Hombre del perdón, faro de la reconciliación

Un nuevo aniversario del nacimiento del coronel (post-mortem) Argentino del Valle Larrabure

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El coronel Larrabure fue de
El coronel Larrabure fue de esos hombres que se dejó conducir por la fuerza del Espíritu

Al comienzo del Nuevo Milenio, el Santo Padre San Juan Pablo II nos recordó en el marco de la “espiritualidad de comunión” que la vida “del otro es un don para mí”. Sin duda una gran verdad y en figuras como la de Argentino del Valle Larrabure cobra una honda significación: la vida del coronel post-mortem, Argentino del Valle Larrabure es un don para mí, para nosotros, para nuestra Patria.

El Evangelio según San Lucas, capítulo 6,27-33, dice con contundencia: “A ustedes que me escuchan yo les digo: Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian... si aman a los que los aman ¿qué mérito tiene?, esa capacidad del amor no hace acepción de personas, porque el anhelo de Jesús es que amemos al estilo suyo, al estilo de Dios: sin límite, hasta el extremo. Porque Dios ama a todos, ama siempre y ama primero. Pensar en el coronel, es confirmar ese estilo “verdaderamente cristiano de amar”. Sin duda que la vida cristiana, la vida evangélica, es profunda, exigente y posible y es ella la que nos da plena libertad, la que nos sana profundamente.

¿No nos esclaviza el odio? ¿No nos experimentamos enfermos al odiar? Convivir con el odio, aunque sea a algunos, nos amarga la vida. Asumir el estilo de vida que nos propone Jesús, tiene sus exigencias y convencernos que es lo mejor para nosotros, no siempre es fácil.

Hay algunas personas que - por gracia de Dios y con la ayuda del Espíritu Santo - tienen la firme voluntad de encarnar el Evangelio y nos recuerdan que es posible vivir este amor revelado por Jesús. Una de esas personas fue el coronel Larrabure. Fue de esos hombres que se dejó conducir así por la fuerza del Espíritu, convirtiéndose en un testimonio de amor al enemigo, e inculcando ese modo de amar a sus seres queridos, familiares y amigos: A mis hijos, para que sepan perdonar...” (1) “Y a mis hijos y mis ahijados especialmente, que no olviden mi mensaje: ‘Aún suceda lo peor, no deben odiar a nadie, y devolver la bofetada poniendo la otra mejilla” (Carta a su familia del 22 de octubre de 1974)

El coronel Larrabure nació en la ciudad de San Miguel de Tucumán el 6 de junio de 1932, hacen 93 años, fue el menor de ocho hermanos -y séptimo varón- de un matrimonio compuesto por Cirilo Larrabure y Carmen “Clarita” Conde Contardi. Hizo su escuela primaria en el instituto Bartolomé Mitre, y el secundario en el colegio católico Tulio García Fernández. En ese momento se despertó su vocación castrense, y el 1.º de marzo de 1950 ingresó en el Colegio Militar de la Nación, de donde egresó como subteniente del arma de infantería el 1 de diciembre de 1952. Se casó con María Susana de San Martín, a quien llamaba Marisú, el 8 de diciembre de 1955. Del matrimonio nacieron dos hijos, María Susana en 1956 y Arturo Cirilo en 1959. Egresó, también, de la Escuela Superior Técnica y su primer destino, una vez recibido, fue como Ingeniero Militar en la Fábrica Militar de Tolueno Sintético, ubicada en la localidad bonaerense de Campana, donde llegó en 1965. Mientras trabajaba allí fue profesor de la Universidad Católica Argentina en la ciudad de Buenos Aires. En 1966 hizo un curso en la Escuela de Inteligencia de Buenos Aires. Dos años más tarde continuó estudiando en la Escuela Superior de Guerra, donde hizo el Curso Básico de Comando. El 22 de diciembre de 1969 fue designado como subdirector de la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos en Villa María, Córdoba. Con un intervalo de unos años -por Cursos de perfeccionamiento en el exterior- vuelve al mismo destino de la localidad cordobesa en el año 1974.

Fue un hombre que vivió la fe en lo cotidiano, como esposo, padre, militar y maestro. Esta fe tuvo su corona en un momento límite de su vida. De regreso a Villa María, habiendo ya retomado su cargo, es apresado por el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) el 11 de agosto de 1974 -tiempo del Gobierno democrático bajo la presidencia de la Sra. Isabel Martínez de Perón-. En el tiempo de cautiverio se le exigía, para su liberación: “Mayor, usted es especialista en armas y explosivos. Acepte usted trabajar como asesor para las fábricas de nuestra organización y será libre”.

Ante esta propuesta, tentadora, por cierto, y donde cualquier mortal podría flaquear, este hombre con firme convicción por los valores humanos y, también de fe férrea, responde con plena conciencia, valentía y libertad: “Por este precio no... las armas no son para que los argentinos nos matemos entre nosotros”.

Respuesta en la que se mantuvo firme hasta el final y por eso fue muchas veces torturado y asesinado, después de un largo tiempo de cautiverio, pasando hambre, frío y sueño, un 19 de agosto de 1975.

Nos dejaba, como testamento, entre tantas cosas: «Calladamente rezo pidiendo a Dios que no me abandone en una locura humillante. Quiero morir como el quebracho que no entrega su figura de árbol rudo sin exigir el esfuerzo del hachero en prolongadas transpiraciones. Quiero morir como el quebracho, que al caer hace un ruido que es un alarido que estremece la tranquilidad del monte. Quiero morir de pie, invocando a Dios en mi familia, a la Patria en mi Ejército, a mi pueblo no contaminado con ideas empapadas en la disociación y en la sangre. ¡Oh, Dios misericordioso, ¡te pido humildemente me concedas esta gracia!». (Escritos en su cautiverio)

Creo que la figura del Coronel Argentino del Valle puede ayudarnos mucho a todos los argentinos para sanar tantas heridas y ser, de algún modo, en nuestra sociedad muchas veces más proclive a los enfrentamientos, grietas, zanjas y desencuentros, a ser faro que nos ilumine para transitar caminos de reconciliación.