
Lo esencial de la arquitectura del antiguo sistema occidental (bancos, gobiernos, fundaciones, medios, think-tanks, universidades, redes militares y tecnológicas) era invisible a los ojos del ciudadano común, pero funcionaba eficazmente, articulando su enorme poder global. Desde hace una década ya no puede imponer fácilmente sus fórmulas universales y tiene peleas internas, no sólo a nivel de las élites, sino dentro mismo de sus sociedades, lo cual desconcierta y lo hace poco atractivo para ser imitado. Se observan contradicciones imposibles en épocas pasadas: Washington impone sanciones y Wall Street ayuda a los castigados; EEUU ignora a la élite europea.
Cada élite tiene su propia estrategia de salida. Hay militaristas: la OTAN provoca conflictos en Ucrania o en Asia; los europeos se entusiasman con su rearme. Hay farsantes: simuladores de un cambio que nunca llega; levantan la justicia social mientras refinancian la deuda eterna (usura); hablan de energía renovables mientras utilizan masivamente carbón; promueven diversidad, pero no protegen a las mayorías; hablan de libertad de mercado para seguir evadiendo impuestos. Hay pragmáticos: pilotean la transición; sobreviven adaptándose a lo que funciona en otros lares e intentan imitarlos; aceptan el nuevo orden multimodal, pero intentan mantener la centralidad del poder, como una variante de “gatopardismo” global.
La disociación entre política, economía y el relato moral, ha permitido que un nuevo poder, casi invisible, instale el odio dentro de muchas sociedades. En medio de tanto contrapunto polarizante entre capitalismo y socialismo, Occidente fue dejando en libertad, sin ningún control social, a los nuevos protagonistas high tech, propagadores de una ideología libertaria extrema, que eliminan la noción de Estado, y que fueron introduciendo al mundo en un anarquismo o caos cibernético, manejado sólo por una decena de señores tecnofeudales, con utópicas pretensiones de controlar al mundo e incompatibles con cualquier noción de democracia.
Desde el punto de vista de las potencias, la transformación de la realidad mundial es claramente visible; las capacidades productivas de EEUU y Europa han disminuido en relación a China, provocando una reducción de empleos industriales, debilitando a las clases medias y generando una dependencia estratégica en sectores clave para la innovación y el desarrollo tecnológico, mientras continuaban con su crónico endeudamiento, por el que pagan jugosos intereses al mundo financiero, el que a su vez sostienen el crecimiento del mundo tecnofeudal hiperlibertario. Se sumaron a ello, la pérdida de legitimidad social de prolongados conflictos armados (Vietnam, Afganistán, Irak, Libia, Ucrania, Palestina), la disminución de la natalidad, los grandes flujos migratorios, el relajamiento y relativismo moral, menor presencia del Estado en políticas de integración social, fenómenos de discriminación y de exacerbación del odio. Son las causas que, además de los problemas económicos conocidos, explican la facilidad con que se introdujeron los “ingenieros del caos” en el control de la vida de los pueblos.
Con sus decisiones estratégicas fallidas Occidente ha permitido la pérdida del impulso vital de sus sociedades, a diferencia de lo que ocurre en los países emergentes, que han aprovechado la ola globalizadora, mediante estrategias nacionales de crecimiento económico y de mejoras sociales para sus pueblos.
Estados Unidos
Frente a la innegable realidad de la pérdida de la hegemonía geopolítica, la reacción exhibida por Donald Trump tiene su eje en cerrarse sobre sí mismo en una carrera proteccionista y en acercarse a Rusia para contener a China; tema en desarrollo sin certidumbres claras. Intenta fomentar una Rusia más independiente, para que no dependa tanto de Beijing y evitar el fortalecimiento del eje euroasiático. Para ello propone explorar intereses geoestratégicos comunes como el control del Ártico y la producción de minerales estratégicos en conjunto con empresas rusas. Para generar confianza mutua, mantiene cierta afinidad ideológica similar en cuanto a valores conservadores y tradicionalistas.
