
A lo largo de la historia, el ser humano ha utilizado herramientas para externalizar funciones cognitivas: la calculadora eliminó la necesidad de hacer cuentas mentales, el GPS sustituyó la capacidad de orientación y los motores de búsqueda liberaron de memorizar datos.
Este comportamiento revela una tendencia hacia la eficiencia y la automatización de tareas diarias. En la actualidad, este fenómeno avanza con mayor rapidez: asistentes virtuales redactan correos, resumen reuniones, generan ideas o participan en decisiones de consumo. Cada innovación representa un nuevo paso en el proceso de tercerización intelectual.
La llegada de la inteligencia artificial generativa (GenIA) ha cambiado el alcance de esta delegación. Ahora, no solo se transfieren tareas operativas, sino también elementos del pensamiento crítico, la expresión escrita, el juicio estético y la creatividad. Este cambio se observa en múltiples sectores, con diferentes grados de penetración y ritmo según el contexto.
La llegada de la inteligencia artificial generativa ha cambiado no solo se transfieren tareas operativas, sino también elementos del pensamiento crítico, la expresión escrita, el juicio estético y la creatividad
Surge entonces el cuestionamiento de hasta dónde estas herramientas nos potencian o se convierten en prótesis cognitivas con capacidad de sustituirnos. ¿El fenómeno responde a la necesidad de delegar funciones o implica la entrega de capacidades que configuran nuestra humanidad?
La intervención de la IA ya abarca la toma de decisiones éticas, como muestran los algoritmos que sugieren sentencias judiciales; la creación artística, con soluciones que producen música, imágenes o textos; los diagnósticos médicos, gracias a interpretaciones precisas de síntomas; e incluso la salud emocional, mediante chatbots como Woebot.

En numerosas situaciones, se supera la categoría de ayuda para entrar en el terreno de la sustitución silenciosa: se delega la selección de contenidos, se consulta a modelos conversacionales para abordar dilemas emocionales y se valida un diagnóstico automático sobre la opinión médica tradicional.
Ya sea por desinterés en el esfuerzo intelectual o por confianza en la tecnología, la constante delegación terminará reflejándose en el desarrollo neuronal humano.
Surge entonces una cuestión crucial: ¿cuánto pensamos verdaderamente? La inmediatez de las respuestas puede inducir una tercerización lenta pero persistente del pensamiento, en la que el juicio individual se desplaza ante la comodidad de la automatización. Este efecto, con el tiempo, podría impactar sobre nuestras capacidades cognitivas, un problema frecuente pero aún poco debatido entre los actores responsables.
Es necesario sumarse y aprovechar sus ventajas, siempre asumiendo que no es infalible y que evoluciona constantemente
Es relevante matizar: la IA representa una innovación equiparable a la imprenta o a Internet, y su avance no se detendrá. Es necesario sumarse y aprovechar sus ventajas, siempre asumiendo que no es infalible y que evoluciona constantemente.
Frente a la rapidez de la GenIA, el juicio humano continúa siendo indispensable, ya que la persona evalúa y decide entre alternativas más allá de la aparente objetividad de la herramienta, tanto en ambientes laborales como personales, educativos y creativos.
Ante este escenario, las empresas deben identificar dónde la IA aporta verdadero valor.
Según un informe de McKinsey, los sectores con mayor uso de IA generativa en las organizaciones incluyen marketing y ventas (42%), desarrollo de productos y servicios (28%), tecnología (23%), operaciones (22%) y gestión del conocimiento (21 por ciento).
Lo esencial es mantener el control de la estrategia. Adoptar IA requiere reflexión y personalización, no respuestas automáticas ni decisiones por moda. El objetivo es elegir bien, actuar con criterio propio y no perder de vista lo fundamental.
El autor es Sales Director en Aditi Consulting
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