
La temporada de revisión de proyecciones macroeconómicas vino sin piedad. El lejanísimo pronóstico de crecimiento de 3% con el que empezamos el año se fue desinflando, dejándonos la sensación que no hay vuelta atrás. Esta semana las proyecciones pasaron de azul a rojo y la discusión empezó a contaminar también las proyecciones del 2024. Por más que las proyecciones oficiales del 2024 apuntan a 3%, las proyecciones privadas difícilmente ven posible que pasemos la valla del 2%.
Más allá de quien tendrá razón o no, o cual será la foto final, lo que importa es lo que podemos hacer para revertir este escenario que nos deprime casi tanto como cuando revisamos la tabla de posiciones de las eliminatorias del próximo mundial de futbol. Desde el gobierno hay la sensación que los botones usuales para reactivar simplemente no funcionan. Las transferencias financieras no se ejecutan, las ventanillas únicas multiplican nuevos permisos que hacen inviables las inversiones. Es como estar en mute en una reunión online y el botón no responde.
Este escenario es como miel para las malas ideas de siempre: exonerar al sector que grite más, declarar estratégico a algún sector para apoyarlo con recursos públicos, aprobar compras públicas de cosas que resultan más caras si lo hiciéramos por otro lado, y la lista sigue. Muchas de estas “nuevas ideas” las hemos desechado varias veces, porque sabemos que sólo benefician a unos pocos y no empujan lo que los economistas llamamos el PBI potencial, esa capacidad productiva de más largo plazo.
Mi sugerencia es que antes que la agenda de discusión esté llena de malas ideas sería muy útil que el gobierno ponga al centro del debate políticas que apunten a promover el crecimiento de largo plazo, reformas que necesitan tiempo de maduración pero que dan las señales correctas al sector privado. Es hora de desempolvar el Plan de Competitividad que se hizo hace unos años y ser más vocal en la necesidad de mejorar nuestro largo con acciones de corto plazo con sentido de urgencia.
Si se trata de dar un golpe de timón y quebrar esta ola de expectativas negativas, lo que toca es construir un mensaje destacando la necesidad de flexibilidad en nuestro mercado laboral, y reducir las barreras al crecimiento de las empresas. Si seguimos hablando de paquetes de proyectos de inversión pública que al final no se concretan terminaremos ahogados en este mar de pesimismo.
Además de todo esto, el frente inflacionario —sin contar con el impacto de El Niño— nos dará un respiro y el Banco Central de Reserva (BCR) podrá reducir las tasas de interés, aunque en medio de una recesión la gran mayoría de las empresas no tienen una buena cara para ampliarles el crédito.
El tiempo es hoy, mañana vendrá El Niño y otra vez la agenda estará llena de acciones de emergencia para sacar la cabeza del agua.

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