
Vivimos el momento en que la promesa de la inteligencia artificial ya no es futurista: está desplegándose ante nuestros ojos. Cuando escuchamos hablar de “IA primero” (AI first) se evoca una visión donde la máquina, el algoritmo y el sistema digital toman el liderazgo: automatizan, optimizan, predicen. Pero existe otra opción, quizá más sustancial: “ser humano primero” (human being first) —donde la tecnología se subordinara al propósito humano, al sentido, a la libertad, a la dignidad. ¿Cuál debemos priorizar? ¿Cuál nos conduce a un futuro más coherente, ético, sostenible?
La respuesta no es trivial. Porque si bien priorizar la IA puede parecer “eficiente”, “rentable”, “innovador”, también implica riesgos: que el ser humano quede en un segundo plano, que los valores se midan por productividad, que las decisiones clave queden en manos de sistemas que no entienden contexto, ética o significado. Priorizar al ser humano significa que la IA se convierte en herramienta —no amo— que amplifica nuestras capacidades, pero respeta nuestra condición de agentes libres. Aquí entran en juego preguntas provocativas: ¿la verdad es la prioridad en el uso de la tecnología? ¿O la eficiencia, la velocidad, el crecimiento a cualquier costo? ¿Y qué sucede cuando la eficiencia choca con la humanidad?
Priorizar al ser humano significa que la IA se convierte en herramienta —no amo— que amplifica nuestras capacidades
Pensemos en la ética de la IA: no basta con “hacer que funcione”, sino preguntarse “¿para qué funciona?” y “¿para quién?”. Desde organizaciones globales han emergido marcos que privilegian los valores humanos: por ejemplo, Unesco formuló la Recommendation on the Ethics of Artificial Intelligence, que pone como pilares la dignidad humana, la diversidad, los derechos humanos y el bienestar social. Esa declaración global nos recuerda que la IA no debe devenir en instrumento de opresión o desigualdad, sino en aliado del florecimiento humano.
Ahora miremos lo que hacen algunas empresas de vanguardia para traducir esta tensión en políticas y práctica. Microsoft ha definido sus principios de “Responsible AI”: equidad, confiabilidad y seguridad, privacidad y seguridad, inclusión, transparencia y responsabilidad. En su página, explican que la IA debe desarrollarse con un “people-first” (personas primero) como premisa. Es decir: la tecnología está al servicio y no al revés.
Por su parte, Google (y en general su matriz Alphabet) ha enfrentado tensiones éticas reales, lo que muestra la dificultad de vivir ese “ser humano primero”. Por ejemplo, fue noticia que Google revisó sus propios principios de IA para permitir usos sensibles (como vigilancia) tras la presión de contexto geopolítico. Esto plantea que la formulación de los valores no es suficiente: lo crítico es cómo se implementan cuando llega el momento de la decisión.
Pensemos en la ética de la IA: no basta con “hacer que funcione”, sino preguntarse “¿para qué funciona?” y “¿para quién?”
Y luego está OpenAI, que recientemente constituyó un Comité de Seguridad y Ética para supervisar el entrenamiento de sus nuevos modelos. Esta acción pone en evidencia que incluso los motores más agresivos de innovación reconocen la necesidad de marcos de gobernanza que prioricen la seguridad humana, la mitigación de daño, la supervisión humana.
Estos ejemplos señalan hacia una conclusión: la prioridad debe ser ser humano primero, con la verdad (o la honestidad hacia la realidad humana) como piedra angular. ¿Por qué? Porque la IA puede amplificar decisiones, pero no puede sustituir la consciencia moral, la interpretación del contexto, el sentido de comunidad, la deliberación. Si elevamos la IA a primera prioridad, corremos el riesgo de que la lógica de la máquina imponga valores que no compartimos, de que la optimización reemplace la reflexión, de que el “ser” humano quede eclipsado.
La frase “verdad como primera prioridad” implica que nuestra tecnología no sólo debe ser lo que podemos hacer, sino lo que deberíamos hacer. ¿Qué significa eso? Que antes de desplegar una IA capaz de clasificar, predecir, automatizar, debemos preguntarnos: ¿esta IA respeta la dignidad de la persona? ¿fomenta justicia o la erosiona? ¿promueve participación o exclusión? ¿ayuda a que los individuos sean más humanos o más funcionales? Esa deliberación es humana, no algorítmica.
¿Qué deberíamos priorizar en la construcción del nuevo futuro tecnológico? Mi apuesta: las personas primero, la verdad como referente, la IA como herramienta
En ese sentido, podemos reinterpretar “empleado primero” como mantra: la persona, su desarrollo, su bienestar, su talento, su dignidad, son el centro para cualquier transformación tecnológica. Si una compañía adopta “IA primero” sin pensar en el empleado, en su rol, en su crecimiento, corre el peligro de convertirlo en mero operario de máquinas. Pero si es “empleado primero” —y la IA como amplificador— la tecnología empodera, no reemplaza.
Quizás una empresa de vanguardia aplicaría este enfoque así: cuando lanza un sistema de IA para análisis de talento, en lugar de ver sólo rendimiento y productividad, incorpora criterios de bienestar, aprendizaje, diversidad, equidad. Microsoft, por ejemplo, habla de incluir la gobernanza de IA, capacidad de los empleados, infraestructuras de auditoría interna y transparencia para asegurar que los sistemas respeten los principios éticos.
Entonces, ¿qué deberíamos priorizar en la construcción del nuevo futuro tecnológico? Mi apuesta: las personas primero, la verdad como referente, la IA como herramienta. Eso no significa renunciar a la innovación, al crecimiento o a la eficiencia; se trata de colocarlos en su lugar adecuado. La IA no es el fin, es el medio.
En la carrera por el futuro, no se trata de ver “quién tiene la IA más potente”, sino “quién tiene el proyecto humano más potente”
Para los líderes empresariales, académicos, legisladores —y también para los profesionales (como es mi caso o tal vez el tuyo, en el ámbito de tecnología y energía)— la invitación es clara: no cedamos la iniciativa al algoritmo. Determinemos nosotros el horizonte al que queremos llegar. Preguntémonos: ¿Qué tipo de sociedad, economía, entorno laboral queremos? ¿Cuál es el papel de la tecnología en nuestras vidas?
Y al hacerlo, recordemos que las empresas de referencia ya no solo compiten en producto, sino en credibilidad ética, en confianza, en alineación humana. Si una empresa despliega IA sin un marco humano, puede ganar mercado, pero perder legitimidad. En cambio, la que construya sobre ese “ser humano primero” tendrá no solo relevancia tecnológica, sino perdurabilidad.
En resumen: en la carrera por el futuro, no se trata de ver “quién tiene la IA más potente”, sino “quién tiene el proyecto humano más potente”. Esa es la propuesta provocativa: antes de programar algoritmos, programemos valores. Antes de desplegar sistemas, despleguemos compromisos. Antes de perseguir eficiencia, delimitemos dignidad.
Porque al final del día, la tecnología que construyamos será tan buena como la humanidad que decidamos preservar. Y eso —esa afirmación simple pero profunda— puede marcar la diferencia entre un futuro dominado por máquinas y un futuro co-creado por humanos guiados por propósito.
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