
Sir Niall Ferguson es un distinguido historiador y escritor británico. Cuenta con una maestría en Historia, un doctorado en Filosofía y fue honrado con el título Fellow of the Royal Society of Edinburgh (FRSE), el cual solo es otorgado a aquellos especialistas que adquirieron el estatus de eminencia en su campo de estudio. Es autor de 16 libros, entre los que se incluyen The Pity of War: Explaining World War One y Kissinger: 1923-1968: The Idealist. Actualmente, es columnista en The Free Press y The Times.
El gran lexicógrafo inglés Samuel Johnson dijo del actor David Garrick que su muerte “eclipsó la alegría de las naciones y empobreció el acervo público de placeres inocuos”. Si el presidente argentino Javier Milei fracasara finalmente en su intento de sacar a su país de un siglo de bajo rendimiento económico, yo sentiría lo mismo. Afortunadamente, no creo que lo haga.
Desde que irrumpió en la escena política latinoamericana hace unos años, Milei contribuyó enormemente tanto a la alegría de las naciones como al acervo público de placeres inocuos. Con sus patillas desgreñadas y sus expresiones faciales extravagantes, hay algo más que un ligero aire al Sombrerero Loco en él.
Sin embargo, la locura de Milei tiene su método. Mientras el mundo se fija en la mezcla populista de Donald Trump de aranceles recíprocos y grandes, hermosos déficits, Milei está llevando a cabo un milagro artificial que debería alegrar el corazón de todo economista clásico y acelerar el pulso de todos los libertarios políticos.
Consideremos lo que Milei ha logrado en solo un año y medio.

Cuando asumió como presidente en diciembre de 2023, la economía argentina parecía un caso perdido y sin remedio. En 2023, su producto interno bruto se había contraído un 1,6 %, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Quizás lo más llamativo era que el producto interno bruto (PIB) per cápita, ajustado a la inflación, era inferior al de 2007. Las finanzas públicas estaban en caos. La última vez que el gobierno había tenido un superávit fue en 2008. El FMI estimaba que la deuda pública total rondaba el 90% del PIB, pero lo importante era cuánto de esa deuda —más de 40.000 millones de dólares— le debía Argentina al FMI, la culminación de nada menos que 22 programas.
Las imprudentes políticas fiscales y monetarias del anterior gobierno peronista habían provocado una inflación anualizada superior al 200%. De hecho, la inflación de los precios al por mayor en diciembre de 2023 fue del 54% mensual, técnicamente una hiperinflación, según la definición ampliamente aceptada. Para que se hagan una idea, en 2023 el precio de un café con leche se triplicó aproximadamente, pasando de unos 1500 pesos a unos 4500. Durante los últimos tres años, Cuervo Café -la cafetería más cool de Buenos Aires- tuvo que ajustar sus precios dos veces al mes.
En menos de 20 meses, Milei eliminó el déficit fiscal, acortándolo del 5% del PIB a cero. Redujo el número de ministerios del Gobierno de 18 a 8. (“¡Ministerio de Turismo y Deportes, ¡afuera!“, declaró en un video de campaña, arrancando su nombre de una pizarra blanca. ”¡Ministerio de Cultura, ¡afuera!, ¡Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, ¡afuera!, ¡Ministerio de la Mujer, Género y Diversidad, ¡afuera!, ¡Ministerio de Obras Públicas, ¡afuera! ¡Aunque se resistan!“). Con el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) N° 70, emitido pocos días después de su asunción, desreguló mercados clave, como los alquileres, las aerolíneas comerciales y el transporte de mercancías por carretera. Las reformas laborales llevaron más tiempo, pero se aprobaron tras una dura batalla en el Congreso.

Milei puso fin al sistema artificial de doble tipo de cambio y restauró la independencia del Banco Central. Terminó con las llamadas “organizaciones intermediarias”, como Polo Obrero, Movimiento Teresa Rodríguez y Barrios de Pie, que solían administrar varias prestaciones sociales y durante años perturbaron la vida económica argentina con piquetes y movilizaciones masivas. Reformó el sistema de importaciones, eliminando cuotas, licencias y certificaciones no esenciales. Y puso en marcha un programa a largo plazo de reforma fiscal y regulatoria.
