
En “Introducción al pensamiento complejo” Edgard Morin nos recuerda que la vida cotidiana de cada uno posee diversos roles sociales donde nos desempeñamos de acuerdo con lo que somos, en soledad, en el trabajo, con amigos, con desconocidos, produciendo así una multiplicidad de identidades, de personalidades, construyendo de esa forma un “un mundo de fantasmas y de sueños que acompañan la vida”.
Seamos francos, todo es así hasta que nos enfrentamos al manipulador profesional que nos engaña por detrás de sus velos de manera recóndita y es aún más increíble el ser humano que habita dentro de ese Macbeth que se nos representa ante nuestros ojos.
Pues bien, nadie mejor que Pedro Sánchez para encarar el Macbeth de nuestra contemporaneidad junto a su lady por detrás y toda su parafernalia de protagonismos esperpénticos y cinematográficos -con guion de bajo presupuesto de película independiente- para alucinarnos en su decadencia extrema. Si será estupenda la Constitución española de 1978 que ha soportado de todo y el país sigue enhiesto a pesar de todo.
Si algo define a los “malos” de la película es ver quiénes son sus enemigos o adversarios (para ellos son lo mismo). El día que Felipe González sustanció cátedra de moral política al presidente español y le sugirió que lo mejor era el camino de la verdad ciudadana del pueblo soberano ante las urnas (con palabras más elegantes, por cierto) el enojo inundó el alma del presidente y montó en cólera despreciando con estilo cínico al expresidente español. Penosa escena que hablaba por sí misma.
Si algo hace grande a un expresidente es disentir -cuando corresponde- con autoridades de su propio partido político por el bien de su país: la nación, ante todo, luego los intereses menores de carácter parroquial. Esto no abunda en demasiados expresidentes que suelen tener atavismos de épocas mozas, sin comprender que haber sido el primer magistrado de una nación es un viaje de ida, nunca tiene retorno, si se desea mantener la estatura que alguna vez se alcanzó. Tarea titánica para los expresidentes, pero necesaria si no quieren ingresar al mundo de la intrascendencia que se los devora si no tienen sustento. Solo estar a la altura de la historia, aportando desde la verdad y contribuyendo a un mejor presente, les otorga galardones a los viejos chamanes de la tribu. Pero ese baile no es para todos, algunos engranan en su verdadero yo y afloran narcisismos melifluos, otros despliegan particularismos que los desnudan la pobre materia que elaboraban y los menos logran mostrarnos que por algo el pueblo los ungió con la máxima responsabilidad sin errarle.

Eso último ha sido Felipe González, que no es un jarrón chino, por cierto, incómodo en un living de una casa sino un Picasso donde se lo exponga, porque ha sabido producir una narrativa lúcida en los tiempos actuales y contribuye activamente con su pensamiento activo al sentido de responsabilidad histórica que siempre se debe un país. Todo eso procurando que su tierra se supere a sí misma y no sea arrollada por la ola intemperante del divisionismo y la injuria. Prevenir paga poco, pero contribuye mucho.
En mi caso (perdón este mínimo abordaje autorreferencial) no estoy próximo a las filas ideológicas del pensamiento de Felipe González por mi viaje hacia un liberalismo más intenso en lo económico, pero tengo claro que saber pararse ante la historia en el lugar correcto no es un asunto para cualquiera y semejante postura merece destaque en un mundo indecoroso para la política excelsa. Por eso un político orgulloso de tal (bien allí por Felipe) que aporta y hace razonar a todos para recorrer un camino de sabiduría resulta meritorio y destacable. No es la regla, repito.
Recordemos, cuando Felipe González se enfrentó en su época a su propia gente ideológica -sabiendo el costo de ir contra su grupo de referencia- para impulsar que su España ingresara a la OTAN, allá por los ochenta, sabía el salto cualitativo que eso implicaba y el costo político que iba a devengarle recorrer el camino de la integración total junto al ingreso pleno a la Comunidad Económica Europea. Todo o nada. En definitiva, la apuesta era total: salir de la vieja España pastoril y conservadora e introducirla al proceso industrial y moderno, gritando a cara descubierta al continente que no querían ser más los últimos de la fila sino estar entre los aplicados que pelean por mayor movilidad social para sus gentes. Todos cimbronazos en procura de un mundo mejor. Ganó la partida y buena parte de lo que hoy es España se debió a esos momentos de coraje que tuvo el expresidente Felipe González. Por cierto, hoy lo relato como crónica de una época, pero el momento fue salvaje. Es que un gran político le gana a su tiempo la pulseada, no se adecua a ella para depredarla como un picudo colorado que se devora una palmera y así dar rienda suelta a su sobrevivencia microscópica.
En la actualidad ver a Pedro Sánchez entregar semana a semana pedazos de una dignidad que ya casi no posee, revolcarse en el lodazal del improperio y ponerle cara a la desmesura con su actuación es francamente una ofensa y linda con el surrealismo que ya le granjeó las puertas del infierno.
Va con respeto: nunca un líder socialista decepcionó tanto como él en la contemporaneidad planetaria, con tanto tupé para insistir en su desesperada sostenibilidad personal y en la producción de un tiempo de alienación política en una sociedad que no merece semejante abordaje prostibular. Perdón por esta mención lingüística atento a que es un asunto que posee connotaciones propias en el mundo que rodea al señor presidente.

En fin, de un político con mayúsculas como lo es Felipe González a este señor diminuto y liliputiense es en lo que ha caído la madre patria. Algo deberán revisar allí en el futuro cercano porque nadie se compra las catacumbas gratuitamente. Solo para prevenir semejantes desmesuras -lo planteo- porque para todo el mundo hispano parlante lo que acontece en España siempre nos resulta motivo de análisis, atención y aprendizaje. En esta última etapa, ha sido todo lo contrario: han protagonizado la ruta exacta de lo que no hay que hacer. Ha sido una lección a contrario sensu. Rara vez se advierte tanto macaneo, cancha chica y tan poca visión de futuro en un colectivo gubernamental que va a terminar saliendo por la puerta de atrás entre abucheos y vergüenzas varias. Una auténtica decadencia como pocas veces hemos visto. Mirar para aprender a no hacer nada de lo que allí han hecho.
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