
León Magno, uno de los grandes papas que fueron santos, definió en una célebre carta la naturaleza humana y divina de la única persona de Jesucristo. Al conocerla, los obispos reunidos en el Concilio de Calcedonia en el año 451 (actual territorio de Turquía), acuñaron una sentencia que ha quedado como un clásico para designar la continuidad de la verdad de la Iglesia católica a lo largo de los siglos: Pedro ha hablado por León.
La expresión ratifica la autoridad doctrinal del pontificado romano como legítimo sucesor del primer jefe de la Iglesia y puede aplicarse también al actual pontífice León XIV, quien justamente ha elegido a Turquía (junto con el Líbano) como destino de su primer viaje, país que fue sede del Concilio de Efeso, donde se definió, con gran alborozo del pueblo, uno de los dogmas más importantes de la Iglesia católica: que María es teotokos: la madre de Dios.
Con esta excursión apostólica del papa León, la Iglesia celebra el 1700 aniversario del Concilio de Nicea, que en el 325 definió las verdades de fe que deben ser creídas por los fieles cristianos como auténticamente reveladas. Con este viaje León también coincide en continuar la tradición de los de su antecesor Francisco a las iglesias de la periferia y a tender vínculos con las ortodoxas. Lo que tanto llamó la atención en su momento e incluso le fue criticado al anterior, hoy no suscita los mismos reparos.
Un documento programático
Aunque no hay ninguna regla escrita, en el comienzo de su gobierno pastoral de la Iglesia católica, suele ser una costumbre que los romanos pontífices elaboren un documento (una encíclica, de corte mas bien doctrinal o una exhortación apostólica, de contenido más práctico), donde estén presentes las líneas directrices que de algún modo van a inspirar su gestión en el futuro, o al menos se señale un camino.
Es el momento inaugural de un nuevo periodo de la historia con perfiles propios y de ahí su importancia. Suele denominárselos encíclicas programáticas, aunque no se trate propiamente de un programa de gobierno en sentido estricto el que allí pueda trazarse, sino una orientación inspiradora. Se señala una dirección que da el tono de lo que vendrá.
En un primer encuentro con los cardenales, a escasos días de ser elegido, León ya esbozó una suerte de esquema para subrayar algunas ideas sobre la forma en que él entiende que debe vivirse la existencia cristiana en los tiempos posmodernos. Un breve repaso a los documentos programáticos de los últimos papas ayuda a situarse en ese contexto.
Lo que dijeron los papas más recientes en sus textos inaugurales
En el caso de Juan Pablo II -de fuerte acento personalista- la encíclica Redemptor hominis (El redentor del hombre) sitúa a Jesucristo como centro del cosmos y de la historia. El papa Wojtyla atiende a la dimensión humana del Evangelio como un eje central de su mensaje, sintetizado en un sintagma conciliar que él adopta como una idea fuerza de su pontificado: el hombre es el camino de la Iglesia. Es la visión de cada ser humano como sujeto del amor de Dios.
Benedicto XVI también tiene presente la caridad como la opción fundamental del cristiano y en esa inteligencia escribió Deus caritas est (Dios es amor), donde se dirige a mostrar la esencia más profunda de la identidad evangélica que es precisamente el amor. En esta encíclica el papa define con sencillez y certeza que el cristianismo no es una idea o una ética, sino una relación personal: el encuentro con la persona de Jesucristo.
Finalmente, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio) el papa Francisco presenta a Evangelii nuntiandi, otra exhortación del papa Pablo VI, como el paradigma de la nueva evangelización. En su contenido se encuentra la matriz del pontificado del papa Bergoglio.
En este documento Francisco puntualiza que lo que allí se expresa tiene un carácter programático. Se trata de un texto de enorme riqueza lleno de reflexiones sugerentes. Como en el magisterio de Francisco, el acento que se percibe a lo largo de todo el desarrollo de la exhortación leoniana, es la dimensión social y pública del mensaje cristiano.
Desde la elección de León, todo el mundo comenzó a preguntarse qué distinto sería de Francisco. ¿Parecido, muy parecido? ¿Muy diferente? ¿tal vez opuesto? Al mismo tiempo se declaró una lucha por la apropiación del papa: muchos pretendieron reinterpretarlo a su conveniencia.
Un documento bergogliano
Desde luego, Francisco y León son distintos, pero tienen llamativas similitudes. Tal vez puede parecer excesivo calificar al texto de esta primera exhortación como bergogliano, porque Prevost no es Bergoglio; León es León, sin embargo sobran los motivos para pensar que no es arbitrario hacerlo.