El resultado de esta terapia de shock fue una recuperación impresionante. Milei logró que la inflación mensual descienda desde el 13% al 2%. La economía está creciendo a una tasa anual del 7%. Los inversionistas ya no rehúyen los bonos y las acciones argentinas; de hecho, han sido una de las mejores inversiones que se podían haber hecho en los últimos dos años. Tras un breve repunte, la tasa de pobreza ha caído del 42%, cuando Milei fue elegido, al 31%. Aún queda mucho trabajo por hacer, pero un nuevo programa del FMI proporcionará 12.000 millones de dólares en nuevos préstamos por adelantado y, potencialmente, otros 2.000 millones, lo que debería permitir a Milei eliminar los controles de capital y de cambio restantes sin reavivar la inflación.
La mayoría de los gobiernos que reducen su déficit fiscal en cinco puntos porcentuales del PIB pagan un alto precio político por el dolor que ello conlleva. Margaret Thatcher tardó casi todos sus años en el cargo en reducir las necesidades de financiación del sector público británico del 4,5% del PIB, cuando fue elegida en 1979, al 1,1% diez años después.
Cuando Elon Musk intentó imitar a Milei a principios de este año, su motosierra se vio rápidamente frenada por las fuerzas de la inercia.
Pero Milei y su partido, La Libertad Avanza (LLA), desafían la gravedad política.
En mayo, su vocero fue el candidato principal de LLA en las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires. LLA venció a los archienemigos de Milei, tanto a los peronistas, como a sus aliados, el partido de centro-derecha del ex presidente Mauricio Macri. Hay buenas razones para esperar que LLA gane las elecciones provinciales de septiembre y las elecciones legislativas de mitad de mandato en octubre.
Son hazañas sorprendentes. Y tienen ramificaciones que van mucho más allá de Sudamérica. La economía de libre mercado y el libertarismo político a veces se descartan como una moda pasajera de los años ochenta “neoliberales”, sustituida hace tiempo por los nuevos populismos de izquierda y derecha. No es así. El mundo nunca ha visto un gobierno más radicalmente libertario que el de Milei. Pero lo sorprendente no es que esté funcionando económicamente —Adam Smith diría: “Te lo dije”—. El verdadero milagro es que la terapia de shock de Milei está funcionando políticamente.

La política en todo el mundo atrae a un extraño elenco de personajes, casi todos con una cosa en común: les importa mucho lo que pensamos de ellos. Son raros los verdaderos excéntricos, a quienes no les importa en absoluto.
Nacido en el barrio de Palermo, en la Ciudad de Buenos Aires, en 1970, hijo de un conductor de colectivos, Milei es auténticamente un “hombre del pueblo”. Alejado de sus padres, tiene una relación inusualmente estrecha con su hermana menor, Karina, a quien llama “El Jefe”. Apodado como “El Loco” y “El Peluca” en su juventud, jugaba al fútbol y cantaba en una banda tributo a los Rolling Stones hasta que se vio afectado por la realidad económica en forma de la hiperinflación ocurrida entre 1989 y 1990 en Argentina, cuando la inflación anual alcanzó un máximo del 20,263%.
Esa crisis inflacionaria llevó a Milei a interesarse por la ciencia lúgubre y lo llevó rápidamente al extremo antikeynesiano del espectro económico. De sus cinco mastines ingleses clonados, cuatro llevan nombres en honor a economistas: Milton (por Milton Friedman), Murray (por Murray Rothbard), Robert y Lucas (ambos por Robert Lucas Jr.), los tres economistas menos citados por Paul Krugman o Joe Stiglitz. Después de la universidad, Milei trabajó como economista profesional para diversos bancos, conglomerados industriales y think tanks, y se forjó un perfil como comentarista combativo en la televisión argentina.
