
En una nota anterior observaba que la división político-partidaria de la provincia de Buenos Aires había nacido en las invasiones inglesas. ¿Cuál fue la razón? No todos actuaron del mismo modo ante el invasor.
Por un lado, un pequeño grupo de criollos vinculados a espías ingleses, asociados a la corona británica, procuraban acercar posiciones para jugar la independencia. En este grupo andaban Aniceto Padilla, Saturnino Rodríguez Peña -siendo que su hermano Nicolás Rodríguez Peña era secretario del Virrey Sobremonte-, Juan Castelli, Saavedra, Liniers y, muy cerca de ellos, Bernardino Rivadavia y Joaquín Campana, funcionario de la Real Hacienda. Este grupo entrevió la posibilidad de alcanzar el poder con apoyo británico. Extraño, si se considera, como informa Berutti en sus Memorias Curiosas, que el 20 de mayo de 1805 se declaró en Buenos Aires la guerra al rey de Gran Bretaña. Al año siguiente, un grupo de improvisados buscaron su cobijo. Una trastada.
El cuaderno que desapareció
Inmediatamente luego de tomar la ciudad en la primera invasión, Beresford abrió un cuaderno para que los amigos porteños firmaran su conformidad con el nuevo amo. Le encargó la faena a un subordinado, el Teniente Gillespie, oficial destacado y de fino talento que nos ha dejado un libro exquisito: Buenos Aires y el Interior. Allí, cuenta las miserias de siempre: “En la ciudad teníamos algunos amigos ocultos, pues casi todas las tardes, después de oscurecer, ciudadanos criollos acudían a mi casa para hacer el ofrecimiento voluntario. El número llegó finalmente a 58 y la mayor parte coincidían en decir que muchos otros estaban dispuestos seguir su ejemplo”.
Ese cuaderno jamás vio la luz. Llevado a Inglaterra, desapareció misteriosamente, Gillespie, en carta de 1810, manifestó que se acordaba de dos nombres: Castelli y Saavedra. La firma en ese cuaderno era voluntaria.
Segunda invasión
De ningún modo la desarrollaremos. Se ha escrito tanto sobre ella que ya está. Lo que sí haremos es observar algunas detalles que revelan el total desacuerdo entre Liniers y Álzaga, constituyendo el embrión de los dos grandes partidos porteños: unitarios y federales.
Veamos algunos ejemplos. El general Whitelocke, jefe de la segunda invasión, en el juicio que se le abrió en Inglaterra por su derrota, nos aclara tópicos interesantísimos. En su alegato defensivo, y para atenuar su castigo, observó la incorrecta información recibida. “¡No había tal simpatía del pueblo de Buenos Aires de la que hablaban!“, se defendió.
Y agregó: “Esa información que se me dio sirvió tanto para disminuir los recursos con que me enviaron como para incrementar los obstáculos que debían ser superados con los medios a mi alcance”.
En realidad no hubo mala información. Había gente amigable. Pasó que los amigables dejaron de serlo cuando observaron a los británicos dudar respecto de qué hacer: si alentar la independencia o someternos como colonias, y esto variaba según quién dirigiera los destinos británicos, si los tories o los whigs.
Ya fue explicado. Cuando el grupo de Liniers comprendió la imprudencia de su acercamiento a los británicos a seis días de su apoderamiento del Fuerte, ya otro grupo, el de Álzaga y Moreno, los había madrugado y desde el primer día habían comenzado la resistencia.
Lo cierto es que cada uno sabía en qué andaba el otro. Leamos nuevamente a Whitelocke: “Mis instrucciones me ordenaban minuciosamente remover a todos aquellos que fueron los principales instrumentos en promover la insurrección contra el general Beresford. Estos magistrados civiles de Buenos Aires fueron los instigadores de la insurrección contra el general Beresford y sus tropas y de la violación de su capitulación”.
¡Muy bien! ¡Aquí está la verdad de la milanesa! Funcionarios civiles, no militares. Esto es Álzaga, que en el año 1807 era Alcalde de Primer Voto, y Mariano Moreno, Relator de la Real Audiencia y asesor legal del Cabildo. No Liniers, que era militar.
Inglaterra sabía dónde estaban los verdaderos enemigos. Quien no lo sabe son los historiadores argentinos, que no leen, no interpretan y siguen hablando del prócer, del gran patriota y del gran hombre que fue Liniers. Fue un pícaro, un pillo, un aventurero que buscó encaramarse en el poder con apoyo británico para terminar siendo virrey enfrentando a los británicos. ¡Lo que se hace por el poder!
