Milei en el laberinto de la credibilidad

El oficialismo no encuentra una narrativa sólida que dé respuestas a la volatilidad cambiaria y las derrotas legislativas

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Javier Milei en Córdoba
Javier Milei en Córdoba

El Gobierno sigue adentrándose en un laberinto del que parece no haber salida o, al menos, no una salida fácil y compatible tanto con las necesidades políticas del oficialismo como con los exiguos tiempos electorales de cara a la elección de medio término del próximo 26 de octubre.

Conforme se profundiza con una crisis económica que pone en jaque el modelo económico con una estampida del riesgo país y una corrida cambiaria que presiona la banda superior del sistema de flotación acordado con el FMI, el Gobierno no logra salir del desconcierto y oscila entre diversas actitudes -muchas de ellas contradictorias- que profundizan la incertidumbre y amplifican los interrogantes.

En estas dos semanas cargadas de tensión en los mercados y perplejidad en el oficialismo por la contundente derrota en territorio bonaerense, el presidente y los principales referentes libertarios combinaron respuestas que incluyeron leves autocríticas, minimización de los resultados y de la situación en general, contraataques furibundos, displicencia, discursos de miedo, nuevas apelaciones mesiánicas, la victimización frente a presuntas intenciones destituyentes y atisbos de supuestos “golpes blandos”, entre otras poco disciplinadas estrategias para intentar recuperar la iniciativa y reconstruir la reputación de un gobierno golpeado.

Los últimos días desnudaron crudamente esta situación. Mientras el Gobierno defendía por tercer día consecutivo la cotización del dólar en la banda superior desprendiéndose de las ya de por si magras reservas, perdía por goleada en ambas cámaras del Congreso Nacional frente a una oposición que domina la agenda política, y enfrentaba masivas movilizaciones en defensa de temas que suscitan apoyos transversales como la universidad y la salud públicas, el Gobierno multiplicaba las mesas políticas y un nuevamente un empoderado Santiago Caputo encabezaba junto al propio Presidente un encuentro con los candidatos nacionales de LLA para “bajar” algunos supuestos lineamientos estratégicos y dar a conocer lo que sería el nuevo eslogan electoral.

La idea, según trascendió en algunos medios y ya esbozaron algunos referentes libertarios, orbitaría en torno al concepto de “valorar el esfuerzo de los argentinos e invitarlos a defenderlo para que todo valga la pena”. Una idea que, si bien pareciera a priori muy alejada del “kirchnerismo o libertad” o “kirchnerismo nunca más” que insuflaron las narrativas de las campañas porteña y bonaerense, también incluye -aunque más solapadamente- la apelación al miedo de volver atrás, lo que en clave libertaria se traduce como “riesgo kuka”. De allí el lema “la libertad avanza o Argentina retrocede”, también utilizado en los últimos días por el presidente.

Sin embargo, la magnitud del problema trasciende los límites del diseño estratégico, por más acertado o ajustado a la nueva realidad que este pueda aspirar a ser. Y ello parece ser la consecuencia de varios factores que confluyen en lo que parece ser una tan peligrosa como necia voluntad presidencial de no ceder un ápice en lo que entiende es el camino “correcto”.

Es que aunque el propio Milei animó junto al consultor presidencial el encuentro para alinear a la tropa propia, proyectando la imagen de que se ponía al frente de una conducción política que venía desdeñando y presentando la estrategia que procura mostrar un filón más empático con los que padecen las consecuencias de la situación económica, hay una manifiesta falta de disciplina estratégica.

Algo bastante previsible en un gobierno no solo recurrentemente víctima de la improvisación y los daños autoinfligidos, y acechado por fuertes internas que se intensificaron con el proceso electoral, sino fundamentalmente por un presidente muy afecto a las actitudes intempestivas, los inoportunos soliloquios alejados de la realidad, y las viscerales reacciones ante potenciales “heridas narcisistas”. Un poco de esto se vio sobre el final de la semana, cuando mientras algunos funcionarios como Francos, Sturzenegger o Catalán ensayaban -con diversos matices y modulaciones- el tono más “moderado” aconsejado por el gurú Caputo, el ministro de Economía insistía con la tesis del “riesgo kuka” y volvía a repetir peligrosas consignas respecto al dólar en un streaming libertario, y la ministra-candidata Patricia Bullrich acusaba al Congreso de “poner bombas” en una entrevista.

El mismo Milei lo ratificó durante su raid electoral en Córdoba, pasando de un discurso moderado en la Bolsa de Comercio, donde procuró transmitir ante los empresarios un mensaje de calma y exhibir el tono moderado que había debutado en la cadena nacional en la que presentó el presupuesto, a los gritos, la desmesura y el tono confrontativo y exaltado del acto electoral en un espacio público. Un discurso con la vehemencia habitual en el que incluso infringió la nueva regla que Santiago Caputo había expuesto ante los candidatos del espacio en el encuentro de Olivos: no atacar a los gobernadores y oficialismos locales.

Una indisciplina que no solo puede ser adjudicada a las altas dosis de improvisación reinantes o al propio carácter del presidente, sino también a la falta de un diagnóstico profundo, riguroso y realista de qué es lo que está pasando, tanto a nivel político como económico. Una autocrítica que se quedó nada más que un gesto vacío, como si fuese una evidencia de debilidad en lugar de una oportunidad para ajustar lineamientos estratégicos e intentar conectar con aquellos votantes que a todas luces han comenzado a nutrir las filas del desencanto.

¿Realmente Milei cree que la aplastante derrota bonaerense y la fuerte caída en su imagen y la aprobación de gobierno es producto de “errores” a nivel de los armados político-electorales? ¿Realmente cree que el resultado refleja más la fortaleza del aparato territorial de los intendentes peronistas del conurbano que el malestar con una situación económica que no da tregua para los ciudadanos de a pie? ¿Realmente piensa que la batalla librada contra los trabajadores del Garrahan, las universidades nacionales, los jubilados, o los beneficiarios de prestaciones por discapacidad, puede ser interpretada como una cruzada en defensa contra un intento de golpe al equilibrio fiscal? ¿Realmente Milei cree -como dijo en Córdoba- que para un gobierno que se jactó de combatir a la casta, basta con minimizar el escándalo de los audios, ya no solo adjudicándolos a una operación política sino incluso hablando de que fueron generados por inteligencia artificial, algo que no está constatado en la causa judicial?

En este marco, resulta tan difícil ver los potenciales resultados positivos de un contrataque polarizador como de una estrategia de victimización. Es que en ambos casos, el gobierno carece de un atributo fundamental para apalancar cualquiera de esas dos estrategias alternativas: la credibilidad.

Lo cierto es que a la crisis política, económica y social que atraviesa el país se le superpone una cada vez más profunda crisis de confianza en el gobierno, tanto en lo que respecta a su capacidad para garantizar la gobernabilidad, sostener el programa económico y honrar compromisos de deuda, como de cumplir con algunas de las promesas electorales y expectativas que generó en muchos sectores transversales de la sociedad respecto a los efectos de la renovación política, la austeridad y la transparencia sobre una recuperación de la economía real que no llega.

Así las cosas, las elecciones bonaerenses y lo ocurrido en las dos últimas semanas muestran un sendero peligroso para el gobierno, que de confirmarse en los comicios nacionales del 26 de octubre, amenaza la intención de pintar el mapa de violeta y compromete seriamente sus posibilidades en el segundo tramo del mandato.