
El Banco Central de la República Argentina resolvió incrementar los encajes bancarios sobre depósitos en pesos vinculados a fondos comunes de inversión de tipo money market y en operaciones de caución bursátil, llevando el nivel del 20% al 30% a partir del 1 de agosto. Este cambio alerta sobre el enfoque adoptado por las autoridades frente al desafío de estabilizar la economía y pone de manifiesto las tensiones dentro del propio equipo económico.
Hace apenas unos días, el ministro Luis Caputo aseguró que la misión del BCRA que preside Santiago Bausili es administrar la cantidad de moneda en circulación, y no intervenir directamente sobre la tasa de interés, la cual -sostuvo- debería quedar en manos del mercado. Sin embargo, la modificación de los encajes bancarios representa una de las maneras más tradicionales y directas con las que un banco central puede influir sobre las tasas del sistema financiero.
Al aumentar los encajes, las entidades financieras disponen de menos fondos para prestar, lo que tiende a elevar el costo de los créditos. Si, por el contrario, se reducen los encajes, hay mayor disponibilidad de dinero y es esperable que las tasas desciendan. Resulta evidente, entonces, una contradicción entre los dichos y los hechos de la gestión actual.
La modificación de los encajes bancarios representa una de las maneras más tradicionales y directas con las que un banco central puede influir sobre las tasas del sistema financiero
Pero más allá de este desacuerdo discursivo, existe un aspecto fundamental habitualmente ignorado en el debate: la tasa de interés no es simplemente el precio del dinero determinado por intervenciones técnicas. En realidad, para que exista crédito antes tiene que existir ahorro, que no es otra cosa que la porción del ingreso no consumida en el presente. Cuando una persona, por ejemplo, gana $1.000 al mes y consume $800, aparta $200 como ahorro.
Esos $200 pueden ser guardados fuera del circuito financiero, ya sea en efectivo o incluso transferidos al exterior, lo que implica recursos que salen de la economía local. Pero si se destinan al sistema financiero, mediante depósitos o inversiones, ese dinero se pone a disposición de otros agentes a través de créditos. Cuando un ahorrista presta sus fondos, exige una tasa a cambio, la cual refleja varios componentes:
- El primero es la preferencia temporal: quien posterga su consumo actual espera recibir una retribución que le permita acceder a un mayor consumo a futuro.
- Luego está la inflación esperada: si el ahorrista supone que los precios aumentarán un 20% ese año, pedirá que la tasa cubra, al menos, la pérdida de poder adquisitivo.

- Más adelante entra en juego el riesgo de la contraparte: si el solicitante de crédito tiene antecedentes de buen pagador, la exigencia será menor; si, por el contrario, existen dudas sobre su capacidad de cumplimiento, la tasa sube para compensar ese posible incumplimiento.
- En una economía como la argentina, hay que añadir un componente muy relevante: el riesgo institucional. Cambios permanentes en las reglas del juego, decisiones arbitrarias y antecedentes de confiscación -como el Plan Bonex o la pesificación de depósitos a principios de este siglo- minan la confianza del inversor y del ahorrista.
Cuando el clima es tan incierto, quienes deciden colocar sus fondos exigen una tasa mucho más alta para compensar ese peligro, lo que encarece el crédito y desalienta proyectos productivos.
Por eso, ajustar encajes bancarios o modificar la cantidad de dinero en circulación puede producir efectos en el corto plazo, pero no resuelve la raíz del problema. Si lo que predomina es la imprevisibilidad de las reglas, toda intervención se traduce en mayor desconfianza.
Ajustar encajes bancarios o modificar la cantidad de dinero en circulación puede producir efectos en el corto plazo, pero no resuelve la raíz del problema
Incluso las distorsiones producidas al cambiar el tratamiento de instrumentos financieros, como ocurrió con la liquidación de las LEFI (Letras Fiscales de Liquidez), complican el panorama en vez de mejorarlo. Dos distorsiones nunca solucionan el desequilibrio creado por la primera.
El Banco Central puede intentar forzar una determinada tendencia en el mercado financiero por un tiempo limitado, pero -mientras no exista un marco de estabilidad y reglas claras- el resultado siempre será efímero. Si hay excedentes de liquidez, conviene dejar que el mercado opere libremente hasta que los actores encuentren el punto de equilibrio. Insistir en intervenciones que no atacan las causas profundas solo prolongará la incertidumbre y retrasará la recuperación de la inversión y el empleo genuinos.
En definitiva, la clave para reducir la tasa que reclaman quienes hoy dudan en invertir o ahorrar en Argentina, no se encuentra en regulaciones de corto plazo, sino en la reconstrucción de la confianza, la previsibilidad y el respeto por los compromisos asumidos. Ese es el verdadero desafío que tiene por delante el país si aspira a dejar atrás la crisis y promover un crecimiento sostenible.
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