
Creo recordar que el pensador judío Maimónides fue el primero en ubicar a la realidad por encima de las ideas. No comparten esta visión los fanatismos, las sectas, aquellos sectores que conciben a las ideas como más importantes que la realidad. Hoy, ambos extremos, que nos dividen, están representados por el Kirchnerismo y La Libertad Avanza, dos concepciones en las cuales la duda no tiene cabida.
Se suele decir que no es posible ocupar el espacio del centro, y no lo es porque ese centro, que abarca la política, necesita, merece, exige sabiduría, eso que en Uruguay se dio con tanta nitidez cuando los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Pepe Mujica fueron capaces de construir una diferencia respetuosa que les permitió conformar una democracia estable.
Ese ansiado espacio del centro es el de la madurez, el que rompe con los dogmas, donde la duda no importa y la realidad aparece en segundo plano, dependiendo de la idea. En el Kirchnerismo, los derechos humanos están por encima de los derechos sociales y no puede, entonces, ingresar a la política. En LLA, el equilibrio fiscal es el dogma que rige contra viento y marea sin que interesen las necesidades de la sociedad. Son dos esquemas alejados de la política, el espacio del centro.
La reciente participación de Axel Kicillof en el programa televisivo de Carlos Pagni significó, a mi entender, un intento del Gobernador de diferenciarse del Kirchnerismo, en el sentido de no asistir solo a medios amigos y de recuperar su relación con el resto de la sociedad. En estos días, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Javier Alonso, se refirió a la investigación del triple crimen en América 24, siguiendo esta línea de ocupar el espacio del diálogo con el resto de los medios, adversarios, en general. Logró su respeto. Ese paso es, quizá, una definición del comienzo del fin de la relación con el Kirchnerismo, tanto del Gobernador como del ministro de Seguridad. Asumen el hecho de dialogar con la sociedad, y es Kicillof quien expresa claramente a Pagni su voluntad de hablar con el Presidente. Recuperar el diálogo es el único camino para volver a la política y en eso consiste su relación con lo que llamamos “el espacio del centro”.
Repito siempre que gobernar es pacificar y dar trabajo, y no hay otro camino hacia la pacificación que el diálogo entre los sectores. En algún momento, cuando estuve cerca de Macri, le manifesté un concepto claro para mí, en estos términos: “Vos sos el jefe de los rubios y Moyano, el de los morochos. Si ustedes dos se reúnen, podrían ayudar a unificar a la sociedad argentina”. Esos dos almuerzos que logré organizar terminaron mal porque, desde mi punto de vista, Macri no entendía a fondo el concepto e intentaba imponer exclusivamente el suyo.
El gorilismo no es la expresión del sentimiento antiperonista, sino el de todo aquel que se imagina superior a los humildes. El término populismo se utiliza para definir la distancia que hay entre los que se creen superiores respecto de los considerados inferiores. La política se da cuando es capaz de pensar en el conjunto de la sociedad y no solo, como hoy, en los beneficios de las minorías. Porque ¿qué duda cabe de que el proyecto de Milei es de concentración económica? Cuando el dólar está barato, los ricos pueden viajar y comprar e importar sin impuestos sus chucherías. Entre tanto, se cae el turismo y se empobrecen los más vulnerables Este es el camino que hoy transita nuestro país con el gobierno libertario, cuyo límite es el endeudamiento. Cuando los pobres hacen un enorme esfuerzo, creyendo en aquella promesa vana de un futuro mejor, estamos ante una situación tan falsa como la de cada etapa en que gobernó esta concepción que pregona la minoría lúcida de la distancia entre ricos y pobres y del egoísmo por sobre la solidaridad. El egoísmo es hijo de las sectas y termina instituyendo indefectiblemente una burocracia que disfruta de sus propios deleites. Con el nacimiento del barrio privado, se inició la principal fractura interna de nuestra sociedad, el momento en el cual los que podían se separaban de los otros para tomar distancia y no sufrir la presencia de aquellos a quienes habían empobrecido. No se planteaban la distribución de la riqueza, sino el goce de su concentración.