Las recientes declaraciones de Trump indican su voluntad de llegar a acuerdos con Rusia y con China. No está claro si trata de llegar a acuerdos que lleven ciertos niveles de “esferas de influencia” (término originado en la Conferencia de Berlín 1884-1885, donde las potencias europeas se repartieron África). Tal vez se trata sólo de un modo de negociación, tan particular de Trump, mientras las acciones globales suben y bajan como en una montaña rusa. La primera opción sería un regreso a una variante de los regímenes imperiales del siglo XIX, entre las tres superpotencias. Sin embargo, es muy poco probable que EEUU se retire de sus alianzas militares y sus bases en el Indopacífico, de Taiwán o de Europa. Parece que su interés principal es forzar arreglos comerciales e industriales que lo beneficien. Tampoco China va a ceder tan fácilmente su participación en el hemisferio occidental, al menos sin lograr compensaciones. Rusia, aparte de los entendimientos geoestratégicos, exige, en relación al conflicto en Ucrania, algo similar a lo negociado en los procesos de Minsk y Estambul: dejar de lado la retórica belicista y la exigencia incondicional de revertir las fronteras de 2014; aceptar que Ucrania adhiera a la UE a cambio de su neutralidad militar y su renuncia al ingreso en la OTAN; el reconocimiento de Crimea y de los territorios ucranianos de habla rusa, como parte de Rusia; la creación de zonas desmilitarizadas a lo largo de la frontera común y un nuevo acuerdo de seguridad europeo. Existen precedentes históricos de neutralidad y cesión territorial (Austria y Finlandia de posguerra) y autonomía territorial (Bosnia o los casos de Hong Kong o Macao) que podrían servir de base para dicha solución.
Europa
Mientras tanto Europa, con un peso global en declive, ha comenzado a sobreactuar su nuevo independentismo estratégico, y enfrenta a Trump con un “llamado a las armas”, para defender a Ucrania y “los valores” de Occidente. La élite dominante, si bien está fragmentada, sostiene una mediática visión de Rusia, como exponente de una amenaza imperial, que nadie ve. Sus empresas industriales están migrando a Asia para poder adquirir competitividad, excepto las militares que se han reactivado, para lo cual los países se endeudan aún más, en beneficio del sistema financiero. Su apoyo a las condiciones maximalistas de Zelensky van de la mano de esa nueva política independentista, conducida por una troika ampliada, integrada por Macron, Starmer, Tusk y Merz, siendo Francia y Gran Bretaña, dos potencias nucleares miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Han reunido a 31 países, y también autoridades de la OTAN y la UE, pero sin Hungría o Eslovaquia (aliadas de Trump), aunque incluyendo a Canadá y Australia para constituir un “frente amplio” pro-ucraniano y “ganar la paz”, sin EEUU. El plan denominado SAFE se reduce a “volver a las armas” y a crear un fondo de 150.000 millones de euros para reactivar las industrias de la defensa, que incluye, obviamente, a Gran Bretaña. Otra nota destacada es que Alemania habría solicitado ser protegido por el paraguas nuclear francés o británico.
Pero la unidad europea tiene sus grietas. El presidente polaco Tusk no va a romper su relación con EEUU, siendo el más acérrimo enemigo de Putin. La famosa “relación especial” entre Gran Bretaña y EEUU, que acaban de firmar un importante acuerdo de libre comercio, también pone un grano de incomodidad o especificidad. Canadá, un polo liberal del fraccionado Occidente, pretendida por Trump para ser el 51º estado de EEUU, tiene ideas de unirse a la Unión Europea, aunque primero tendrá que pasar por el filtro de Su Majestad, el Rey Carlos III de Inglaterra.
Economía global
Se prevé que dada la actual situación altamente volátil y de gran incertidumbre sobre los futuros acuerdos entre las potencias, el crecimiento económico no será tan vital como se esperaba, particularmente en los países occidentales, con un crecimiento económico de EEUU del 1,8 % y Europa del 0,8 %. Los países asiáticos seguirán liderando el crecimiento económico mundial: China un 4,2 % y la India un 6,2 %. Según el FMI, actualmente el PBI de China es un 33% mayor que el de EEUU. El G7 representa hoy apenas el 28% del PBI mundial, mientras las nuevas economías emergentes, principalmente China e India, ya representan el 61 % del PBI mundial. Solo en esos 2 países habitan más de un tercio de toda la humanidad, lo cual influirá en el flujo del comercio internacional; dentro de pocos años China desplazará a EEUU como el primer importador mundial. La demanda de inversiones en EEUU y en Europa atraerá una inmensa masa de recursos financieros, aumentando un poco la tasa de interés, todo lo cual afectarían a los mercados emergentes.
Argentina cometió uno más de sus tantos errores estratégicos: haberse retirado de los BRICS. El alineamiento automático revela que el ideologismo sigue gobernando este país, muy lejos del realismo con que se mueven los países que avanzan a sus mejores destinos.
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