
En tiempo de descuento hacia la cada vez más gravitante elección del 26 de octubre, las turbulencias económicas que no cesan pese al fuerte respaldo de la administración estadounidense se entrelazan con nuevos escándalos políticos, exponiendo al oficialismo ante una situación de extrema debilidad, ya no solo frente al compromiso electoral, los mercados y la opinión pública, sino de cara a un segundo tramo de mandato donde se amplifican los interrogantes y se profundiza la incertidumbre.
El aire fresco tras el espaldarazo trumpista estuvo lejos de insuflar nuevos bríos a un oficialismo agobiado desde varios frentes, y se convirtió en apenas un efímero respiro que, aunque importante, no alcanza para despejar las incógnitas que rodean al gobierno libertario ni para exorcizar los fantasmas de la gobernabilidad.
Es que pese al contundente respaldo de los Estados Unidos, una vez más, el presidente Javier Milei enfrentó una semana de tensiones e incertidumbre tanto en el turbulento plano económico como en el convulsionado frente político.
Por un lado, la presión cambiaria volvió a ser noticia. Aún con el mayor colchón tras el ingreso de divisas fruto de la polémica rebaja transitoria en las retenciones que favoreció a las grandes exportadoras y los recurrentes mensajes del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, el precio del dólar anotó una suba de 100 pesos o más de 7% en los distintos segmentos, a pesar de que las autoridades monetarias intervinieron con ventas de contado.
Mientras tanto, retorna la brecha entre cotizaciones y el equipo económico improvisa con medidas que incluyen la reposición parcial de algunas restricciones que caracterizaron al cepo para personas físicas. Y en un contexto donde los “gestos” que vienen de Washington tienen efectos cada más breves y acotados en el humor de los inversores y mercados, el gobierno cifra sus expectativas en que la inminente cumbre entre el ministro Caputo y Bessent aporte algunas certezas sobre los alcances, montos y plazos del segundo “salvataje” al que el gobierno recurre en apenas seis meses.
Sin embargo, la ayuda y, sobre todo, los dólares (tanto los de la liquidación extraordinaria del campo como los que podrían venir de Estados Unidos), tienen efecto sobre el corto plazo, permitiéndole al oficialismo transitar el calvario hacia las elecciones de medio término sin lidiar al mismo tiempo con una corrida cambiaria, aunque a esta altura resulta evidente que están muy lejos de despejar el camino de mediano plazo.
Por ello, no es casual que hoy todas las miradas -tanto en el frente externo como en el plano local- vuelvan a estar centradas en la política. Lo marca el pulso de la opinión pública, lo manifiesta con particular crudeza la dinámica actual del sistema político, lo indican los mercados, e incluso lo dicen explícitamente ya no solo nuestro principal acreedor, el FMI, sino quien probablemente muy pronto se convertirá en nuestro segundo mayor prestamista, el Tesoro de los Estados Unidos.
Lo cierto es que los problemas del oficialismo en lo que respecta a la gestión de la política se profundizan. A los errores que ya no pueden enmendarse, y que son fruto de una combinación de prematuro triunfalismo con mala praxis política, como la decisión de enfrentar con armados propios a los gobernadores otrora aliados o dialoguistas, un cierre con el PRO que fue más la escenificación de una rendición que un acuerdo electoral, o la selección de candidatos desconocidos en la mayoría de los distritos, se fueron sumando otras evidentes carencias que dan cuenta de la falta de muñeca política (como los vetos a leyes sensibles) y, como si fuera poco, nuevos y resonantes escándalos de corrupción.
Cuando el gobierno apenas había logrado comenzar a dejar atrás -al menos en la agenda- el escándalo por los audios de Spagnuolo, que muy probablemente haya tenido algún impacto en la derrota bonaerense del pasado 7 de septiembre, un nuevo escándalo envuelve al oficialismo. Un escándalo que no solo horada aún más la imagen y el capital simbólico de un gobierno que supuestamente había venido a combatir las prácticas corruptas de la casta sino que, además, involucra a José Luis Espert, el candidato más relevante de LLA en las próximas elecciones, justamente una de las pocas figuras con proyección nacional de ese espacio (junto con Bullrich) en listas integradas mayoritariamente por desconocidos.
Los vínculos entre Espert y un empresario detenido y acusado por la Justicia de Estados Unidos de liderar una organización vinculada al narcotráfico, otrora negados por quien encabeza la lista bonaerense y ahora revelados en documentos oficiales, generaron un verdadero terremoto político, incluso hacia el interior del oficialismo. Ante los reclamos de renuncia que se multiplican frente a la falta de explicaciones convincentes por parte de Espert, y las incógnitas respecto al potencial impacto electoral en los propios votantes del oficialismo (los más cercanos al PRO y los llamados votos “blandos”), el presidente optó por respaldarlo.
Mientras el gobierno exhibe enormes dificultades para desarrollar la campaña electoral, en medio de la volatilidad económica, las dificultades internas estimuladas por errores libertarios, la ofensiva opositora en el Congreso, y los crecientes escándalos, el Presidente parece aferrarse a una relación con Trump que aunque pueda darle un alivio financiero difícilmente se traduzca en las urnas, a la vez que intenta acercarse a Macri para enviar gestos de gobernabilidad aún insuficientes.
Los encuentros con un Macri que se encargó de aclarar que está dispuesto a avanzar en un acuerdo de gobernabilidad, pero solo después de las elecciones del 26 de octubre, pueden ser relevantes en el plano simbólico, más que nada hacia los mercados, aunque difícilmente alcancen. No solo porque Macri ya no está en condiciones de aportar lo que podía aportar antes, con un partido atravesando una profunda crisis de identidad y una rebelión interna en ciernes, sino porque al gobierno, aun suponiendo que estuviese dispuesto a abrirse, ya no le alcanza con recomponer la relación con el PRO para garantizarse un mínimo de gobernabilidad en el mediano plazo.
Además, al igual que lo que parecieron señalar reiteradamente Trump y Bessent respecto al salvataje financiero, la “ayuda” de Macri llegaría recién después de las elecciones. Frente a ello, la pregunta que se impone es tan obvia como inquietante: ¿qué sucedería si el resultado de las elecciones no es favorable, o, a esta altura, no sea leído como favorable?
Así las cosas, aún ante la posibilidad de que pese a todas las dificultades LLA pueda ser el partido más votado a nivel nacional, la magnitud del resultado propio y de las ofertas opositoras (no solo el kirchnerismo sino también Provincias Unidas) marcarán los límites de la hoja de ruta que el oficialismo podrá trazar respecto al segundo tramo de un mandato en que no solo enfrentará enormes desafíos internos en un contexto en donde el bolsillo aprieta cada vez más, sino crecientes demandas externas respecto a reformas que requerirán necesariamente de amplios consensos.
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