Si vamos hacia atrás en nuestra historia, reitero que la verdadera decadencia se inicia en la dictadura militar del 76 con Martínez de Hoz. Esa dictadura necesitó asesinar para imponer, entre otras medidas económicas, la Ley de Entidades Financieras, que confirió supremacía a los bancos sobre las industrias. La discusión con el agro es eterna porque si bien es cierto que esa estructura agropecuaria nos dio grandes crecimientos productivos, nunca aceptó de buen grado la democracia. No puedo olvidar que así como los representantes del campo recibieron a un Onganía que llegaba en una patética carroza, fueron capaces de silbar al presidente Alfonsín durante la inauguración de la Sociedad Rural de 1988. Es que la democracia a estos sectores siempre les quedó grande, siempre les molestó. La política actual tiene el conflicto disparatado de pedir esfuerzos y requerir endeudamiento y, en rigor, el ministro Caputo tiene la especialidad de fugar capitales, endeudando al país y empobreciendo a la totalidad de los argentinos.
No es cierto que no exista el espacio del centro. Sin embargo, debemos asumir que es el resultado de una madurez y de una elite dirigente que en el presente no tenemos. La política necesita talento; con las sectas, basta la obediencia, muy presente tanto en el Kirchnerismo como en La Libertad Avanza. Es indudable que ambas se necesitan mutuamente porque solo el miedo a retornar a ese pasado le da cierta vitalidad a este horrible presente. La historia nos regala grandes jugadores de fútbol, escritores, músicos y hasta un Papa, pero hace años que no nos da un estadista. Si hay algo que necesita el espacio del centro, es la capacidad de pensar en el conjunto y cuando hablamos de nuestro pasado, no podemos dejar de asumir que fuimos una sociedad integrada hasta el 76 y dejamos de serlo desde ese momento. En eso seguimos. Basta con ver el manifiesto rechazo de Milei a todo talento; la inteligencia incorpora la duda y la acepta, algo inconcebible para este presidente. No es solo la falta de ética lo que debilita nuestro destino, sino la ausencia de un proyecto, que es la madre de la carencia de principios morales. Si no hay un objetivo válido que convoque al destino colectivo, se imponen los egoísmos individuales.
El programa del presidente Milei centrado en el equilibrio fiscal está agotado, ya no hay forma de sostenerlo. Necesita de la injusticia y del préstamo a la vez, miseria y deuda, al mismo tiempo. No tiene destino. Pero, la agonía del presente está mostrando signos de sensatez que permiten vislumbrar otro futuro, en el que la concentración económica no sea la política central, sino el destino colectivo y un proyecto de país para todos. Insisto, y repito hasta el cansancio, que gobernar es pacificar y dar trabajo. No lo hizo el Kirchnerismo y tampoco puede llevarlo adelante Milei ni le interesa hacerlo. Más allá de ambas sectas nacerá aquel grupo de responsables que asuma el espacio del centro, el de la política, que no es un imposible. Carece tan solo de la voluntad política de personajes con estatura y capacidad de recuperar las expectativas de la sociedad que convoquen a semejante epopeya. El futuro está abierto, lo que muere está a la vista, lo que nace todavía es incipiente, pero hay muchos elementos que deben devolvernos la convicción de ocupar el espacio del centro, ya sea por el gobernador de la provincia de Buenos Aires o por el grupo de gobernadores.
Las dos opciones son indicios claros de un nuevo futuro. En ambas, la realidad es más importante que las ideologías. Este es, en mi opinión, el centro del debate. El talento va siempre acompañado por la duda, y la duda no es un error de los intelectuales, sino una necesidad de los pueblos que reflexionan. Da la impresión de que la reflexión está volviendo a ocupar el espacio que las sectas le habían quitado.
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