
Tras el impacto de una sorprendente victoria electoral, tanto por su magnitud como extensión territorial, el gobierno nacional enfrenta el desafío de capitalizar su momentum y lograr conquistas importantes en poco tiempo ante un renovado mapa legislativo y un nuevo balance de fuerzas.
Con la macroeconomía y el sistema financiero atravesando un clima de relativa calma -que contrasta fuertemente con el vendaval preelectoral- los grandes desafíos e interrogantes que se ciernen sobre el revitalizado gobierno de Milei se concentran más en el plano de la política que en el frente económico.
Los cambios en el Gabinete, precipitados por la salida de Francos, parecen haber cristalizado una nueva configuración del oficialismo en términos de la distribución del poder y los mecanismos de toma de decisiones políticas. Con las incorporaciones de Adorni y Santilli no solo parece haberse ratificado el liderazgo interno de Karina Milei sino coartado el margen de maniobra de un Santiago Caputo que hasta el domingo electoral monopolizaba de facto -muchas veces en franca colisión con Francos y Catalán- el vínculo con gobernadores y legisladores dialoguistas.
El tan mentado “triángulo de hierro” parece haber llegado a su fin, siendo sustituido por una mesa integrada por Santilli, Bullrich, Martín Menem y Karina. Un nuevo esquema en donde no solo está más que claro que la hermana presidencial oficia como primus inter pares sino donde parece evidenciarse la centralidad que tendrán las negociaciones para llevar adelante las reformas de “segunda generación” que ha prometido Milei y vienen exigiendo no solo Washington sino otros actores locales.
Por lo pronto, Santilli ya comenzó a dar los primeros pasos, con una agenda que comienza a poblarse de encuentros formales -e informales- con gobernadores y referentes parlamentarios dialoguistas. Se trata de la primera incorporación de un dirigente de peso, con experiencia política, conocidas habilidades negociadoras y disposición al diálogo. Sin embargo, lo que podría ser positivo para un gobierno que muchas veces chocó con la improvisación, la falta de experiencia y la mala praxis, es al mismo tiempo un desafío para un presidente siempre renuente a ceder o a negociar.
En este contexto, al interrogante respecto a si Caputo aceptará su nuevo y a priori devaluado rol, se suma si los Milei le concederán al flamante Ministro del Interior el margen de autonomía indispensable para negociar. Más aun teniendo en cuenta no solo que los mandatarios provinciales tienen demandas urgentes y arrastran un evidente malestar producto de promesas incumplidas y maltratos, sino fundamentalmente que no hay negociación posible sin que ello implique recursos y partidas presupuestarias. Para un gobierno que ha elevado la disciplina fiscal a la categoría de religión, vetando leyes que redistribuían recursos y calificando a sus promotores de degenerados fiscales, será sin dudas una prueba de fuego.
Es cierto que el Gobierno se enfrenta a un escenario mucho más favorable que el que imaginaba, con un volumen de legisladores propios que, junto al concurso del PRO, lo deja a apenas algo más que una decena de votos para garantizarse un trámite favorable para una ambiciosa agenda parlamentaria que incluye, entre otras normas, la reforma laboral y tributaria. Sin embargo, esos legisladores que le faltan para coronar potenciales victorias legislativas en los próximos meses son precisamente los que responden a gobernadores que, más allá de su predisposición al diálogo e incluso su voluntad de hacer tabula rasa respecto al enfrentamiento electoral en sus distritos, demandarán mucho más que gestos para acompañar las iniciativas del oficialismo.
Lo cierto es que no obstante el hiper activismo de Santilli, la gran incógnita radica en si Milei será capaz de aprovechar esta nueva e inédita oportunidad, abriéndose a la posibilidad de construir acuerdos más amplios y estables, y apelando a una mayor moderación y una actitud menos confrontativa, o si se sucumbirá una vez más a los cantos de sirena del hegemonismo y las pretensiones totalizantes.
Hasta el momento las señales son ambiguas. Mientras el Ministro parece contar con el aval para avanzar con los gobernadores, Milei se mostraba nuevamente eufórico, triunfalista, soberbio y displicente. No solo volvió a incorporar en su discurso elementos discursivos de la “cruzada cultural anti-woke” y a atacar al periodismo, sino pareció abonar una riesgosa interpretación electoral en términos plebiscitarios.
Una peculiar lectura del resultado que postula que el gobierno obtuvo un inapelable respaldo social ante la disyuntiva entre dos modelos antagónicos, y que ese respaldo social de carácter eminentemente plebiscitario debiera “alinear” políticamente a aquellos sectores que el propio presidente señaló en Miami como “racionales” y “pro capitalistas” en un espacio reformista frente a la resistencia “comunista” del kirchnerismo y la izquierda. Una visión tan simplista y maniquea de la realidad como riesgosa e ingenua frente a las demandas y exigencias concretas de los gobernadores.
Así las cosas, el Gobierno avanza en su mejor momento con una agenda ambiciosa, con la incógnita de cómo se resolverán las contradicciones entre un Milei que por momentos parece ser consciente de la necesidad de acuerdos y de proyectar una imagen más moderada para capitalizar el escenario favorable, y otro Milei que no resiste a la tentación hegemónica, las ambiciones refundacionales, y la impronta mesiánica.
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