
La economía se encuentra en un punto de inflexión. El resultado electoral en la provincia de Buenos Aires, con una derrota contundente para el oficialismo, modificó la hoja de ruta política y reactivó la sensibilidad de los mercados. Los próximos meses, hasta las legislativas nacionales de octubre, estarán marcados por expectativas fluctuantes, estrategias defensivas y la necesidad de administrar cuidadosamente cada decisión empresarial.
Para las pyme, luego de un año de cierta estabilidad macroeconómica que permitió proyectar con mayor previsibilidad, la fragilidad política y financiera reinstala un escenario conocido y desgastante: adaptarse a reglas que vuelven a cambiar sobre la marcha. Para las empresas argentinas no es una novedad, pero sí implica reactivar reflejos que habían quedado relegados.
La política monetaria del Gobierno refuerza esa dinámica: dejar que el mercado determine las tasas de referencia e intervenir solo sobre la cantidad de dinero en circulación crea un nuevo mapa de rendimientos y costos. Aunque la inflación se mantiene estable y descendente en torno al 30% anual, sigue condicionando márgenes y expectativas de consumo.
Cuatro virtudes empresariales resultan esenciales: paciencia, resiliencia, pragmatismo y coraje
En este contexto, cuatro virtudes empresariales resultan esenciales: paciencia para esperar señales, resiliencia para sostener la actividad, pragmatismo al seleccionar alternativas y, por encima de todo, coraje para apostar al futuro en medio de la incertidumbre.
Tasas de interés
La reconfiguración de rendimientos se observa con claridad en el sistema financiero. Hoy, las tasas nominales ofrecen resultados reales positivos frente a una inflación esperada del 30% anual. Instrumentos de corto plazo, como las cauciones en el mercado de capitales, presentan rendimientos efectivos cercanos al 0,9% mensual sobre la inflación, y los depósitos a plazo fijo superan el 2% real.
En contraste, las tasas activas muestran aún costos elevados: el descuento de cheques descendió a 59% anual, un alivio frente al 77% previo, pero el costo financiero real aún ronda el 3,1% mensual, lo que encarece el acceso a liquidez. Los adelantos en cuenta corriente permanecen alrededor del 66% anual, y siguen presionando la operatoria diaria.

Para quienes cuentan con liquidez, las opciones financieras lucen atractivas a corto plazo. Para quienes requieren financiamiento, el escenario sigue siendo caro. La paradoja es que las mismas tasas que protegen el capital frente a la inflación son las que dificultan el motor productivo, especialmente para las pequeñas y medianas empresas.
La falta de una tasa de referencia definida por el Banco Central expone el sistema a la oferta y demanda de pesos, aumentando la dispersión entre instrumentos y exigiendo un análisis detallado en cada decisión.
En esta coyuntura, la comparación con la inversión productiva resulta inevitable. Cuando el rendimiento financiero supera con claridad a la inflación, cualquier empresa se pregunta si conviene inmovilizar capital en nuevas líneas de producción o esperar mayor certidumbre política y macroeconómica.
El dilema entre inversión productiva y financiera no ofrece respuestas sencillas
El dilema entre inversión productiva y financiera no ofrece respuestas sencillas. La inversión productiva sigue siendo el motor del crecimiento sostenido, pero hoy enfrenta costos y volatilidad electoral que obligan a actuar con cautela.
Para las pyme, cada decisión de ampliar capacidad, contratar personal o innovar requiere análisis en un horizonte corto. El desafío está en operar con márgenes acotados y apostar a la escala, la diferenciación y el valor agregado como defensas frente a tasas altas y demanda debilitada.
Por otro lado, postergar indefinidamente proyectos productivos para volcarse al rendimiento financiero también implica un riesgo: perder competitividad futura. Los instrumentos financieros entregan retornos inmediatos y seguros, pero la inversión en productividad -ya sea tecnología, eficiencia o servicios complementarios- garantiza sobrevivir cuando el ciclo favorezca una reactivación. El dilema no se resuelve optando únicamente por una vía, sino en la capacidad de equilibrar: mantener liquidez y operar, administrando la caja sin sacrificar el crecimiento a largo plazo.

Ese equilibrio define la gestión diaria:
La producción exige máxima eficiencia: reducir desperdicios, optimizar insumos y ajustar volúmenes ante una demanda errática.
En comercialización, resulta clave fortalecer los canales que aseguren cobros previsibles, aunque eso implique menores márgenes.
En distribución, conviene elegir esquemas flexibles que respondan a cambios en costos logísticos o consumo regional.
En suma, administrar liquidez como parte de la producción y profesionalizar cada decisión operativa permite atravesar el presente restrictivo sin hipotecar el futuro.
En este escenario, la brújula empresarial depende más que nunca de cuatro virtudes: paciencia para esperar señales en un entorno electoral incierto; resiliencia para sostener la actividad bajo presión financiera; pragmatismo para elegir alternativas sin enamorarse de una sola vía, y coraje para mirar más allá de octubre y apostar por inversiones que pueden convertirse mañana en ventaja competitiva.
Sobrevivir con creatividad y disciplina resulta clave para estar listos cuando el viento vuelva a favor
La historia muestra que las pyme argentinas han superado ciclos todavía más difíciles, y que su capacidad de adaptación constituye su mayor fortaleza. Hoy el reto es transitar el corto plazo exigente sin quitar la vista del mediano plazo, donde la estabilización de la inflación y la normalización política puedan permitir un crecimiento más sostenido. +
En definitiva, sobrevivir con creatividad y disciplina resulta clave para estar listos cuando el viento vuelva a favor.
El autor es Analista Económico y director de Focus Market
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