
En pocos días, millones de bonaerenses volverán a acercarse a las urnas. No es un acto administrativo: es un recordatorio de que el poder político no reside en un palacio ni en un despacho, sino en la ciudadanía que lo delega de manera temporaria y condicionada. Con cada voto, actualizamos un pacto democrático fundamental: somos quienes definimos el rumbo colectivo.
En tiempos globales de desconfianza y desencanto, esta verdad se vuelve todavía más relevante. Vivimos una etapa marcada por la desafiliación: vínculos que se debilitan, instituciones que generan distancia en lugar de cercanía, pertenencias que parecen diluirse. Esa desafiliación se traduce en soledad, en apatía, en la idea de que lo que hagamos o dejemos de hacer no cambia nada. Sin embargo, la elección de septiembre en la provincia más poblada del país demuestra lo contrario: cada voto cuenta, cada decisión ciudadana impacta.
Está claro que el voto no borra las desigualdades ni garantiza soluciones inmediatas a los problemas que enfrentamos. Pero cumple una función insustituible: nos recuerda que las decisiones colectivas importan y que ninguna fuerza o ninguna persona puede apropiarse por completo del poder. Al votar, participamos de un proceso que establece límites, orienta prioridades y define quiénes tienen la responsabilidad de gobernar. El acto de votar es, en ese sentido, mucho más que un trámite: es una declaración de pertenencia.
Cuando decidimos no participar, estamos reduciendo nuestra propia capacidad de incidir en el rumbo colectivo. La abstención es también una decisión, que deja espacio a que otros definan en nuestro lugar. En cambio, acercarnos a la urna es volver a tejer un lazo con la definición del futuro del lugar que habitamos, incluso si lo hacemos con dudas, con críticas o con enojo. La democracia no requiere unanimidad ni entusiasmo permanente, pero sí necesita de la participación activa de sus ciudadanos para mantenerse viva.
La Provincia de Buenos Aires concentra casi el 40% del padrón electoral del país. Lo que allí ocurra tendrá consecuencias que van mucho más allá de sus límites geográficos. Por eso, esta elección es también una oportunidad para que cada bonaerense ratifique que la democracia sigue siendo la herramienta que elegimos para construir nuestro futuro. Votar es la manera más concreta de transformar nuestro entusiasmo o nuestras frustraciones en un mensaje claro.
Las crisis de representación y las tensiones sociales nos interpelan a diario. Frente a ellas, el voto es una de las pocas instancias en las que todas las voces pesan lo mismo, donde la decisión de una persona puede equilibrar la de otra. No porque seamos idénticos ni tengamos las mismas oportunidades —sabemos que no es así—, sino porque el sistema democrático se funda en la idea de que cada voto vale. Esa es su fuerza y también, su fragilidad: depende de que participemos.
El 7 de septiembre, los bonaerenses tendrán una nueva ocasión para recordarlo. La democracia se afirma cada vez que ejercemos nuestro derecho al voto. Y en cada boleta depositada en la urna se expresa algo más profundo: la certeza de que seguimos siendo protagonistas en una historia compartida.
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