Y por si el lector aún no comprendió, volvamos a Whitelocke. En su alegato defensivo, afirmó que venía contra los funcionarios civiles que violaron la capitulación de Beresford.
Los escándalos de Liniers
La rendición de Beresford había sido a discreción y no había atenuantes. Fue en la puerta del fuerte y a la vista de todos. Naturalmente, esto le generaría al oficial severos problemas al llegar a Inglaterra. Pero Liniers estaba ahí, dispuesto a aliviarle semejante disgusto.
¿Qué hizo a pedido de su amante, la Perichona? Cambió el tono de la rendición, esto es, firmó una nueva. Trucha. Leyó bien el lector: Liniers reescribió la rendición, que en vez de ser incondicional fue una capitulación. No tuvo éxito, claro, porque al presentarla en el Cabildo estalló el escándalo. Escándalo que no trascendió por la popularidad del personaje. Fervor mata verdad.
En una carta de Álzaga a Popham, el primero le explica al inglés las razones de internar en el país a la tropa británica, además de la detención de Beresford y otros oficiales. Pero también le dice que Beresford está equivocado en sus exigencias de libertad. Reclama lo que no le corresponde, esto es, no quedar detenido él y sus hombres, pues se prevalía de una capitulación supuesta y falsa. Por lo tanto, no puede exigir nada.
El pueblo de Buenos Aires le perdonó no solo estas y otras traiciones, sino también el grave error militar del combate de Miserere, que perdió. Fue la ciudad, su pueblo y el Alcalde de Primer Voto, Álzaga, quienes salvaron la situación cuando los ingleses pretendieron invadirla.
Liniers y Álzaga
Liniers era un hombre ligero, irresponsable, disoluto, con poca contracción al trabajo, inclinado a la farra, al juego y la guitarra. Al menos así lo veían tanto Álzaga como Moreno.
Muy activo en la vida social, don Santiago gozaba de la simpatía femenina. Era expansivo y dado al chisme banal y galante. Buen mozo y mujeriego. Todo lo contrario a Álzaga y, esencialmente, a Moreno. Este último había inventado un término, o mejor dicho, un sinónimo. En vez de decirle a alguien “no seas irresponsable”, le lanzaba “no seas linierado”.
Álzaga era todo lo contrario. Agrio, seco, enjuto, ultra religioso, hábil en los negocios lícitos y en los otros. De todos modos, los problemas eran de orden político, ya que no toleraba la relación afectiva que Liniers mantenía con la ex mujer de O´Gorman (espía británico), espía ella misma también.
Es tal el desorden que esta relación generaba en el parecer de Álzaga, que frente a semejante inconducta dirige una carta a España: “Esa mujer, con quien el Virrey mantiene una amistad que es el escándalo del pueblo, no sale sin escolta, tiene guardia en su casa, emplea las tropas del servicio en las labores de su hacienda de campo. Las caballadas y atalajes del tren volante costeados a expensas del erario real se mantienen en la ciudad que ha sido almacén y depósito de innumerables negociaciones fraudulentas; las que abrió huellas al extranjero para posesionarse de la ciudad e imponernos el dominio británico las comarcas rioplatenses; la que ha servido de hospedaje y refugio a los verdaderos espías”.
Dadas las limitaciones de toda nota periodística, en una próxima veremos la grieta abismal que separaba a Liniers y Rivadavia por un lado, y Álzaga y Moreno por el otro, en torno a monarquía o gobierno popular.
Digresión final
No obstante estas peleas de palacio que abrieron heridas profundas, la gente de a pie fue heroica. El jefe militar británico que se apoderó de Montevideo, Samuel Auchmuty, en lo que dio en llamarse segunda invasión inglesa fue un militar probado en combate, tanto como su tropa. Había participado en la defensa de San Juan de Acre, actual Israel, soportando el infernal ataque de Napoleón, quien enojadísimo con sus soldados frente al fracaso en la toma, les espetó: “Los vestiré con faldas. Quítenles los pantalones. Tienen vulvas entre las piernas, no penes. Quítenles los pantalones a estos maricones” (Napoleón. V. Cronin).
Esas tropas corajudas de Acre, aquí en Buenos Aires, fallaron. El coronel Gore Browne aseguró de los rioplatenses: “Esta gente no es la raza afeminada que hay en España; al contrario son feroces y solo necesitan disciplina para hacerlos formidables”.
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