
Si hace 100 años la existencia de una literatura indígena en el Perú era puesta en duda o excluida de los debates de intelectuales como José de la Riva Agüero, José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez sobre el asunto de la nación peruana, hoy se puede advertir la emergencia y los primeros pasos de un circuito literario de productores y consumidores de textos en quechua sin necesidad de pasar por el castellano. Un buen número de estas publicaciones han estado presentes en la Feria Internacional del Libro de Lima 2023, abriéndose espacio entre la literatura comercial de siempre.
“La literatura indigenista (...) es todavía una literatura de mestizos. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla”, auguraba, en 1927, Mariátegui, quien entendía la literatura como algo exclusivamente escrito y no tomaba en cuenta la creación verbal oral quechua que se produce hasta hoy en los relatos y cantos, como lo señala Dante Gonzalez, director de Pakarina Ediciones, una de las editoriales que tiene más títulos de libros en lenguas originarias que se pueden encontrar en la feria.
En esa misma línea, el investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Gonzalo Espino, considera que la aparición de la narrativa contemporánea escrita en quechua —en muchos casos sin traducción al castellano— es un producto literario que se adiciona “a la memoria y tradición oral” ya existente como otra forma de producción cultural de los quechuas “que deja entrever el pensamiento andino”.

Literatura quechua escrita de hoy
Si bien hubo textos en quechua durante la Colonia, estos principalmente eran herramientas de evangelización para propagar el cristianismo entre los indígenas. En cambio, el quechua escrito que hoy se produce, según el libro Narrativa quechua contemporánea de Gonzalo Espino, tiene sus antecedentes en las “manifestaciones orales que empezaron a recopilarse y transcribirse desde 1905″ con Tarma pacha huaray de Adolfo Vienrich; Huámbar poetastro acacautinaja (1933) de J. José Flores; Cuentos quechuas de Ayacucho (1954) de Teodoro Meneses; Pongoq mosqoynin (o El sueño del pongo), que escribe José María Arguedas; y Tutupaka llakkya (o El mancebo que venció al diablo) de 1974 que recoge José A. Lira.
Espino considera que la producción de la narrativa quechua contemporánea tiene relación con un descenso del rechazo que se podía tener hacia esta lengua.
Para Espino, entre los mayores representantes de la narrativa quechua de hoy se encuentran “Pablo Landeo Muñoz y Valentín Ccasa Champi, junto con la de Ugo Carrillo, Kwintu qhipi (2017); Óscar Chávez Gonzales, Taqaqa runa: makinchikpim hawka kawsay (2014) y Domingo Dávila Pezúa, Taytay Apuy Pachakamaqsi (2004)” con publicaciones en quechua ayacuchano y cusqueño.

Circuito quechua en emergencia
Aún la circulación de publicaciones monolingües y bilingües en lenguas originarias es lenta y sus lectores principalmente son investigadores —sobre todo en el caso de textos monolingües—, sin embargo, pasar de casi lo inexistente al 0.6% de la producción nacional da cuenta de la emergencia de un circuito literario quechua con alentadoras proyecciones, comenta Dante Gonzalez, quien fundó Pakarina Ediciones en 2009, año en el que ya tenía claro que se enfocaría en la publicación de trabajos vinculados al quehacer literario andino.
Hoy las líneas de trabajo de Pakarina son las producciones en lenguas originarias, las literaturas regionales y los discursos sobre el mundo andino y amazónico, señala.
“Dentro de las literaturas en lenguas originarias se ha trabajado mucho en la literatura andina y amazónica. La literatura monolingüe en quechua se produce a partir del 2016 con Aqupampa de Pablo Landeo; luego Lliwyaq y Limapaq Runasimi (del mismo autor), además de Musyarqaniñam Wañunaykita, de César Itier (2018)”, menciona.
Dante precisa que, por ahora, lo que más se publica en lenguas originaria son ediciones bilingües, —10 veces más que los textos monolingües—. Además, indica que estos textos bilingües son solicitados principalmente en el interior del país, sobre todo en el centro y sur —Huancayo, Huancavelica, Ayacucho, Cusco y Puno—.
El editor destaca que Pakarina ha editado tres premios nacionales de literatura en lenguas originarias, y reconoce como hitos a libros como Arcilla y Qaparikuy de Dida Aguirre —son “textos que refundan la poesía quechua contemporánea”, comenta—, Aqupampa de Landeo, Parawayraq Chawpinpi de Washington Córdova, y Sanchiu, (texto en awajún) de Dina Ananco, a los cuales considera “ejes” de un nuevo proceso literario desde el 2009.
Además, en la antología Harawinchis. Poesía quechua contemporánea (1904-2021), editada por Gonzalo Espino, puede hallarse una suerte de balance del verso escrito en quechua.

El trabajo que hace Dante con Pakarina no es aislado. “Hay (otras) editoriales que están apostando por publicaciones en lenguas originarias (en quechua) y los estímulos económicos del ministerio de Cultura impulsan esta producción”, reconoce.
Revistas en quechua académico
Otro fenómeno reciente, resalta Dante, es la publicación de revistas monolingües en quechua con artículos académicos sin traducción que sientan las bases para una discusión metatextual en la misma lengua de los textos que se estudian. La primera de ellas es Atuqpa Chupan Rewista, lanzada en 2011 y que ya va por su octavo número. Además están Kallpa y Unaypacha Rimanakuypaq, esta última editada por la universidad José María Arguedas de Andahuaylas. Otras publicaciones similares vienen generándose por estudiantes de universidades del interior del país, fenómeno que para Dante evidencia una proyección de la escritura quechua con “un buen puerto en espera”.
Lo que hoy ocurre con el quechua escrito es un fenómeno similar al que le tocó pasar a las lenguas romance —entre ellas al castellano— cuando se fueron separando del latín y se uniformizaron y formalizaron poco a poco. Mientras tanto, entre los estantes de Pakarina —que en castellano quiere decir ‘lugar de origen’—, hoja por hoja en runa simi, se cosechan los productos de un difícil proceso histórico para los quechuahablantes que, como señala Espino, han “raptado la escritura” y ahora pueden atravesar la modernidad sin necesidad de las muletas del castellano.
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