El gobierno de Javier Milei atraviesa un momento bisagra. No se trata solo de un escándalo judicial ni de la fragilidad económica de estos días, con un dólar inestable y reservas al límite. El verdadero epicentro es comunicacional: un gobierno que llegó al poder gracias a la fuerza del relato y que hoy, frente a la gestión y la inexperiencia, muestra que no sabe administrarlo en la crisis.
La campaña libertaria fue un caso de manual de comunicación política emocional. Milei logró interpelar a una sociedad herida con un discurso disruptivo, cargado de símbolos y gestos. Prometió pureza, rebeldía y autenticidad frente a un sistema agotado. Ese fue el contrato social con sus votantes.
El problema aparece cuando la narrativa choca con la realidad. Como explica Manuel Castells, el poder se construye en la comunicación, pero se destruye cuando los mensajes dejan de coincidir con la experiencia social. Castells, sociólogo español y uno de los teóricos más influyentes de la “sociedad red”, advierte que la legitimidad política no se juega solo en la gestión de recursos, sino en la coherencia entre relato y hechos. El escándalo en un área tan sensible como la discapacidad no es solo un frente judicial: erosiona la credibilidad del gobierno en su terreno más sagrado, el del discurso moral.
La gestión de la crisis muestra fallas elementales. La primera es la negación y la minimización: atribuir todo a operaciones mediáticas sin ofrecer datos sólidos refuerza la sospecha. La segunda, los silencios prolongados: la falta de voceros claros deja un vacío que otros actores ocupan. En comunicación política, el silencio nunca es neutro. El tercer error es la improvisación en redes: los tuits incendiarios del Presidente y de su entorno no ordenan el escenario, lo desordenan más. Allí la emocionalidad reemplaza a la estrategia. Finalmente, la ausencia de empatía: en un tema sensible como la discapacidad, no hubo palabras de contención social, solo defensas endogámicas.
En términos freudianos, Milei perdió su “Yo auxiliar”: esa figura o estructura que regula y contiene. La comunicación oficial, en vez de cumplir ese rol, se limita a amplificar tensiones.
A este vacío se suma un recurso peligroso: la estrategia de correr el eje del escándalo mediante la victimización presidencial. Se instala la idea de un ataque directo contra Milei, incluso poniendo en riesgo su seguridad personal. No es una novedad: en Brasil, Jair Bolsonaro capitalizó en 2018 el atentado físico que sufrió, transformándolo en motor de campaña. Pero el tiempo demostró que ese blindaje simbólico no alcanzó: años después perdió la elección frente a Lula. La comunicación puede maquillar, pero nunca suplanta la falta de política ni la debilidad en la gestión.

¿Teme el gobierno una derrota en las urnas el próximo domingo? La pregunta no es menor. Si ese fuera el escenario, comenzaría un derrotero difícil de sostener, incluso en lo emocional, para un liderazgo que hizo del relato su fuerza y que hoy enfrenta la fragilidad de gobernar sin él.
La política y las empresas ofrecen lecciones claras. Johnson & Johnson sobrevivió al caso Tylenol porque comunicó todo, incluso lo que la perjudicaba. El secreto no destruye por el hecho en sí, sino por el vacío que deja. Angela Merkel, en 2008, evitó el pánico financiero con una frase breve y contundente: “Sus ahorros están seguros”. Claridad y sobriedad. Y Watergate demuestra el costo de negar y ocultar: Nixon no cayó por el espionaje, sino por la falta de credibilidad en sus respuestas.
El mileísmo debería aprender de estos casos. Primero, reconocer la gravedad del problema. Segundo, abrir canales de información confiables. Tercero, salir del círculo íntimo y poner voceros que representen a la sociedad, no solo al núcleo duro del poder. La comunicación de crisis no se improvisa: necesita plan, coherencia y empatía.
La Argentina vive una policrisis económica, social e institucional. Pero el riesgo mayor es la narrativa: el gobierno que se presentó como distinto hoy transmite lo mismo. Y cuando el relato se convierte en contradicción, el daño reputacional es profundo.
El espejo que le dio poder a Milei hoy devuelve una imagen distinta: un liderazgo sin estrategia comunicacional frente a su primera gran prueba. Y como recordaba Jed Bartlet en The West Wing: “La verdad siempre sale a la luz. Y cuando lo hace, hay que estar listo para gobernar con ella, no contra ella.”
(*) La autora es especialista en gestión de crisis, directora de la agencia de Management de crisis y reputación NT (NO TEMAS)
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