
Al retornar, en 1972, y durante su tercera presidencia, el General Perón aconsejaba reiteradamente a sus partidarios, que éramos muchos, “no ser ni sectarios ni excluyentes”. Antes del golpe del 55, el peronismo había cometido el error de confrontar con demasiados sectores de la sociedad, lo cual no justificaba su derrocamiento, pero en alguna medida favorecía el apoyo de gran parte de la sociedad, desde los conservadores, liberales y radicales hasta diversas tendencias del progresismo, incluidos, naturalmente, los socialistas. Y por supuesto, la jerarquía eclesiástica y las fuerzas armadas. Recordemos la carga simbólica de la celebración de Corpus Christi del 11 de junio de ese año, convertida en marcha opositora, y el sangriento y nunca suficientemente recordado -pienso en las jóvenes generaciones- bombardeo a la población civil en la Plaza de Mayo.
El sectarismo es una enfermedad incapaz de convivir en democracia, es la construcción de un grupo que se siente superior al resto. Así, el movimiento popular se encuentra hoy limitado por las secuelas de esa degradación de la política.
En cuanto al gobierno actual, ha caído en la soberbia y la desmesura en menos tiempo del que hubiéramos imaginado. Cada día, encontramos nuevos cuestionamientos y preocupantes advertencias provenientes de sectores que, por ideología, deberían ser sus más leales seguidores. No podemos separar las formas de los contenidos: cuando el Presidente, ingresa en la Catedral Metropolitana donde se celebraría el Te Deum del 25 de Mayo y agrede negándoles el saludo a su Vice y al Jefe de Gobierno Porteño, no solo desnuda la grosería de su concepción del poder, sino que además lastima la esencia de nuestras instituciones. No existe la democracia entre enemigos, esos conflictos los resuelve la guerra, que suele iniciarse con las formalidades de la agresión.
Es insultante la limitación de las más esenciales formas del comportamiento, mediante la cual se halla muy lejos de los principios que Milei y los suyos dicen defender y demasiado cerca de la demencia que parecen transitar y de la autocracia que pretenden imponer inspirándose, por ahora, en el primer Ministro húngaro Viktor Orbán, entre otros. Además de la absoluta sumisión a las políticas de Donald Trump, recientemente ejemplificadas con la bochornosa visita y las medievales instrucciones del Ministro de Salud estadounidense Robert Kennedy Jr. al Secretario de Salud local Mario Lugones. La foto incluyó la ridícula motosierra compartida con Milei, que tantos aplausos recibe de los obsecuentes mediáticos de siempre.
El triunfo en la ciudad de Buenos Aires no tuvo la dimensión de la soberbia que supo engendrar, básicamente porque fuimos pocos los que votamos si confrontamos el número con el padrón. Conocemos las estadísticas, ellos las niegan y las reconvierten a su favor. En los países hermanos abundan los frentes electorales, pareciera que en el nuestro la mezcla de autoritarismo, obsecuencia, y a veces simple alcahuetería, transformara al poder en propietario definitivo de la numerosa casta de los oportunistas, aquella que además de estar acompañada por la ambición, también lo está por la indignidad.
Un nuevo movimiento popular solo sería fruto de un frente, de una convocatoria a todos aquellos sectores que eligen la producción y el trabajo por encima de la importación y la renta financiera. Importar lo que producimos implica generar deuda y desocupación al mismo tiempo. Y en esas estamos.
La libertad real es hija del humanismo; la de mercado, mera expresión de lo peor del ser humano, que es el egoísmo sin límites y la profunda convicción de la inexistencia del otro. Lo vimos esta semana en los comentarios peyorativos, falaces y malintencionados sobre las marchas de jubilados, profesionales de la salud del Garrahan, científicos del CONICET y discapacitados. Por suerte, la concurrencia fue numerosa.
Nos guste o no, difícilmente el presidente Milei lograría estabilizar este conjunto de caprichos, excesos verbales y gestuales y extravagancias varias, pues están en la esencia de su personalidad, esa que el ahora ultralibertario Luis Caputo , adorador de la grosería y la prepotencia, pretende mantener con amenazas hacia quienes osaran modificarla aunque más no fuera mediante buenos consejos y sugerencias. Milei odia a quienes denomina “ñoños republicanos” al tiempo que osa comparar sus modos con los de Sarmiento, autor que seguramente no ha leído, o si alguna vez se acercó a alguno de sus 45 volúmenes, no entendió.
La degradación del menemismo estalló en 2001, pero teníamos algunos dirigentes que nos ayudaron a salir de ella. La de Milei no durará tanto tiempo, aunque el apellido Menem se reivindique en su ejercicio y los múltiples Menem abunden en el gobierno y en el armado de alianzas espurias.
La política, la de verdad, la vocación que se ocupa de recuperar el rumbo colectivo debe ser responsable de ofrecer una nueva opción a nuestra empobrecida y angustiada sociedad. Convoquemos a la unidad nacional, sepamos defender la democracia frente al autoritarismo y, en esencia, al patriotismo por sobre el individualismo, el sálvese quien pueda, el necio elogio del Self-Made Man y la maldita costumbre de hacer dinero sin producir, merced a la renta.
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