Superficialmente, el meteórico ascenso político de Milei a la Presidencia —que comenzó hace solo cuatro años, cuando ganó una banca en el Congreso de la Nación— es solo el último ejemplo de populismo en América. La diferencia crucial es que Milei no ofrece los remedios populistas habituales, como aranceles, subsidios o un gobierno más grande, y mucho menos un nacionalismo patriota. (Tras descubrir las raíces judías de su abuelo, Milei es tan propenso a ondear una bandera israelí como a cualquier otra). En su campaña presidencial de 2023, se presentó como un libertario radical, empuñando un martillo para destruir una maqueta de la impresora de dinero del Banco Central y una motosierra para simbolizar su plan de recortar el inflado Estado argentino.
Cuando Elon Musk intentó imitar a Milei a principios de este año, su motosierra fue rápidamente desafilada por las fuerzas de la inercia, mientras que el propio Musk fue expulsado con acritud del círculo íntimo de Donald Trump y ahora ve cómo su índice de aprobación ha bajado al 23%. ¿Cómo está triunfando Milei donde Musk fracasó?

Para aquellos que no saben distinguir entre un populista y un libertario radical, Milei lo aclaró con su extraordinaria conferencia en el Foro Económico Mundial de Davos en enero de 2024. “Los experimentos colectivistas”, dijo a su audiencia de globalistas algo desconcertados, “nunca son la solución a los problemas que afligen a los ciudadanos del mundo. Más bien, son la causa fundamental”. Haciéndose eco de Friedman, continuó: “El socialismo es siempre y en todas partes un fenómeno empobrecedor que ha fracasado en todos los países donde se ha probado. Ha sido un fracaso económico, social y cultural, y además ha asesinado a más de 100 millones de seres humanos”. Por el contrario, “el capitalismo de libre empresa no solo es el único sistema posible para acabar con la pobreza en el mundo, sino también... el único sistema moralmente deseable para lograrlo”.
La perorata de Milei fue un glorioso llamamiento a los auténticos capitalistas del público para que se levantaran contra su antiguo enemigo: el Estado. Dijo:
- “No se dejen intimidar por la casta política ni por los parásitos que viven del Estado... Ustedes son benefactores sociales. Son héroes. Son los creadores del período de prosperidad más extraordinario que jamás hayamos visto”.
- “No dejen que nadie les diga que su ambición es inmoral. Si ganan dinero, es porque ofrecen un producto mejor a un precio mejor, contribuyendo así al bienestar general”.
- “No se rindan ante el avance del Estado. El Estado no es la solución. El Estado es el problema en sí mismo”.
Sin embargo, un hombre no gana las elecciones simplemente cortejando a los capitalistas, y menos aún en un país como Argentina, donde los trabajadores y los beneficiarios de la asistencia social superan ampliamente en número a los empresarios. Cuando le pedí a uno de sus asesores económicos que me explicara el atractivo político más amplio de Milei, me proporcionó un brillante resumen de cómo el propio Milei respondería a la pregunta:
- “A diferencia de los políticos tradicionales, yo siempre diré la verdad. No importa si la gente comparte mis opiniones. Si me preguntaran si es ético vender a mis propios hijos, diría, como Rothbard, que no debería ser ilegal”.
- “Más que comprar mi programa, la gente comprará el hecho de que soy genuino. Soy uno de ellos. Puedo gritar en la televisión porque así soy yo”.
- “En realidad soy un libertario rothbardiano: el Estado no debería existir. Pero a corto plazo soy un ‘minianarquista’. Me conformo con un gobierno mínimo que proporcione defensa, justicia y seguridad, dejando los servicios sociales en manos del sector privado”.
- “El Estado, ante todo, es un ladrón que gasta en sí mismo (la casta política), y no solo mediante impuestos explícitos (literalmente una forma de robo), sino también mediante un impuesto oculto que destruye la economía: el impuesto de la inflación”.
- “En segundo lugar, el Estado ha sido utilizado por grupos organizados, una casta del sector privado, para obtener privilegios que no solo son injustos, sino que también perjudican el crecimiento: los ‘empresaurios’ protegidos y los ‘sindigarcas’”.
- “Por lo tanto, mi plataforma electoral consistía en acabar con la inflación recortando drásticamente el gasto público y liquidar la casta eliminando los privilegios que les otorgaba el Estado”.
