
Trump ha producido un cambio sustancial en el enfoque de Estados Unidos en el campo estratégico-militar. Cada gobierno estadounidense presenta un documento público que sintetiza y expresa el pensamiento de la administración respecto al rol del país en el mundo, de acuerdo a las amenazas que enfrenta. El presentado el 5 de diciembre ha mostrado una visión totalmente diferente a la vigente en los últimos tres gobiernos demócratas (los dos de Obama y el de Biden). Durante el primer mandato de Trump (de 2017 a 2021) no llegó a producirse un cambio de esta magnitud. En los dos gobiernos de Bush hijo, el enemigo era el terrorismo islámico y para los tres gobiernos demócratas posteriores lo fue China. Más atrás en el tiempo, en los años noventa, la visión vigente fue que Estados Unidos se había transformado en la única superpotencia tras la disolución de la Unión Soviética. Lo que dice ahora Trump no es fruto de la improvisación, sino de la elaboración de su experiencia del mandato anterior. En el mismo, mantuvo a China como el adversario principal, pero al mismo tiempo sostuvo una actitud proclive al diálogo, que llegó incluso hasta el dictador de Corea del Norte. Pero tanto en el documento sobre estrategia nacional de Estados Unidos como en las conferencias anuales de presidentes de la OTAN, no se llegó a plasmar una “doctrina Trump” por sí misma. Ahora el presidente estadounidense se siente en condiciones de imponer su propia visión.
La visión de Trump se hizo evidente en la penúltima conferencia del Jefes de Gobierno de la OTAN. Esta alianza militar fue evolucionando hasta imponer la idea de que Occidente enfrentaba una “cuádruple alianza militar” entre China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Fundamentaba esta visión en la cooperación en materia de industria militar entre estos cuatro países. Era una visión no compartida por Trump, pero a la cual no se llegaba a enfrentar directamente. En la conferencia de Munich realizada en 2024 (la más importante a nivel europeo) el entonces senador J. D. Vance -cuando no parecía un probable candidato a vicepresidente- expresó que Estados Unidos no podía enfrentar tres guerras simultáneamente, es decir, que la capacidad militar estadounidense tenía límites, que el país se encontraba cerca de ellos y que no podía pensar en apoyar una guerra europea en Ucrania, otra en Medio Oriente para apoyar a Israel y una tercera en Asia. Sostuvo también que esto obligaba a un replanteo del pensamiento estratégico de los Estados Unidos y por ende también de la OTAN. Cabe señalar que dos años antes, en 2021, tuvo lugar la retirada de la alianza atlántica de Afganistán, a consecuencia de la derrota de las fuerzas occidentales. Fue un golpe muy importante para la OTAN en términos militares, pero que eludió asumirla como tal. Esta fue la acción militar más importante fuera de su ámbito geográfico propio (el océano Atlántico y sus respectivas costas). El pensamiento de Trump en términos militares iba en dirección de que Estados Unidos debía desplegar tropas en el exterior sólo cuando fuera necesario defender objetivos vitales para sus intereses.
Pero en el plano estratégico amplio, en el documento recientemente presentado la administración Trump modifica su visión de las amenazas globales. China es presentada como un rival o competidor, pero no como el enemigo militar principal, como era hasta ahora. Cabe señalar que en los días inmediatamente posteriores a la difusión del documento, el presidente estadounidense autorizó la exportación a China de microchips. Respecto a Taiwán, el documento mantiene el respaldo a la independencia del país respecto a Beijing, pero no compromete una intervención militar para lograrlo. El concepto respecto a Europa es abiertamente crítico. Se habla de “decadencia” y falta de voluntad en el campo militar. Su actitud frente a la guerra de Ucrania es francamente crítica respecto al apoyo europeo a las posiciones de este país. Ha sido un golpe muy fuerte a sus aliados, que han quedado sin una respuesta. Es que hasta fines de la década, Europa no parece estar en condiciones de tener una fuerza militar conjunta o combinada con capacidad de enfrentar a Rusia. Aunque el Viejo Continente analizado en conjunto tiene varias veces más de PBI y gasto militar que Rusia, la articulación de treinta y dos sistemas militares diferentes genera una serie de dificultades muy difíciles de resolver en el corto plazo. Respecto al mundo árabe, deja de ser el riesgo que era para los intereses de Estados Unidos y se lo presenta como una oportunidad en términos de alianzas militares e inversiones. Asia, y en particular el Sudeste Asiático, son vistos en la misma línea. El Indopacífico no ocupa un lugar central como en el pasado y la India tiene poca relevancia en el documento.
Pero todos estos cambios responden a un pensamiento de Trump que fue repetido numerosas veces durante el último año y antes. Ya desde la campaña electoral fue marcadamente crítico con los organismos multilaterales, lo que ratificó en la última Asamblea General de las Naciones Unidas realizada en septiembre de este año. En términos concretos, consideró “inútil” a esta organización. El mismo pensamiento se traslada a organismos como la OCDE, el Fondo Monetario, la OMC y otros. Dijo reiteradamente que él iba a establecer relaciones bilaterales con los grandes líderes del mundo: Xi, Putin, Modi, el príncipe saudita Salman y Erdogan. De acuerdo a las circunstancias, podía ampliar este círculo a países como Indonesia. Su idea es que el ámbito de resolución de los problemas no son las organizaciones multilaterales, sino los líderes nacionales y regionales relevantes. En las últimas semanas Trump ha estado diciendo que él, en su primer año de gobierno, ha resuelto nueve guerras: la de Azerbaiyán y Armenia por Nagorno-Karabaj; el incidente que tuvo lugar entre la India y Pakistán; la de Serbia y Kosovo, y la de Israel con Irán. También incluye en la lista las de Tailandia y Camboya, la de Pakistán y Afganistán, la del Congo y Ruanda, la de Sudán y la de Egipto con Etiopía. En estos últimos cinco casos los enfrentamientos militares se han reanudado. En las guerras de Ucrania con Rusia y de Israel con Hamas, Trump ha tenido pasos adelante, pero con limitadas conclusiones definitivas. En ambos casos piensa en soluciones que combinen fuerzas de estabilización militar de terceros países, con inversiones para la reconstrucción.
Pero pocos días después la Casa Blanca hizo trascender el proyecto de G5. Parte de la base de que el G20, integrado por veinte países de distintas geografías, ideologías e intereses geopolíticos, ya no es eficaz para manejar los conflictos mundiales, como lo fue en la crisis financiera de 2008. También prima la idea de que el G7, integrado por las siete economías más importantes con sistema político liberal, ya no resulta una herramienta adecuada para la política exterior estadounidense.
Se trata de un nuevo ámbito de decisión internacional integrado por cinco naciones: Estados Unidos, China, India, Rusia y Japón (las cuatro primeras son las potencias nucleares más relevantes en el ámbito global y la quinta ha manifestado con su nueva primera ministra la intención de tomar ese camino). Los intereses geopolíticos determinan áreas de influencia predominantemente diferentes y quizás un roce sólo entre China y Japón. Pero en el tema de los valores cada una de estas cinco potencias es el eje de una religión diferente: Estados Unidos del cristianismo, Rusia del catolicismo ortodoxo, India del hinduismo, Japón del sintoísmo y budismo, y China de ser un país antirreligioso, ha comenzado a tener una actitud más tolerante frente a las prácticas religiosas como el budismo, el taoísmo y el confucianismo.
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