfocándose especialmente en aquellos sectores marginados y desfavorecidos de la sociedad.
En 1646, inició su labor pastoral con los esclavos africanos, fundando el Hospital San Bartolomé para su atención. Dos años más tarde, comenzó lo que se convertiría en su principal misión: el trabajo en el barrio de San Lázaro, donde se encontraba el mercado del Baratillo, frecuentado por los más pobres de la ciudad. Allí, Francisco inició su catequesis dominical, adaptando el mensaje evangélico a la realidad de los que acudían a escucharlo.
Con los niños y los más débiles

Su compromiso con los más necesitados lo llevó a fundar la Escuela del Santísimo Crucifijo de la Agonía en 1660, proporcionando educación a los niños pobres del barrio. Además, no dudó en alzar su voz en defensa de los derechos de los más vulnerables, como lo hizo en 1666 al protestar por la profanación de los cadáveres de indios ejecutados injustamente.
Sin embargo, la salud de Francisco comenzó a deteriorarse en los últimos años de su vida. Enfermo de tabardillo (tifus), fue trasladado a la Enfermería del Colegio de San Pablo, donde falleció el 11 de abril de 1673, a la edad de 58 años. Su muerte fue lamentada por toda la comunidad, que reconoció en él a un verdadero apóstol y amigo de los más necesitados.
¿Y la beatificación?

El proceso de beatificación del Padre Francisco del Castillo comenzó en Lima en 1677, extendiéndose a diversas regiones del Perú. Sin embargo, la supresión de la Compañía de Jesús en 1767 retrasó su causa.
En 2018, el vice postulador, padre Juan Carlos Morante, solicitó oficialmente la promoción de su causa. Lo último que se supo fue que el vice Postulador, padre Benjamín Crespo, seguía trabajando en Roma y en el Perú para avanzar en el proceso de beatificación y canonización.
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