Cada uno tiene una personalidad propia, con un temperamento más disruptivo Francisco y con un espíritu más componedor León. Pero ambos comparten contenidos muy asimilables. Casi se diría que entonan la misma partitura, cada cual según su estilo y a su modo, pero es exactamente la misma canción la que ellos están cantando.
Francisco está presente hasta en el título. La última encíclica del papa Bergoglio y una de las más hermosas es Dilexit nos: Dios nos amó, sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Allí el papa vuelca, casi como en una despedida, la hondura de su ternura, un amor tierno, que nace de los pliegues más íntimos de su corazón. La referencia es oportuna por la similitud de títulos entre las dos, tomados ambos de la Sagrada Escritura: Dilexit nos, Dilexi te (Nos amó, te amó).
Como el mismo León lo aclara, este documento podría haber sido escrito por Francisco y en cierto modo así fue porque él comenzó su factura. Algo similar a lo acontecido con Benedicto XVI, quien al morir había completado una redacción del texto que Francisco hizo suyo con el nombre de Lumen Fidei (La luz de la fe). Así como en Lumen fidei está plenamente presente el papa Ratzinger, en Dilexi te lo está en plenitud el papa Bergoglio.
El tema de este nuevo documento es netamente bergogliano: los pobres. Las citas a su magisterio son elocuentes. Pero es sobre todo en una sensibilidad común donde se descubre una misma manera de leer el Evangelio desde los pobres. Lo que hace aquí León es encarnar la decisión de Francisco de situar a la doctrina social de la Iglesia en el centro de la evangelización.
Si Francisco instaló a los pobres en un lugar de privilegio del escenario eclesial y social, el instrumento programático de León lo ratifica de una manera muy contundente, e incluso podría considerarse que la exhortación se inscribe en la categoría de las encíclicas sociales, inaugurada por León XIII con Rerum novarum, lo cual también reviste el carácter de una novedad. Ya lo había adelantado el actual pontífice al explicar la adopción de su nombre.
Es un enfoque en el que se respira la radicalidad del Evangelio. Así como en los comienzos del cristianismo se dijo Pedro habló por León, ahora se puede decir: Francisco también ha hablado por boca de León. No hace falta más que leer el texto para comprobarlo: el título, el contenido, el enfoque, la sensibilidad, el espíritu.
Expresiones como opción preferencial por los pobres, estructuras de pecado y pecado social o iglesia de los pobres, aunque ni siquiera fueron una creación de Francisco sino de pontificados anteriores, fueron mal vistas, consideradas ambiguas e incluso directamente tachadas de doctrinalmente erróneas por muchos en el pasado, pero ahora reverberan confirmadas con una nueva lozanía, que rezuma la enseñanza de Jesús.
Sería un error, por último hacer una lectura meramente temporalista de la exhortación, como si apuntara a un mero reformismo social. Ambos pontífices no se detienen en un mero distribucionismo sino que apuntan a las causas estructurales de la pobreza, que involucran formas de convivir ajenas al sentir evangélico.
Como Francisco, y casi en sus mismos términos, León denuncia la dictadura de una economía que mata, así como la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. No tiene reparos en utilizar la expresión alienación social que ha sido empleada básicamente por el marxismo y que ya fue esgrimida por Juan Pablo II. León formula una crítica al modelo exitista y privatista vigente, brindando muchos puntos de reflexión para los fieles cristianos y también para quienes no lo son. No es una invitación al conformismo, sino un llamado a vivir la radicalidad del Evangelio.
Los pobres nos evangelizan
No se diría que el de León es un documento moderado. Según el actual pontífice, estamos tan concentrados en nuestras propias necesidades, que desde el individualismo dominante, ver a alguien sufriendo nos perturba, pero no queremos perder nuestro tiempo ocupándonos de los problemas ajenos.
Con ojo clínico advierte el papa que estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas a la realidad humana del dolor. La respuesta al amor de Dios, recuerda Dileixit nos y reitera Dilexi te, es el amor a los hermanos.
Finalmente, este panorama de la necesidad nos sitúa frente a la sorprendente experiencia corroborada por la misma tradición cristiana que se vuelve un verdadero punto de inflexión en nuestra vida personal, cuando caemos en la cuenta de que justamente los pobres son quienes nos evangelizan, concluye León.
¿De qué manera? En el silencio de su misma condición, ellos nos ubican frente a la realidad de nuestra debilidad, pero también nos anotician de que si el Evangelio tiene sentido es cuando nos permite ver en el otro el rostro sufriente de una humanidad en que se refleja la infinita grandeza de la divinidad.
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