En lugar de explicarse en ensayos, Milei comunica su mensaje a través de apariciones públicas teatrales y un flujo incesante de publicaciones en las redes sociales. Con su campera de cuero y su melena al estilo de finales de los 60, es en parte estrella de rock y en parte profesor loco, bailando, cantando y gritando su eslogan: ¡Viva la libertad, carajo! Es como si Joe Cocker hubiera subido al escenario de Woodstock y hubiera cantado I’ll Get By with a Little Help from My Friedman (Me las arreglaré con un poco de ayuda de mi Friedman). Nunca en la historia de la democracia un representante del pueblo llegó al poder de esta manera.

Desde el punto de vista económico, el enfoque de Milei tiene mucho sentido. El influyente artículo del premio Nobel Thomas Sargent The Ends of Four Big Inflations (El fin de cuatro grandes inflaciones), publicado por primera vez en 1981, argumentaba que acabar con la alta inflación era más difícil de lo que parecía. No se podía lograr con una sola medida política, ya fuera recortando el gasto o reduciendo la oferta monetaria. Poner fin a esa inflación “requeriría un cambio en el régimen político: debe haber un cambio abrupto en la política o estrategia gubernamental actual para establecer déficits ahora y que en el futuro que sea lo suficientemente vinculante como para que sea ampliamente aceptado”.
Ese “cambio de régimen” económico es precisamente lo que Milei está logrando. Es lo que su antecesor, Mauricio Macri, no logró hacer. Al intentar un enfoque gradual de la reforma, Macri terminó con otra crisis económica en vísperas de las elecciones, que, inevitablemente, perdió.
¿Podrá Milei ahora triunfar donde Macri fracasó? Hay que reconocer que las probabilidades históricas están en su contra.
Hace poco más de un siglo, antes de la Primera Guerra Mundial, Argentina era uno de los diez países más ricos del mundo. Fuera del mundo angloparlante, solo Suiza, Bélgica, los Países Bajos y Dinamarca tenían un PBI per cápita más alto. Sin embargo, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, Argentina tuvo un rendimiento constantemente inferior al esperado. Su situación fue tan desastrosa en las décadas de 1960, 1970 y 1980 que el PBI per cápita en 1990 era el mismo que en 1967. La inflación fue de dos dígitos entre 1945 y 1952, entre 1956 y 1968, y entre 1970 y 1974; y de tres (o cuatro) dígitos entre 1975 y 1990. Argentina, un país que incumplía sistemáticamente sus obligaciones, defraudó a sus acreedores extranjeros en 1982, 1989, 2001 y 2004.
Este patrón de fracaso solo puede explicarse por los defectos fundamentales de la economía política argentina. Una oligarquía de terratenientes había tratado de basar la economía del país en las exportaciones agrícolas al mundo anglosajón, un modelo que fracasó estrepitosamente durante la Gran Depresión. La inmigración a gran escala sin la liberación de tierras agrícolas para el asentamiento (como en Estados Unidos) había creado una clase trabajadora urbana desproporcionadamente grande que era muy susceptible a la movilización populista.
Con su campera de cuero y su melena al estilo de finales de los 60, es en parte estrella de rock y en parte profesor loco, bailando, cantando y gritando su eslogan: ¡Viva la libertad, carajo!
Las repetidas intervenciones militares en la política fueron el preludio de un nuevo tipo de política cuasi fascista bajo el mandato de Juan Perón, quien ofreció mejores salarios y condiciones para los trabajadores y aranceles protectores para los industriales argentinos. La alternativa antiobrera a Perón, ocurrida entre 1955 y 1966, se basó en la devaluación de la moneda para tratar de conciliar los intereses de la agricultura y la industria.
Otro golpe militar en 1966 prometió la modernización tecnológica, pero en cambio trajo consigo una mayor devaluación y una inflación más alta. El regreso de Perón en 1973 fue un fiasco, ya que coincidió con el inicio de un aumento global de la inflación. Tras la muerte de Perón en el cargo, otro golpe de Estado sumió a la Argentina en una violencia que condenó a miles de personas a detenciones arbitrarias y “desapariciones”. En términos económicos, la junta no logró nada más que cargar a la Argentina con una deuda externa en rápido crecimiento.
