
Durante años, el silencio de los hangares vacíos fue el reflejo de una Argentina que había renunciado a su poder militar. Sin aviones, sin horizonte. Las Fuerzas Armadas, otrora orgullo nacional, fueron tratadas como una carga. Pero ese tiempo terminó. Hoy, bajo el liderazgo del presidente Javier Milei y el ministro de Defensa Luis Petri, vuelve a escucharse el rugido de las turbinas. Donde antes hubo silencio, hoy hay sonidos de aeronaves. La defensa dejó de ser un tema relegado: volvió a ser política de Estado.
Este cambio no es solo presupuestario. Es doctrinario, cultural y estratégico. Durante dos décadas, el kirchnerismo congeló salarios, desmanteló capacidades y convirtió a la defensa en un apéndice simbólico del Estado. La Fuerza Aérea perdió sus cazas supersónicos; el Ejército quedó atado a vehículos obsoletos; la Armada operaba al borde de la irrelevancia. El resultado fue devastador: más de 9.000 bajas voluntarias en 2022, evidencia de un sistema quebrado. ¿Qué Nación puede defenderse cuando sus defensores abandonan los cuarteles? Esa inercia se rompió.
La incorporación de los F-16 Fighting Falcon marca el punto de quiebre. Por primera vez en décadas, nuestros pilotos operarán aviones de combate de cuarta generación, interoperables con la OTAN y capaces de entrenar codo a codo con fuerzas aliadas. Los F-16 no se compran solo con dólares: se compran con decisión política. No son solo máquinas. Son el mensaje claro de que Argentina vuelve a tomarse en serio su defensa.
Pero el cambio no se limita al aire. El Ejército avanza con la incorporación de vehículos blindados Stryker; la Armada incorpora aviones de patrulla P-3 Orion; se reactivan sistemas de radar y programas de ciberdefensa. Todo forma parte de una visión: una Argentina que deja atrás el aislamiento ideológico y vuelve a integrarse al sistema de alianzas occidentales, recuperando respeto y credibilidad.
Ninguna reconstrucción es posible sin dignificar al personal militar. Durante años, los sueldos de las Fuerzas Armadas estuvieron rezagados, con una brecha salarial del 25% respecto de las fuerzas de seguridad. Bajo la gestión Petri, esa brecha se redujo al 6%, y se trazó una curva de recuperación ascendente que concluirá en 2027 con la equiparación salarial y estabilidad institucional para todos los miembros de la fuerza. No es un anuncio vacío: es una política sostenida con aumentos extraordinarios, bonos específicos y la equiparación del calendario de incrementos con el resto del sector público.
Ese avance ya se traduce en resultados: el éxodo de personal comenzó a revertirse y la moral en los cuarteles se recupera. Los jóvenes que antes descartaban la vida militar hoy vuelven a verla como una opción real de carrera. Cada punto de la curva salarial no solo recupera ingresos: recupera vocación.
La reconstrucción de la defensa no se limita al futuro: también repara el pasado. Durante casi medio siglo, las familias de los 12 militares caídos en el ataque terrorista al Regimiento de Infantería de Monte 29 en Formosa esperaron justicia. El decreto firmado durante el gobierno de Mauricio Macri en 2019, que reconocía indemnizaciones a las víctimas, fue bloqueado por razones ideológicas. Fue esta gestión la que decidió cumplirlo. Saldar esa deuda no es solo un acto administrativo: es un acto de justicia con la familia militar.
Ese gesto envió un mensaje profundo: en la Argentina de hoy no hay espacio para relatos selectivos. Se honra a todos los que defendieron a la Nación, sin distinciones ideológicas. Es una reparación simbólica que cierra heridas y devuelve dignidad a quienes fueron olvidados por la política.
Los detractores no tardaron en aparecer. “Gastar en defensa mientras hay pobreza” repiten. Pero invertir en defensa no compite con la política social: la hace posible. No hay derechos si no hay soberanía. Cada peso destinado a un radar, a un avión o a la capacitación de un soldado es un seguro contra el caos, el narcotráfico y las amenazas híbridas que acechan a la Nación.
Otros gritan “militarización”. Falso. Las Fuerzas Armadas argentinas llevan 42 años subordinadas al poder civil, con reglas claras, control parlamentario y protocolos homologados. Que apoyen logísticamente en la frontera norte frente al crimen organizado no es militarización: es sentido común, es lo que hacen Estados Unidos, Francia, España y Colombia. Ignorar esas realidades no es pacifismo: es negligencia.
Y, finalmente, los más cínicos hablan de “negociados”. Sin embargo, cada compra de equipamiento está publicada en el Boletín Oficial, con procedimientos auditables y transparencia absoluta. No hay opacidad. Hay decisión. En apenas veinte meses, esta gestión hizo por la defensa lo que no se hizo en veinte años: recomposición salarial, retención de personal, modernización de equipos, integración internacional y reconstrucción del prestigio militar.
El efecto de estas decisiones va más allá de los indicadores. Cuando un suboficial ve que su salario crece mes a mes, que su institución recibe equipamiento moderno y que el gobierno defiende su vocación, siente que vale la pena quedarse. Cuando un joven ve llegar los F-16, comprende que su carrera no será un sacrificio estéril, sino un camino de honor y futuro.
Este no es solo un cambio administrativo: es un cambio cultural. Durante años, se intentó instalar que vestir un uniforme era un error, una opción sin futuro. Hoy, gracias a esta gestión, esa narrativa se derrumba. Servir a la Patria vuelve a ser sinónimo de orgullo. Y ese mensaje no solo llega a los cuarteles: también llega a las familias militares, a los hijos que vuelven a mirar a sus padres con admiración, a las nuevas generaciones que sienten que hay un país que los respeta.
Argentina recupera el poder militar. Lo hace con hechos, con política y con una determinación que no pide permiso. Donde antes hubo resignación, hoy hay vocación. Donde antes hubo abandono, hoy hay futuro. Y donde antes hubo silencio, hoy hay rugido de turbina. Ese sonido no es solo el de un avión: es el de una Nación que se levanta y de unas Fuerzas Armadas que vuelven a estar de pie.
Y en esa certeza, la familia militar sabe que esta vez el cambio es real. Porque esta vez, la Argentina no solo está reequipando su defensa: está recuperando su dignidad.
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