
Se habla cada vez más de smart cities. El término aparece en conferencias, planes de gobierno, titulares de prensa y hasta en las propuestas de las grandes empresas tecnológicas. Pero ¿qué significa realmente? ¿Es solo un modo de decir que la ciudad está llena de sensores, cámaras y datos? ¿O hay algo más detrás de esa etiqueta que parece prometer modernidad?
La definición más difundida asocia lo “smart” con infraestructura tecnológica: plataformas digitales que monitorean en tiempo real el tránsito, la energía, el agua o la seguridad. Se nos dice que una ciudad inteligente es aquella capaz de procesar millones de datos y transformarlos en eficiencia. Y sí, todo eso es útil. Pero cuando lo “inteligente” se limita a lo técnico, se corre el riesgo de perder de vista lo esencial: las ciudades están hechas para las personas, no para los algoritmos.
Y es que nos encontramos en un momento crucial. La tecnología está alterando nuestras vidas en las ciudades. Cada gesto cotidiano, desde cómo nos transportamos, accedemos a servicios o interactuamos con nuestras comunidades, está siendo reconfigurado por herramientas digitales, algoritmos y plataformas inteligentes.
Vivimos inmersos en una era tecnológica que no se detendrá. Las smart cities han llegado para quedarse. Y en este sentido, se vuelve necesario sugerir un cambio de paradigma fundamental: migrar del enfoque tecnocéntrico al enfoque humanista. Las líneas guía de Ciudades inteligentes centradas en las personas promovidas por Un habitat y de las que formo parte como uno de los expertos asesores en la elaboración; no es solo un documento técnico, es una declaración de principios, es una hoja de ruta que nos lleva hacia un modelo de ciudad donde lo importante es vivir bien, donde la experiencia humana es el centro de toda planificación.
Una smart city centrada en las personas va más allá de lo digital, más allá de la automatización. “People Centred Smart City” es una ciudad que piensa, que siente, que actúa en función de las personas que las habitan. Una ciudad que, a través de la tecnología, se vuelve más accesible, más segura y más acogedora para todos.
Es, ante todo, una ciudad que se escucha a sí misma, que es capaz de leer sus propias dinámicas, de entender sus necesidades reales, sus urgencias, sus silencios y que responde de manera eficiente, ética y sensible a esas voces.
Una ciudad inteligente es una buena ciudad, una ciudad que está bien cableada, donde sus servicios están interrelacionados, donde hay un sistema nervioso digital que conecta lo público con lo privado, lo ambiental con lo social, lo económico con lo humano. La que incorpora lo que podríamos llamar inteligencia emocional urbana: la capacidad de acoger, regenerar y acompañar a quienes la habitan.
Ejemplos ya existen. Barcelona, Viena, Medellín o Copenhague experimentan con políticas que no solo mejoran la infraestructura, sino que también reparan tejidos sociales: parques que reducen la soledad, bibliotecas comunitarias abiertas las 24 horas, plazas sin programa rígido que invitan a la pausa compartida. Son gestos concretos que muestran que la inteligencia de una ciudad no se mide en gigabytes, sino en la capacidad de ofrecer sentido y bienestar.
Por eso deberíamos saber qué es realmente una smart city. Porque de esa definición depende cómo se diseñarán nuestras ciudades del futuro. Si seguimos pensando que lo “inteligente” es sinónimo de control y vigilancia, terminaremos habitando territorios hiperconectados pero emocionalmente vacíos. Si, en cambio, aceptamos que la verdadera inteligencia consiste en cuidar la vida en común, estaremos abriendo la puerta a la care city: ciudades sensibles que escuchan, incluyen y sanan.
La pregunta, entonces, no es cuántos datos puede procesar una ciudad, sino cuánta dignidad es capaz de sostener. No se trata de renunciar a la tecnología, sino de ponerla en su lugar: como aliada de una ética urbana que priorice la confianza, la cercanía y la salud emocional. Porque al final del día, lo que define la inteligencia de una ciudad no es su infraestructura digital, sino la calidad de vida de quienes caminan por sus calles, esperan en sus plazas o simplemente buscan un banco al sol para descansar.
Últimas Noticias
Sudán otra vez al borde del abismo: masacres, poder y silencio internacional
En 2023, el enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) y las RSF reabrió un ciclo de destrucción en el país. Desde entonces, pasó a ser el epicentro de la mayor crisis humanitaria del mundo
Saneamiento del agua: el desafío invisible que sostiene la vida
La convergencia entre la agenda climática y la urgencia por garantizar servicios básicos plantea la necesidad de enfoques locales, inversión sostenida y formación profesional para enfrentar los desafíos de la región

Reforma laboral: dónde estamos y hacia dónde deberíamos ir
No hay más lugar para imponer reglas que perjudican a alguna de las partes, porque o se retira la oferta (hacia la informalidad), o lo hace la demanda y el resultado es peor para todos

El gusto de diseñar en tiempos de IA
La inteligencia artificial puede optimizar procesos, redefinir la forma en que diseñamos, innovamos o pensamos. Pero, aunque sea una herramienta poderosa, no puede reemplazarnos. Solo puede potenciar nuestras capacidades

Modernización laboral, llave para el crecimiento
La ley laboral argentina evolucionó desde 1905, pero en los últimos 50 años las reformas quedaron estancadas




