
La apertura comercial en Argentina está transformando el tablero productivo. Las empresas locales enfrentan un nuevo entorno de competencia global con menos barreras, menos aranceles y más reglas del juego internacionales. Algunas cierran, otras se reconvierten y otras se resignan a importar. Pero, entre los extremos, empieza a emerger una tercera vía: adaptarse con inteligencia, sin desaparecer ni cerrarse. ¿Por qué pensar en blanco o negro, cuando el futuro exige matices?
Importar o fabricar: la falsa dicotomía
Muchas pymes industriales viven con temor una supuesta “avalancha importadora”. Pero hay un sector creciente que entendió que no se trata de fabricar todo ni de importar todo, sino de encontrar el punto exacto donde se agrega valor.
Algunas empresas están dejando atrás líneas de producción ineficientes y se enfocan en diseño, distribución, ingeniería o servicio posventa. Otras importan una parte de su oferta, pero mantienen núcleos de fabricación local con estándares diferenciales. No es resignación: es estrategia.
La nueva guerra comercial: entre riesgos y oportunidades
El escenario internacional también cambió. A la guerra comercial entre EE. UU. y China se suman nuevos focos: Donald Trump, y la imposición de aranceles recíprocos para todo el mundo, han hecho mella en el comercio internacional.
Para países como Argentina o Brasil, esto es un desafío, pero también una oportunidad. La relocalización de cadenas productivas, el nearshoring y la búsqueda de proveedores confiables por parte de grandes economías pueden abrir espacios que hace cinco años eran impensados. Si Argentina logra estabilizar su macro y reducir sus costos estructurales, podría ser parte de esas nuevas cadenas de valor.
Ni proteccionismo ni apertura indiscriminada: equilibrio y estrategia
No se trata de volver a cerrar la economía ni de abrirla sin red. Se trata de construir una inserción internacional inteligente. ¿Cómo? Apostando por la especialización, la eficiencia, la innovación y la construcción de ventajas competitivas. El desafío es doble: empresarial, sí, pero también estatal.
El “costo argentino” sigue siendo un obstáculo real. Altos impuestos, infraestructura deficiente, logística cara y financiamiento escaso. Aunque se ha avanzado en simplificación normativa y unificación cambiaria, falta una reforma fiscal profunda, inversiones logísticas y políticas activas para el desarrollo productivo.
Un modelo mixto para crecer
No todas las empresas tienen que convertirse en unicornio ni todas las fábricas sobrevivir tal como están. Lo que se necesita es identificar oportunidades: nichos donde Argentina pueda ser competitiva, sectores donde el país tenga ventajas naturales o tecnológicas, y construir alianzas globales que potencien lo mejor de cada modelo.
Un ejemplo: una pyme metalúrgica puede dejar de fabricar insumos básicos y dedicarse a piezas técnicas con diseño local y posventa regional. O una textil puede tercerizar lo estándar y enfocarse en series cortas con identidad de marca.
La política pública como socio del cambio
La apertura no debe ser sinónimo de desindustrialización, sino de transformación. Para eso, el Estado tiene un rol clave: generar condiciones de competitividad, ofrecer herramientas de financiamiento, articular con los sectores productivos e impulsar una agenda de innovación, exportaciones y productividad. El Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) va en esa línea, pero falta una herramienta similar para pymes.
Conclusión: adaptarse con inteligencia
El mundo cambia, la competencia se intensifica, y los márgenes se ajustan. Pero la salida no es refugiarse en el pasado ni rendirse al mercado global. Es aprender a competir, a elegir dónde estar y cómo crear valor. Porque adaptarse no significa desaparecer. Significa transformarse.
Y en esa transformación, el crecimiento económico no es una utopía: es una posibilidad concreta si se combinan visión empresarial y política pública inteligente.
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