Como suele ocurrir en las crisis inflacionarias, la guerra desempeñó un papel importante: la “sucia” interna contra los “subversivos” y la guerra externa contra Gran Bretaña por las Islas Malvinas. Pero lo que hizo que la inflación argentina fuera tan inmanejable no fue la guerra, sino la constelación de fuerzas sociales: la oligarquía, los caudillos regionales, los grupos de interés de los productores, los sindicatos peronistas y la clase baja empobrecida o descamisados (literalmente, “los sin camisa”). En pocas palabras, no había ningún grupo significativo interesado en la estabilidad de los precios.

Otros han intentado domar a la bestia que es el Estado argentino. Por ejemplo, tras la inflación de 1989-1990, el ministro de Economía Domingo Cavallo —uno de los héroes de Milei— introdujo un nuevo peso convertible, la sexta moneda argentina del mismo siglo. No obstante, esto también terminó en un fracaso absoluto. Es cierto que en 1993 la inflación se había reducido a cero. Pero el desempleo se disparó al 15%. La deuda pública pasó del 35% del PBI a fines de 1994 al 64% para finales de 2001, ya que tanto el gobierno nacional como los gobiernos provinciales recurrieron al mercado de bonos en lugar de equilibrar sus presupuestos. El escenario estaba listo para otro default y el anuncio de otra moneda más. El 23 de diciembre de 2001, al final de un mes caótico en el que se sucedieron cinco presidentes, el Gobierno anunció una moratoria en el pago de la totalidad de su deuda externa.
Los próximos tres meses determinarán si el cambio de régimen de Milei es un cambio político duradero, además de económico.
En las últimas semanas ha sufrido dos reveses. En primer lugar, el 30 de junio, una jueza de Nueva York, Loretta Preska, dictaminó que la Argentina debe transferir su participación mayoritaria en YPF, la empresa petrolera nacional, a un consorcio estadounidense liderado por el fondo Burford, que alega que la nacionalización de la empresa en 2012 violó los derechos de los accionistas minoritarios. La jueza Preska ya había dictaminado en 2023 que Argentina debía pagar 16.000 millones de dólares en concepto de daños y perjuicios, y ahora ordenó a YPF que transfiera acciones a Burford como pago parcial.
Mientras tanto, en Buenos Aires, la oposición peronista está logrando reunir apoyo en el Congreso para varias iniciativas de gasto. Esto ha servido para recordar que el partido de Milei está muy lejos de tener la mayoría parlamentaria. A principios de este mes, el Congreso aprobó un aumento de las pensiones que costaría alrededor del 0,7% del PBI. Otras propuestas legislativas que podrían desequilibrar el presupuesto de Milei incluyen el aumento de la financiación para universidades y hospitales y una mayor proporción de los ingresos fiscales que van directamente a las provincias.
Milei está apelando la sentencia de Nueva York y es de esperar que vete los aumentos de gasto del Congreso. Pero en ninguno de los dos casos tiene garantizada la victoria. Sus seguidores solo pueden esperar que los votantes no sucumban a las viejas tentaciones peronistas cuando acudan a las urnas en septiembre y octubre.
Al igual que Milei, yo también fui víctima de la inflación en la década de 1970 en Glasgow, Escocia, cuando la inflación de dos dígitos afectó gravemente a mi familia de clase media. Al igual que Milei, estudié economía e historia para comprender mejor el fenómeno. Y, al igual que él, mis estudios me llevaron al escepticismo sobre el colectivismo y a simpatizar con las soluciones libertarias. Una de las lecciones centrales de la historia del siglo XX es que la hiperinflación alemana de 1923 —el tema de mi primer libro— allanó el camino para la victoria política de Hitler diez años después. De manera muy similar (como Brigitte Granville y yo predijimos en un artículo titulado Weimar en el Volga), el aumento de la inflación en la Rusia postsoviética allanó el camino para el ascenso de Vladimir Putin.
Por estas razones, y no solo por su entrañable excentricidad, todos debemos desearle suerte a el Loco. No solo a América Latina le vendría bien una historia de éxito libertaria. El mundo entero la necesita. Está en juego mucho más que “la alegría de las naciones y el acervo público de placeres inofensivos”.
Originalmente, este artículo fue publicado en el sitio The Free Press.
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