
En el corazón del Poder Judicial de la Nación conviven generaciones con trayectorias, estilos de trabajo y visiones profundamente diferentes. El avance de los desarrollos tecnológicos —digitalización de expedientes, inteligencia artificial aplicada al análisis jurídico, nuevas plataformas de gestión— está generando una tensión silenciosa pero palpable que podríamos llamar “turbulencia generacional”. Más que un choque generacional, lo que se manifiesta es un cambio de paradigma que interroga la manera misma de ejercer la función judicial.
Lejos de ser una disputa entre personas jóvenes y mayores, esta tensión es expresión de algo más complejo: distintos modos de entender la tarea judicial, de comunicar, de liderar, de priorizar. Para algunos, el cambio tecnológico trajo eficiencia y agilidad. Para otros, implicó inseguridad, pérdida de referencias conocidas y aumento del estrés. En muchos casos, este quiebre generacional no es explícito, pero se traduce en malentendidos, frustraciones o incluso en un deterioro del clima laboral.
Las personas que se formaron durante décadas en la práctica del expediente en papel, con ritmos más pausados y contacto interpersonal directo, muchas veces sienten que se espera de ellas una transformación abrupta, sin el acompañamiento adecuado. Por otro lado, las nuevas generaciones, nativas digitales, encuentran obsoletas ciertas prácticas tradicionales y se impacientan frente a procesos que consideran innecesariamente lentos o burocráticos.
Entonces, ¿cómo construir puentes entre estas miradas?
Desde el Departamento de Medicina Preventiva y Laboral de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, venimos trabajando activamente para abordar este desafío. A través de talleres enfocados en bienestar laboral, gestión del estrés, inteligencia emocional, escucha activa y comunicación intergeneracional, buscamos generar espacios donde sea posible comprender al otro sin prejuicios, validar la experiencia y también abrirse al cambio.
Sabemos que el conflicto generacional no se resuelve con imposiciones ni con recetas universales. Requiere diálogo, empatía y formación. Y sobre todo, reconocer que el estrés que produce este desajuste —entre lo nuevo que irrumpe y lo antiguo que resiste— es real, afecta la salud mental y puede dañar el compromiso con la función judicial.
El desafío que enfrentamos no es solo técnico, sino profundamente humano: cómo convivir, colaborar y construir juntos, en un mismo espacio de trabajo, con herramientas distintas pero con una misión común.
La justicia no puede darse el lujo de dividirse por edades. Necesitamos sumar saberes, integrar perspectivas y cuidar a quienes la sostienen cada día. La turbulencia generacional es una oportunidad para crecer como institución, si sabemos escucharla y acompañarla con políticas activas de bienestar y prevención.
En tiempos de cambios acelerados, la verdadera innovación no radica solo en adoptar nuevas tecnologías, sino en la capacidad de construir una cultura organizacional más empática, inclusiva y colaborativa. Reconocer las tensiones generacionales como parte de una transición natural —y no como un obstáculo— es el primer paso para transformarlas en una fuente de aprendizaje mutuo. Solo así podremos fortalecer el Poder Judicial desde adentro, cuidando a quienes lo integran y honrando su misión en una sociedad cada vez más compleja y demandante.
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