En el curso de la evolución los primates, que se convirtieron en seres humanos en Homo sapiens, arribaron a esta etapa actual sin tener una cola. Es una buena intriga tratar de indagar por qué ocurrió eso.
En la actualidad, salvo algunas contadas excepciones, los primates tienen una cola que, si bien es más bien corta y pequeña, puede ser prensil y actúa como una adaptación al ambiente, permitiéndoles también equilibrarse cuando andan en los árboles.
La paleontología nos muestra que nuestros antepasados tuvieron colas mucho más grandes, que los ayudaron a navegar por el entorno de los árboles. Es una teoría fuertemente respaldada que la cola se perdió a medida que ocurrió la adaptación a la vida terrestre y de allí a la bipedestación humana.
Esta adaptación ocurrió a expensas del aumento de su cerebro, lo que les permitió desarrollar una mejor coordinación entre los músculos de la pierna y el tronco, posibilitando caminar de forma más eficiente, haciendo innecesaria la cola para mantener el equilibrio.
No obstante, la pérdida de la cola tuvo un precio, al eliminar la capacidad de sentir el viento, haciéndolos más susceptibles a las enfermedades causadas por los insectos. Como contrapartida compensatoria estos primates evolucionaron hacia una mayor inmunidad.
En resumen, la pérdida de la cola fue un proceso que nos permitió evolucionar hacia una mayor inteligencia y una mejor inmunidad. Todo ello indica que la evolución humana comenzó mucho antes de lo que se creía y fue un proceso gradual y complejo. Partiendo de los primeros primates hasta llegar a los humanos modernos, nuestra evolución se ha desarrollado gracias a la selección natural y a la adaptación a los cambios del ambiente.

Los primeros fósiles descubiertos, pertenecientes a nuestros antecesores directos, indicaban que eran muy similares a los humanos modernos, pero con algunas diferencias significativas. Los seres humanos modernos heredamos una serie de características de nuestros ancestros primitivos, como ciertas habilidades cognitivas, la capacidad de comunicarse con lenguaje, la habilidad de caminar erguidos y la de utilizar herramientas.
Es esta misma evolución la que nos ha llevado a perder la cola, supliendo su función con un aumento de la capacidad inmunológica para defendernos de las enfermedades transmitidas por los insectos.
De esta forma, ya nadie duda que la bipedestación, la condición de caminar erguido en dos patas, ha permitido al ser humano ser hoy quien es a través de una mejor alimentación liberando sus manos y como consecuencia, habilitando un marcado crecimiento cerebral.

Al examinar entre distintas especies del reino animal que poseen una cola se descubrió que es necesario un grupo de 31 genes para la formación de sus rabos durante el desarrollo embrionario. Esta característica inexistente en los homínidos y simios sigue presente en los primates con cola.
Una reciente investigación descubrió que, tanto los simios modernos (monos sin cola) como los humanos, poseen una mutación en un gen que recibe el nombre de TBXT, a diferencia de los monos con cola, quienes se encuentran libres de ese cambio y poseen rabos largos y útiles.
La investigación plantea como hipótesis que esta mutación apareció aleatoriamente en los homínidos hace unos 20 millones de años y, como no resultó perjudicial, para la supervivencia, al cabo de cientos de generaciones se convirtió en lo normal entre ellos.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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