
El amontonamiento de fracasos colectivos pinta un futuro pardo. Un país joven con el lomo gastado de sostener un presente acumulador de frustraciones. La juventud que desde hace varios años es arrastrada -¿condenada?- a un presente continuo con verbos en pasado: no sueña (mi tío Raúl Mende estuvo en Ushuaia como preso político y luego de las “amables” sesiones de picana, pintaba cielos que aún conservo como sinónimo de la libertad ansiada y de un futuro distinto a conseguir). Hoy, un gran porcentaje de nuestro relevo generacional sueña corto (si lo hacen, es con salvarse como se pueda o irse del país).
¿Habremos tocado fondo?
Hoy se discuten como proyecto las corrupciones de los unos versus las de los otros (“Están molestos porque les estamos afanando los choreos”, Milei dixit).
La política todos los días se suicida, dejando a sus herederos con dolor –mucho-, con incertidumbre -toneladas-), descreimiento y desolación.
Cuando los hechos no pueden ser explicados, aparece la violencia. El correlato de la violencia verbal es la exacerbación de la violencia física. ¿Cuándo vamos a aprender que no todo vale? Los errores se explican; los ilícitos –ergo corrupción-, se disfrazan.
Los hechos acontecidos en los últimos días impactan a cielo abierto al corazón mismo del poder. El agudo observador Federico González le dice a Infobae: “Una frase budista viene a mi mente: ‘Cuando se desata un incendio en el agua, ¿quién puede apagarlo?’. Un gobierno que basó su identidad en la lucha contra la casta y la corrupción, tiene adentro la casta y la corrupción. Y no es una célula perdida, es el corazón mismo”.
La pregunta necesaria es: ¿cómo y quiénes pueden –ante el incendio declarado en el agua- apagarlo?
Entre paréntesis, el fútbol siempre adelanta conductas sociales. Lo sucedido en Independiente fue claro: tierra de nadie. Patota y puro desmadre. Violencia explícita. Todo esto tapando el juego de la cancha.
Hoy, todo lo señalado tapa el inexistente juego político en la gran cancha argentina. Hay fentanilo con más de 120 muertos.
Corrupciones varias: viejas y nuevas. Rutas inseguras que matan por abandono de las obligaciones del gobierno, que, de no poner manos a la obra, en muy pocos años terminarán convertidas en ripio. Discapacitados a la deriva. Riesgo país en crecimiento. Tasas de interés que pagan 40% más que la inflación programada.
¿Qué más probará Argentina en lo político? La corrupción orada la democracia, la lima peligrosamente. A la salud, la enferma. Al equilibrio fiscal, lo destruye.
Los extremos políticos se dieron con lo peor de ambos. ¿Y el resto? ¿Dónde están los que prometen un futuro distinto y dialoguista? La política no solo dejó de enamorar, también dejo de plantear un proyecto de país, de nación. Parece que todo y todos nos convertimos en islas. Increíble para una Argentina en donde está todo por hacer.
Estamos (al igual que con el plan platita de Sergio Massa y Alberto Fernández), viviendo el “todo vale” para llegar a octubre. El país, paralizado, solo transcurre, por los efectos de un único plan: el financiero. Los empresarios, salvo los que pudieron acceder al RIGI, están en recesión y con las manos atadas por créditos imposibles. Así, Argentina es inviable.
Hay producción estancada, con crecimientos esporádicos. Por ende, no hay trabajo nuevo y muchos pierden el que tenían. El consumo sigue cayendo. Vieja y nefasta receta. Hace décadas que por izquierda o derecha no aparece un plan multipropósito que facilite la toma de decisiones, la planificación territorial, la seguridad jurídica, ambiental, y que, fundamentalmente, garantice el desarrollo económico y social. ¿Tan difícil es?
Y sobre la decadencia moral, ¿por qué año tras año nos la llevamos a marzo?
Esta cronista quiere señalar, además del riesgo país en ascenso, los otros riesgos: el riesgo violencia, con epicentro en lo sucedido con el Presidente en Lomas de Zamora, es un ejemplo a abortar rápidamente. El riesgo social, que denota una sociedad averiada. El riesgo al incremento del escepticismo de la sociedad para con la política.
A propósito, ¿qué esperan los dirigentes políticos para acordar un núcleo de coincidencias básicas? ¿Cuánto más van a aguardar? ¿No advierten que están en el subsuelo de la credibilidad?
Claramente, la política, esta maravillosa herramienta de transformación de la realidad y dadora de futuro, está extraviada. ¿Alguien la buscará? ¿Se atreverán, aunque sea un puñado de políticos, a ser mejores, a restañar, a consensuar, a planificar, a seducir y zurcir tantos nosotros rotos?
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